Yates, excesos y coches deportivos: un planeta llamado Puerto Banús
Con su marina a reventar, tiendas de lujo abiertas hasta las tantas y Lamborghinis rugiendo entre el tráfico, el turismo familiar y el crimen organizado conviven en su entorno
En las terrazas de los restaurantes no cabe un alfiler y en las aceras cuesta andar entre la multitud, pero los turistas no paran de llegar. De un Uber bajan dos chicas británicas vestidas para una fiesta. De otro, un grupo de chavales de piel blanca y pelo rubio llegados desde Países Bajos. “Esta es nuestra tercera vez por aquí”, aseguran otros jóvenes amigos, todos con bigote y procedentes de Arabia Saudí mientras suben a una furgoneta rumbo a la noche de Marbella (Málaga, 150.725 habitantes). Al incorporarse a la rotonda encuentran un tráfico denso, lento, pesado. De repente un motor ruge como una bestia salvaje en plena selva. Los acelerones perfuman el aire de gasolina y llanta quemada. Los cuellos se giran, los ojos se abren, los flashes saltan. Del atasco asoma un Lamborghini para sorpresa de pocos: es el enésimo de la noche en un lugar para el que apenas hay adjetivos. Insólito, excesivo, singular, sorprendente. Puerto Banús es un territorio irrepetible. Casi un viaje a otro planeta.
Marisco en la mesa, 20k en la muñeca, fundas de oro en las muelas y en las paletas rima el músico malagueño Delaossa uno de sus temas, titulado Marbella, que describe algunas escenas que se pueden observar un paseo por la zona cualquier noche de agosto. En este puerto deportivo las tiendas de Louis Vuitton, Gucci y Dolce & Gabanna están abiertas a medianoche y las embarcaciones de lujo se contonean al ritmo de las olas en una marina a reventar. “¡Venga! ¡Un recuerdo del verano!”, dice el padre de una familia que hace cola para fotografiarse junto a unas letras iluminadas con leds donde se lee Puerto Banús. Detrás el paisaje no se ve, está oculto por un fondo blanco. Es el casco del Lady Haya, gigantesco yate de 63 metros de eslora propiedad de la familia real saudí que atracó hace unos días procedente de Ibiza. “Los turistas árabes están salvando el verano”, afirma la propietaria de una tienda de lujo. Su gasto medio ronda los 600 euros diarios y puede alcanzar los 1.500, según datos municipales, que revelan un 80,9% de ocupación hotelera en junio, récord histórico en dicho mes. El precio medio de una habitación fue de 234 euros. Las cifras de julio y agosto, cuando la ciudad llega a triplicar su población hasta las 450.000 personas, se esperan aún mejores.
La leyenda, la mitología local, se palpa a cada paso en Puerto Banús. Tiene mucho que ver con las antiguas fiestas de la jet set, el Marbella Club de la realeza o la sombra de Jesús Gil. También las series de televisión, que han convertido a la ciudad en escenario de tramas imposibles que la realidad llega a superar. Eva & Nicole (Antena 3) o Los Farad (Amazon Prime Video) son algunas que viajan al pasado. El ecosistema criminal del presente lo explica el abogado César Beltrán, interpretado por Hugo Silva, en Marbella (Movistar+), producción que revela la relevancia de la mocro maffia y cómo buenos y malos conviven en un mismo espacio, pero siempre esforzándose en mezclarse lo menos posible. Unos y otros coinciden en las principales zonas de ocio de la localidad, como este puerto deportivo y su entorno. A lo largo del día y la noche es posible encontrar de todo: parejas de turistas que comen helado, familias con carritos de bebé, grandes grupos de despedida de soltero, jóvenes con gorro de pescador, cadenas de oro y piel tatuada hasta las cejas, velos que esconden y transparencias que enseñan. “Paraíso de plástico y cristal”, relatan también los versos de Delaossa.
“Es un lugar increíble”
Las apariencias son, más que nunca, relevantes. Los vehículos de alta gama son la clave. “Un coche en Marbella es más que un medio de transporte. Un coche te define, te sitúa, te marca”, destaca Hugo Silva en la piel de César Beltrán mientras conduce un Rolls Royce por Puerto Banús. El miércoles pasado había varios aparcados en recinto —uno con el techo pintado color oro— junto a ejemplares clásicos de Ferrari, algún Porche, un Bentley descapotable y un Dodge gigantesco. En las escasas plazas de aparcamiento había tantos Lamborghini que parecía que los regalaban. Sus matrículas eran de Países Bajos, España, Kuwait. Uno de color naranja, placa alemana y motor ruidoso, trataba de hacerse hueco entre una marabunta de turistas. “Es un lugar increíble”, dice Dani, marbellí de 18 años que pasea junto a su amigo Pablo, recién llegado desde Madrid. ¿Qué ven dos chavales tan jóvenes en un sitio como este? “Jaleo, gente, coches, música, noche, mujeres”, resumen con rapidez junto a la cola de la pizzería Picasso, donde esperan mesa cerca de un centenar de personas.
Cada pocos pasos hay miembros de seguridad privada. Alguno lleva perro y linterna para inspeccionar cada recoveco. Con la vigilancia aquí no se juega. Basta poner un poco de atención para descubrir innumerables cámaras. Son tantas que intimidan. En el espigón, una de ellas se ilumina al pasar y una voz metálica asusta a un matrimonio de jubilados que pasea por allí: “Está entrando en área restringida. Está siendo grabado por cámaras de seguridad. Abandone inmediatamente la zona”. Parece zona de guerra.
En cierta medida, lo es. No hay soldados, pero en Marbella las batallas las libran las decenas de organizaciones de narcotraficantes que se asientan en la zona. Solo el distrito Nueva Andalucía, donde se ubica Puerto Banús, vivió media docena de tiroteos en apenas unas semanas la pasada primavera. No es algo nuevo para los vecinos. “Aquí pasa de todo”, dice Leyla, marroquí que lleva 25 años al frente de un kiosco. Los robos de relojes de alta gama también son frecuentes, como las cámaras de seguridad de alta resolución que hay por las calles. A pesar de todo, ella se siente segura. “Hay mucha policía. Y cuando pasa algo acuden cada vez más rápido. Vuelan”, indica la mujer, que señala a un cercano local de cachimbas —ahora cerrado— donde se produjeron disparos en marzo. “Y unos días antes hubo otro aquí”, añade apuntando a una esquina cercana. Más allá, según una investigación policial, un restaurante de batidos ejercía hasta hace unos meses de centro de operaciones de una organización criminal que también mantenía reuniones en yates.
Controles policiales
Esta es una de las zonas calientes donde los equipos de las Unidades de Prevención y Reacción (UPR) realizan controles aleatorios dentro del Plan Marbella, operativo que nació como respuesta a la sucesión de tiroteos. “Los mafiosos y traficantes prefieren ahora no venir porque los controles son constantes. También creo que hay turistas que van a otros destinos por las molestias policiales o el miedo que generaron los disparos en las redes sociales. Se nota porque está todo más tranquilo”, subraya el portero de un restaurante y confirman varios turistas.
Los agentes que trabajan por la zona coinciden con la sensación de tranquilidad. Creen que el ambiente hostil se ha suavizado y aplauden los rápidos resultados del plan impulsado por el Ministerio del Interior, pero son cautos. “No debemos celebrarlo mucho porque aquí puede pasar cualquier cosa en cualquier momento”, explica uno de ellos. Otro se queja de que todo lo que pasa en Marbella se magnifica. “Hay una pelea en una discoteca y tenemos directos de las televisiones tres días cuando eso ocurre en todos lados”, lamenta. La evolución de la delincuencia también se nota: ahora los narcos son más jóvenes, europeos, con menos códigos y más armas.
La presencia de armas en las calles ha crecido y nadie se fía, aunque los investigadores también destacan que el verano suele alejar las disputas entre bandas porque están a otra cosa: “Es el momento para disfrutar de lo ganado durante el año”. Los narcotraficantes se van de fiesta y gastan su dinero, siempre en efectivo, con una ambición desmedida. “Aquí puedes gastar lo que quieras en una noche”, recuerda un agente. Algunos gastan de día en chiringuitos exclusivos y de noche en clubs lujosos. Otros prefieren las fiestas privadas en villas que, apenas a cinco minutos de Puerto Banús, cuestan entre 3.000 y 4.500 euros la noche como mínimo. “Hay mucho nido de malos en los alrededores”, insiste otro policía. Eso sí, para desplazarse de un sitio a otro da igual el coche, el dinero o el poder que tengas: el inagotable atasco nocturno lo sufre cualquiera. Problemas mundanos en un mundo artificial.