Cleto Criado del Rey, el piloto que impulsa el globo aerostático en honor a su padre fallecido
Ejerce su profesión en Nepal, pero cada septiembre surca los cielos de su Valladolid natal en un evento en recuerdo a su progenitor muerto durante un vuelo
Cleto empezó a hacerse mayor a los 11 años. Sus colegas se asomaban a la boba pubertad mientras él tenía que adaptarse a la muerte de su padre en un accidente de globo aerostático. Hoy vuela sobre la memoria de su progenitor: se ha convertido en piloto de globos y cumple su sueño en Nepal, viendo amanecer en el Himalaya como si mirara a los ojos del padre y le recordara que sigue vivo en su corazón, donde se ha tat...
Cleto empezó a hacerse mayor a los 11 años. Sus colegas se asomaban a la boba pubertad mientras él tenía que adaptarse a la muerte de su padre en un accidente de globo aerostático. Hoy vuela sobre la memoria de su progenitor: se ha convertido en piloto de globos y cumple su sueño en Nepal, viendo amanecer en el Himalaya como si mirara a los ojos del padre y le recordara que sigue vivo en su corazón, donde se ha tatuado uno de esos globos para aferrarse aún más a su legado.
Los ojos de Cleto Criado del Rey Machimbarrena se empañan en cuanto el globo estabiliza el vuelo. Poco antes se ha adentrado en la primero flácida y luego creciente vela del aparato, tensada por cuerdas de estabilización que equilibran la estructura. El grito emocionado de los niños acompaña los fogonazos para calentar el aire que infla e impulsa al aparato más de 600 metros sobre la inmensidad amarilla de la meseta vallisoletana. Otros 16 globos colorean los cielos. Cleto se emociona. Quizá haya visto paisajes más hermosos en las cordilleras asiáticas, tal vez ha pasado por aterrizajes o despegues más complicados, puede que el enésimo vuelo ya no tenga el regustillo de los primeros, pero pocas veces se siente tan cerca de su padre que en el memorial anual que acoge Valladolid en su honor. Este evento se ha convertido en semilla de la creciente afición por este deporte y causante de que muchos niños y adultos miren al cielo boquiabiertos cada septiembre durante las fiestas patronales. “No soy creyente, pero si mi padre está en algún sitio, está sonriendo. Vuelo porque me gusta, pero este es su legado”, explica este pucelano de 32 años, presidente del Club Deportivo Mesetario de Aerostación, fundado por su progenitor.
“Mamá, quiero ser piloto de globos, me voy a vivir a Madrid para ir a los cursos y me llevo la moto”, le dijo Cleto a su madre en 2019. “Te vas a ir a Madrid, te sacarás la licencia, pero no te llevas la moto”, respondió ella, quien sabía que el viento del destino impulsaba a su hijo a imitar a su padre y que en la capital hay más riesgo en el asfalto que en lo alto.
Ahora, María, la madre, suda junto al equipo para levantar el globo. Antes de la regata, mira a su hijo a los ojos, sonriente: “Un besito antes de volar, campeón”. Pura química. Beso, abrazo y bramido ante la ovación popular de Valladolid.
A volar. Cleto estabiliza el rumbo y, entre crujidos y comentarios con la torre de control del aeropuerto, intercambios telefónicos con otros conductores y llamaradas del soplete gigante, se abre. “Soy muy grande y muy gordo, siempre me llevaba alguien en su globo hasta que pasé de ser un niño de 60 kilos a un mastuerzo de 120 y no me llevaba nadie”, ríe el grandullón Cleto, de 1,92 metros y tres dígitos en la báscula. “¡Que en 15 días me voy a Nepal!”, anuncia. “Dedicarse a lo que nos gusta tiene peajes, paso mucho tiempo fuera de casa. En mi primer vuelo viendo el Himalaya supe que era la decisión correcta, aunque fue un movimiento arriesgado laboralmente, salir de un entorno seguro. Trabajaba en una multinacional, muy estable, y me metí en un mundo de incertidumbre donde si no vuelas no cobras. Es imposible no acordarme de mi padre…”. Interrupción. Teléfono. “¡Es el suministro del gas! Estás con toda la emoción y te cortan”, bromea el protagonista. El aterrizaje impide profundizar más en lo sentimental porque, junto al río Esgueva, se ofrece un pintiparado campo de cereal segado. Hay que plegar las rodillas, aferrarse casi en cuclillas a la cesta, y cataplún: tocar tierra sin grandes estruendos. “Al globo, como a los países, se los domina por la corona”, detalla. Ahora vendrán su madre y varios amigos para meter el globo y el aparataje en el todoterreno. Hasta entonces, más confesiones: “Mi padre trajo a Valladolid el campeonato de España de globos en septiembre de 2003. Murió en abril de 2004 en un accidente. Hemos seguido haciendo el Open de Aerostación de Valladolid Diego Criado del Rey y la verdad es que es mucha presión ser la cabeza de este memorial. Cuando empecé éramos dos pilotos y ahora siete. A tres los he formado yo”, explica. Poco a poco el Ayuntamiento se va estirando y dando más fondos, cuenta el piloto.
Acabó en Nepal tras varios años volando, especialmente en Segovia. Se instaló en el valle del Annapurna. “Fue como aterrizar en Marte, tienen una idiosincrasia propia y arraigada”, recuerda. Durante su estancia española este verano ha visto cómo allí los jóvenes se han alzado contra la censura y la represión del Gobierno en revueltas con decenas de muertos. Allí se ha casado. Aspira a que su esposa y su hija, Anshu, de siete años, fruto de una relación anterior, vengan a España cuando sientan que la aventura asiática haya concluido. “A mi mujer la casaron forzosamente con 16 con un hombre que la maltrataba, es muy valiente y se ha divorciado”, apunta Cleto Criado del Rey.
Anochece y asoma la luna entre el campo castellano. El equipo envuelve el globo como apretujando un colosal saco de dormir y vuelve a Valladolid algunas horas antes de otra regata mañanera. Como despedida, insiste Cleto, el bautizo: un ritual globero que ya hacía su padre. Fotógrafo y periodista se ponen de rodillas. Reciben en la cabeza un poco de agua, el aire de la ciudad, unas briznas de césped y las bendiciones del gurú, que pide elegir un nombre de pájaro para el censo globero. Serán Cóndor andino y Martín pescador.