Las matemáticas, ese anticlímax

Sánchez habló más de una hora evitando la amnistía, y en cambio Feijóo solo habló de eso, pero tras días de protestas en la calle dominó la sesión la impepinable fuerza de los números de quien tiene la mayoría

Esteban González Pons, del PP, hacía aspavientos durante el discurso de Pedro Sánchez en el Congreso.Manu Fernández (AP / LAPRESSE)

Una vez más, los españoles se citaron para una bronca histórica, pero menos mal que desde hace algunas décadas ya esto se hace solo verbalmente. Tras días de protestas en la calle, tener que sentarse a hablarlo en el Congreso tuvo cierto efecto de bajón, no es lo mismo que las emociones fuertes. Es que ni siquiera había nadie por ahí con una capa de la bandera de España. Pedro Sánchez comenzó con el propósito evidente de crear...

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Una vez más, los españoles se citaron para una bronca histórica, pero menos mal que desde hace algunas décadas ya esto se hace solo verbalmente. Tras días de protestas en la calle, tener que sentarse a hablarlo en el Congreso tuvo cierto efecto de bajón, no es lo mismo que las emociones fuertes. Es que ni siquiera había nadie por ahí con una capa de la bandera de España. Pedro Sánchez comenzó con el propósito evidente de crear un anticlímax, acariciar el sueño de una sesión aburrida, y por momentos lo consiguió. Fue duro para Josep Lluís Cleries, de Junts, a quien le tocó una silla en el pasillo de la escalera, porque fueron muchos senadores y no había sitio para todos.

A las doce en punto, Sánchez sacó para su discurso un tocho de folios y cuando llevaba ya un rato con la globalización y la cuarta revolución industrial, cundió el convencimiento de que no iba a salir rápido el tema, el único tema. Feijóo tomaba notas en un cuaderno grande, subrayando en amarillo fosforito. Detrás, Esteban González Pons leía una novela. Ni una ocasión de abucheo hubo. Abascal rellenaba fichas, las que usa para sus discursos. En Vox estaban muy formales, porque al creer que aquello era un golpe de Estado estaban muy serios, tenían que hacer que realmente se lo creían. Enseguida cundió la agradable sensación de que nadie iba a sacar una muñeca hinchable y mucho menos un rosario. Que llegaba la hora de la verdad en el Congreso, es decir, de las matemáticas, y de la palabra. Aunque exactamente eso, de una palabra.

Pero pasaban los minutos y Sánchez no la decía. Más de una hora y la amnistía sin salir. Allí todo el mundo sabía que sería como en esa película de Woody Allen donde un mago decía “Constantinopla” y quien la oía entraba en trance. PP y Vox querían oírla, ansiaban el trip, pero no había manera. Sánchez seguía con su hipnosis, hablando de otras cosas, de la lista de espera de 200 días para operar una hernia. Cuando estaba con la beca comedor, también Cuca Gamarra sacó un libro. A las 13.05, Bolaños, imperturbable desde el inicio, por fin cambió el cruce de piernas. Sánchez atacaba a Vox y desde allí le gritaron: “¿La amnistía para cuándo?”. Los diputados pasaban el rato comentando en WhatsApp. A Pons hasta le pasaron una foto suya hecha minutos antes haciendo aspavientos, la única vez que había podido cabrearse. Había sido un hito.

Por fin, a las 13.17 se oyeron los términos “convivencia” y “perdón” y ya todos se movieron en los escaños: que ya, que ya. La cosa se animó. “¿Qué creen que prefieren los españoles?”, dijo Sánchez. “¡Que te vayaaas!”, contestaron en el PP. Empezó la diversión. Dijo que respetaba otras opiniones, pero “las circunstancias son las que son”. En el PP, con sorna: “Aaaaaaah”. Ahí es donde querían llegar, y el debate ya no se movió de ahí. Se paró para comer y Feijóo y Abascal salieron juntos del hemiciclo. El líder de Vox le estrechó la mano y se despidió.

Por la tarde el PP llegó a disfrutar de su momento, de su media hora, más bien, el tiempo reservado a Feijóo, que por eso tardó dos segundos en lanzarse sobre el tema, la amnistía, que para él fue monotema. Los suyos le aplaudieron tres veces en el primer minuto. Empezó el vapuleo verbal a Pedro Sánchez con lo más evidente, que dijo una cosa y hace otra, que si no necesitara los votos de Junts no se habría metido en este lío. Pasó media hora enjabonando esa idea, hasta sacarle todo el brillo posible, con variaciones a veces logradas e ingeniosas. El líder socialista miró hacia arriba, sonriendo a su esposa, que estaba enfrente, en el gallinero, como diciendo: ya estamos. Pero en realidad Feijóo, muy suelto y manejando bien los sarcasmos, ya no podía frotar más su única idea, la traición y la ambición sin límites de Sánchez. Libraba una batalla perdida contra las matemáticas, que intentaba obviar: “No hay una mayoría, es falso”. No se sabía qué era más difícil de evitar, si la amnistía, como hacía Sánchez, o las matemáticas, como pretendía Feijóo.

Todo giró en torno a ese eje: mayoría de 179 escaños frente a mayoría imaginaria. Al margen de ese pequeño detalle, el líder del PP despachó buenas frases: “Dice que habla en nombre de la democracia y de España, pero hombre, si no puede hablar ni en nombre del Pedro Sánchez de hace tres meses”. Había muchas risas en la derecha, y normal, qué menos que disfrutar la tarde, si ahora empieza lo aburrido y tienen que pasar cuatro años.

En el PSOE aguantaban el chaparrón cada uno a su manera. Sánchez apretaba la mandíbula con su mirada neutra más ensayada. Yolanda Díaz miraba el móvil. Marlaska, al techo, con la boca semiabierta. Solo María Jesús Montero, la más fan de Sánchez, ponía caras mirando a la bancada popular. La presidenta del Congreso, Francina Armengol, cortó la racha al avisar a Feijóo de que se había pasado de tiempo, pero él lo tenía preparado: dijo que a Óscar Puente en su investidura fallida le dieron 40 minutos. Pilló a Armengol desprevenida, y solo se le ocurría arquear las cejas para expresar que estaba flipando. Aún tiene que cogerle la medida a cómo se las gastan sus señorías. Feijóo acabó sus 40 minutos hablando solo de amnistía.

La segunda intervención de Sánchez fue en torno al peso impepinable de las matemáticas, e intentando de nuevo adormecer el debate. Pero en el PP ya gritaban más, y Armengol comenzó a explorar las posibilidades de la gran pantalla a su izquierda, donde sale el hemiciclo y quién está sentado en cada sitio. Una especie de chuleta digital gigante, donde iba ampliando cada zona con los dedos para ir fichando a los más gamberretes. Rápidamente, hizo zoom en la zona donde estaba Rafael Hernando, que nunca falla. También Miguel Tellado estuvo muy activo. Sánchez fue sacando la artillería ―Jorge Fernández Díaz, Casado acusando de corrupción a Isabel Díaz Ayuso― y tuvo buenos momentos. Hubo uno en que casi no pudo seguir de la risa al decir que Feijóo había dicho que no era presidente porque no quería. Luego llegó el turno del líder popular y empezó a circular la noticia de que Ayuso, que estaba en la tribuna, había dicho al ser mencionada por Sánchez: “Qué hijo de puta”. Con tan mala suerte que Feijóo en ese momento acusó a Sánchez de insultar. En el PSOE se giraron como un solo hombre a señalar a Ayuso, a quien enfocaron las cámaras poniendo su carita de buena allá en las alturas, como la mala de la película, que lo borda. Cuando Feijóo terminó, Ayuso se largó.

Llegó el momento de Santiago Abascal, que en cinco minutos ya había dicho que aquello era un golpe de Estado, el fin de la democracia y el Estado de derecho y comparó a Sánchez con Hitler. Quizá lo siguiente iba a ser acusarle de tener la Estrella de la Muerte apuntando en ese momento hacia España, pero Armengol, que esto ya se lo tenía preparado (cómo para no), le pidió que retirara lo del golpe de Estado. Abascal no esperaba otra cosa para clamar que ya ni los diputados tenían libertad de expresión, aunque eso no le impidió perderse en diatribas surrealistas, como reñir a los miembros del Gobierno por lo mal que se portaron en el desfile militar del 12 de octubre. Según él, hablaban mientras pasaban los soldados. Fíjate tú, y vivíamos sin saberlo. Se despidió con paralelismos con Nerón y Roma ardiendo, anunciando que los de Vox abandonaban la Cámara. Se anunció que sus improperios se retiraban del Diario de Sesiones y el PSOE aplaudió, pero el PP no. Luego le tocó a Yolanda Díaz y volvió el anticlímax, se perdió la emoción de las tortas. Pilló a todo el mundo muy cansado, eran casi las siete. Además, Díaz habla a ratos como si fuera un mensaje pregrabado de atención telefónica, con frases cortas de tonos raros. Ya pasó una hora y media, un cambio de tono total, con Sánchez y Díaz dándose de usted muy educados y qué fenomenal todo, y el bajón fue definitivo. Pero qué ilusión volver a la normalidad, y a las matemáticas, casi cuatro meses después de las elecciones.

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