El desgaste de Borja Sémper, eterno verso suelto del PP
Nueve meses después de su regreso a la política, el portavoz asume alianzas con Vox y recibe los primeros zarpazos internos
Tres párrafos en euskera de Borja Sémper desde la tribuna del Congreso han revuelto al PP y a su entorno mediático. Compañeros de partido envían mensajes a sus periodistas de cabecera criticando su intervención en la Cámara en cuanto se produce. Consideran que ha sido un error táctico, una contradicción en plena campaña contra el uso de las lenguas cooficiales en el Congreso: “Nos ha...
Tres párrafos en euskera de Borja Sémper desde la tribuna del Congreso han revuelto al PP y a su entorno mediático. Compañeros de partido envían mensajes a sus periodistas de cabecera criticando su intervención en la Cámara en cuanto se produce. Consideran que ha sido un error táctico, una contradicción en plena campaña contra el uso de las lenguas cooficiales en el Congreso: “Nos ha sentado como una patada”. Los sherpas mediáticos de la derecha piden su cabeza al día siguiente. Federico Jiménez Losantos lo llama “chiquilicuatre”, “mediocre”, “modelito de serie B para provincias”; Francisco Marhuenda, director de La Razón, “pijoprogre”, “tío bueno”, “personaje fatuo y vanidoso”. El portavoz del partido, rescatado en enero para la política por Alberto Núñez Feijóo, vuelve a ser el verso suelto del PP. Su desgaste, casi nueve meses después, sirve para explicar el hervidero interno en el partido que, tras cambiar de líder, ha vuelto al mismo sitio, incapaz de controlar la pugna entre sus dos almas, y, en concreto, a la escisión del ala más dura: Vox.
En enero de 2019, durante la última entrevista que Sémper concedió a EL PAÍS antes de abandonar la política desencantado, entre otras cosas, por el avance del discurso de la extrema derecha, preguntado por si el PP pactaría con Vox, dijo: “Creo que ese escenario no se va a producir. El problema de un pacto con Vox es que sea capaz de influir en materias sensibles que transformen lo que representas”. “Para ellos”, añadía, “hay una forma de ser español y lo que se salga de ahí es ser menos español. Yo milito en un partido en el que, independientemente de a quién reces, beses o votes, tienes los mismos derechos y obligaciones que tu vecino. Eso nos pone a una distancia sideral de Vox”. Por esa época, también el propio Feijóo, entonces presidente de la Xunta de Galicia, rechazaba la posibilidad de esa alianza: “No hemos sabido decirle a la gente que el PP no tiene nada que ver con Vox. A veces hemos cometido algún giro que parecía que íbamos a hacer un gobierno con Vox y eso ha preocupado a muchas personas”. Pero ambas formaciones se sientan ahora juntas en las instituciones. La “distancia sideral” se ha reducido a un codo en los gobiernos autonómicos de Castilla y León, la Comunidad Valenciana, Extremadura, la Región de Murcia y Aragón.
El desgaste de Sémper corre en paralelo al de la imagen de Feijóo como dirigente templado, a la izquierda de su predecesor, Pablo Casado. En enero, durante su primera comparecencia como portavoz, el político vasco, de 47 años, aseguró que el líder del PP le había pedido que aportase “más moderación y centralidad”. Y, como aventurando su semana horribilis, pronosticó: “Soy consciente de que mi perfil es el que es y que a veces me llevaré algún zarpazo”. En esa rueda de prensa, Sémper también declaró que tenía una “relación personal a prueba de bombas con Santiago Abascal”, al que conoce desde los 17 años, pero que lo que representa el líder de Vox no es lo que él quiere para su país. Ambas formaciones gobiernan juntas ahora, nueve meses después de aquellas palabras, sobre más de 11 millones de españoles.
No ha habido una rueda de prensa desde ese 9 de enero en la que Sémper o Feijóo no hayan tenido que responder a preguntas sobre la influencia de Vox y sus pactos. La exposición y la rigidez del argumentario desgastan siempre a quien ocupa el puesto de portavoz, como bien sabe José Luis Martínez-Almeida, quien durante un tiempo, y especialmente durante la pandemia, cuando hacía de poli bueno frente a Isabel Díaz Ayuso y antes del regalo envenenado de los micrófonos de Génova 13, recibía hasta elogios de la oposición por enfrentarse públicamente a Javier Ortega Smith.
Ahora la erosión es sobre la imagen de Sémper. Es él quien cada lunes ha de responder a la penúltima polémica del partido: la presencia en un acto de la formación de una telepredicadora que promete curar la homosexualidad y el cáncer —“En el PP, al igual que en otros partidos, se da voz a gente que no pertenece al PP y no sé cómo lo harán otros, pero en nuestro caso no les pedimos opinión ni lo que van a decir previamente”—; la negociación de un pacto de Gobierno en la Comunidad Valenciana con un condenado por maltrato —“No debería dedicarse a la política activa. Para nosotros es una línea roja” [finalmente, Carlos Flores se apartó]; o las idas venidas de los acuerdos con la extrema derecha: en apenas una semana, pasó de defender el rechazo a gobernar con Vox en Extremadura —”La política en España está demasiado acostumbrada a que un político diga una cosa y luego la contraria, pero en nuestro caso no vamos a cambiar. María Guardiola dijo que quería gobernar sola, sin Vox. Esa es la posición”— a informar del bipartito extremeño —“Este acuerdo no va a tener ningún cambio en los principios que defiende el PP y que, como dijo Guardiola, son líneas rojas inamovibles”—.
Pero ha sido precisamente el gesto más contundente del PP en los últimos meses para marcar distancias con Vox —los diputados de Abascal abandonaron el hemiciclo cuando Sémper empezó a hablar en euskera— el que más ha agitado al partido a escasos días del debate de investidura ―para la que el PP no ha reunido hoy los votos― de su líder. La bancada popular cuchicheaba, las caras de Feijóo y de la secretaria general, Cuca Gamarra, eran un poema. Muchos no aplaudieron al término de la intervención de Sémper, entre ellos, Cayetana Álvarez de Toledo, con quien el político vasco ya había tenido sonoros enfrentamientos, como cuando la entonces portavoz del PP en el Congreso acusó a los populares vascos de “tibieza” con el nacionalismo y Sémper le replicó: “Mientras algunas caminaban cómodamente sobre mullidas moquetas, otros nos jugábamos la vida defendiendo aquí la Constitución y la convivencia”. ETA intentó matar al político vasco al menos dos veces. Sémper tuvo su primer escolta con 19 años.
Hubo críticas en privado y también en público. Declaró Mariano Rajoy: “Traducirse a sí mismo es absurdo. Yo habría hablado castellano”. Tuiteó Alejandro Fernández, presidente del PP catalán: “Hay un concepto en el tenis muy útil para cualquier ámbito de la vida: evitar los ‘errores no forzados”. Sémper también se ha justificado en público y en privado, ante los suyos: “Quería evidenciar que las lenguas cooficiales no son patrimonio de los nacionalistas e independentistas. Intenté demostrar que en el Congreso ya se podía tener intervenciones breves, luego traduciéndolas, en una lengua cooficial”, declaró en Onda Cero. Fuentes de su entorno señalan que quería que el discurso del PP no fuera el previsible, el que esperaban los adversarios, y que se siente respaldado por la cúpula del partido. La dirección trata de pasar página, pero fuentes populares insisten en que no era el momento de defender el euskera, y que, en la reunión previa del grupo parlamentario, entendieron que Sémper se limitaría a saludar en esa lengua, no que pronunciaría tres párrafos que en la bancada popular se hicieron eternos.
Dirigentes del partido admiten el nerviosismo interno: esperan cambios orgánicos, la elección del codiciado puesto de portavoz en el Congreso, —algunos creían que podía recaer en Sémper—, y admiten que los bandazos —pedir el apoyo del PSOE para derogar el sanchismo; admitir a Junts como interlocutor después de tachar al partido de Puigdemont de “golpista”—obedecen a una mala digestión de los resultados electorales. “Las cosas no han salido como esperábamos. Queríamos gobernar en solitario, en España y en las autonomías, pero no ha sido así, hemos tenido que pactar con Vox, que no estaba en el guion”. En política, añade un dirigente, “siempre hay que pagar algún peaje”. El de los pactos con Vox les costó La Moncloa. Tras las elecciones de julio, Sémper señaló: “Quien aspiraba a ser nuestro socio o condicionar el futuro Gobierno se lo ha puesto muy fácil a Pedro Sánchez con gestos estrambóticos y frikis, y gente que tenía previsto confiar en el PP no lo ha hecho ante el riesgo de que Vox condicionara la política española”. Esperanza Aguirre, apartada de la primera línea, pero representante de la misma corriente interna que siempre ha mirado con recelo a Sémper, hizo el análisis contrario: “Lo que nos ha penalizado es que hemos participado de la idea de la izquierda de demonizar a Vox”. Es una de las que ha criticado públicamente la intervención en el Congreso del portavoz del PP: “Primero dijo que no iba a hacer el canelo y luego hizo un discurso en euskera. A mí me gustaría que pusieran a Cayetana [Álvarez de Toledo] de portavoz. Lo haría mucho mejor”. Del equilibrio entre esas dos almas depende el liderazgo de Feijóo y del equipo que ha reclutado. Uno de los objetivos del acto de este domingo contra la amnistía es, precisamente, tratar de despejar esas dudas y escenificar un cierre de filas en torno a su candidato a la investidura.