Los veranos de resurrección en Noja: de los 3.000 vecinos del invierno a los 100.000 de agosto
Casi la mitad de las viviendas de esta localidad cántabra son de uso esporádico, el municipio español con más inmuebles de este tipo
“Perdone, ¿es usted de Noja?”. “No”. “No”. “No”. “No”. Y así, hasta el aburrimiento o la desesperación. Buscar nativos en Noja (Cantabria) se convierte en una odisea entre hordas de turistas que abarrotan un pueblo que en invierno ronda los 3.000 censados. Al llegar el calor empiezan a levantarse las persianas mordisqueadas por el salitre, la humedad y la falta de uso durante meses. ...
“Perdone, ¿es usted de Noja?”. “No”. “No”. “No”. “No”. Y así, hasta el aburrimiento o la desesperación. Buscar nativos en Noja (Cantabria) se convierte en una odisea entre hordas de turistas que abarrotan un pueblo que en invierno ronda los 3.000 censados. Al llegar el calor empiezan a levantarse las persianas mordisqueadas por el salitre, la humedad y la falta de uso durante meses. Los habitantes ascienden en julio o agosto a unas 80.000 personas, 100.000 durante los días clave, y convierten a Noja en el municipio español con mayor porcentaje de viviendas de uso esporádico, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), con un 47,7%. La forma más solvente de hallar a los lugareños pasa por acudir a negocios convencionales, desbordados en el estío, o a bares y restaurantes solamente operativos en temporada alta. Con esos ingresos tiran todo el año si logran sobrevivir a la saturación.
Identificar la procedencia de los caminantes resulta sencillo al pasear por la calle. Mirar las camisetas de fútbol de muchos turistas, analizar las matrículas, cotillear las conversaciones o fijarse en los periódicos aferrados bajo el brazo de los presentes ofrece conclusiones ratificadas al consultar a los locales: la mayoría de los forasteros proceden de Euskadi. Blanca Pellón y Aránzazu Martínez, de 50 y 39 años, regentan un negocio donde ofrecen un poco de todo y que estas semanas tiene frenética la caja registradora. “El caso es que gasten”, comentan, antes de admitir el origen vasco de buena parte de su clientela. La confianza de conocerlos tras tantos años de vacaciones en Noja les permite a ellas, residentes todo el año en el pueblo, darles consejos y recomendarles venir más a menudo para airear los apartamentos o mostrar cierta actividad: “¡Viven cerca y podrían acercarse de vez en cuando!”.
También lo agradecerían vecinas constantes como las que confiesan “tener miedo” porque en su manzana solamente hay “dos de las 56 viviendas de tres bloques” habitadas. “Con un pequeño ruido ya te asustas, hay noches donde no se ven luces en las casas”, admiten sobre los meses bajos mientras siguen vendiendo desde flotadores hasta chubasqueros, un combo de plástico nada desdeñable en el norte para el amplísimo crisol de foráneos: desde familias completas con bebés o adolescentes que dan problemas con el botellón, hasta gente mayor que ha visto evaporarse la calma por la que apostaron hace décadas.
El INE señala al 47,7% de esos pisos de Noja como de “uso esporádico”, perfil común en zonas costeras o de periodos específicos de ocio, como el esquí. Lo siguen en la lista Benasque (Huesca), Torrenueva Costa (Granada), Ezcaray (La Rioja) u Oropesa del Mar (Castellón). La alcaldesa de Noja, Mireia Maza (PP), lleva en el cargo desde mayo y asume “picos de 100.000 habitantes con una diferencia abismal respecto a otras épocas”. La regidora señala que tal multiplicación dificulta suministrar servicios pensados para un censo de 2.700 personas. “Es susto o muerte, a veces cuesta planificar hasta los festejos, porque puede no ir nadie o que se desborde”, añade, y pide comprensión para quienes se quejan de la limpieza, pues el servicio contratado se refuerza, al igual que el policial con la Guardia Civil, pero sufre para cubrir tanta exigencia. La solución, un poco más de conciencia, como no tirar enseres día tras día, algo común este primer verano de su mandato, del que tomará nota para años futuros.
Un representante de la comitiva vasca que ha ido a descansar a Noja se llama José Luis Calderón, vive en Santurtzi (Vizcaya) y lleva 35 de sus 71 veranos acudiendo a la localidad. “En invierno está muerto y se está mejor; en verano es imposible cenar sin reservar antes”, admite. Quienes se quejan de la gente mantienen también la economía de Ariane Sanz y Juan Cruz, de 51 y 62 años, dueños de un restaurante animadísimo en periodo estival. La caja les permite abrir solo durante el verano, la Semana Santa y los fines de semana. “Nos regimos por las fiestas del País Vasco. En invierno estamos solos y es un paraíso, luego se hace horroroso”, apuntan en su local.
El bullicio satisface a Álex Piñeda, de 20 años, edad de muchos chavales que viajan con sus padres a pasar unos días en Cantabria. Él, ciudadrealeño, llegó a Noja de calentada con un colega: “Estábamos mirando curros y nos vinimos de locura, a buscarnos la vida, y encontramos trabajo”. Con cara de niño y la soltura comercial de veterano, vende bolsos de cuero en una tienda con lámparas étnicas y vestidos ligeros, mientras su socio ayuda en un restaurante. La campaña les permitirá sacarse unos 3.500 euros, parte destinados a tirar modestamente este tiempo y el resto, para subsistir en otoño. Los amigos alquilaron un apartamento hace meses para ahorrar y adelantarse a los turistas deseosos de bañarse o tomar el sol en las amplias playas del Ris y del Trengandin, donde lo mismo meditan pausados jubilados que jóvenes hiperactivos se machacan a las palas y se revuelcan en la fina arena.
Héctor Rayaces, vallisoletano de 30 años, visita la vivienda familiar en Noja cuando consigue escaparse unos días y se une al discurso defensor del turismo de “cuando hay 3.000 personas y no 70.000″, con las playas solitarias y restaurantes sin colas. Aún quedan unas cuantas semanas de jaleo para abrazar la calma. Hasta entonces, los helados, los atardeceres, las olas y los paseos nocturnos con chaquetilla deberán disfrutarse en amplia compañía.