Rocío Márquez ha encontrado su voz: “No me gusta tocar en espacios donde caben más de 2.000 personas”
La cantaora onubense atraviesa sus años de madurez con ‘Himno vertical’, un álbum que consolida su ruptura con la tradición del purismo flamenco y su independencia artística y vital
“Desandando lo andado mi ropa arde”, dice la seguiriya ‘Arde’, en Himno vertical. La metáfora no podría ser más precisa para describir el momento vital de ...
“Desandando lo andado mi ropa arde”, dice la seguiriya ‘Arde’, en Himno vertical. La metáfora no podría ser más precisa para describir el momento vital de Rocío Márquez (Huelva, 39 años), una de las voces más respetadas del flamenco contemporáneo que ha decidido quemar sus ropajes anteriores para renacer desde las cenizas de una crisis profunda que casi la aleja definitivamente de los escenarios. En el silencio del campo sevillano, entre viejos olivos, frutales y el murmullo distante de sus animales —la gata Lole y los perros Paquera y Chano—, Márquez encuentra la calma interior que durante años le fue esquiva. Su casa modesta, compartida con su pareja, se ha convertido en el refugio perfecto para procesar no solo su dolor personal, sino también para crear desde un lugar completamente nuevo.
Su nuevo disco, creado junto al guitarrista clásico Pedro Rojas Ogáyar, nació del duelo que atravesaba a ambos por diferentes motivos: ella, por la pérdida de Nuria, su prima mayor, la primera que le enseñó a cantar fandangos; él, de su padre. Es un réquiem, pero también un disco que ha cambiado su forma de enfrentarse a la creación.
Para entender el presente de Rocío Márquez hay que remontarse a su pasado como niña prodigio. Subida a un escenario desde los nueve años, reconocida por programas como Menudas estrellas y Veo, veo, vivió durante décadas obsesionada por alcanzar metas cada vez más ambiciosas dentro del mundo de la música. “Entonces me sentía más famosa que ahora”, reconoce con una sonrisa que mezcla nostalgia y alivio.
Pese a la oposición inicial de sus padres, Rocío insistió en que la música era su lugar natural y era donde quería estar. Tanto, que como regalo por su primera comunión pidió ir a un pueblo remoto de la sierra de Huelva y poder tomar clases con una señora conocedora de una variante del fandango casi desconocida. Sus padres terminaron rindiéndose ante su empeño y acompañándola en el camino, que además la llevó a doctorarse cum laude en Técnica Vocal por la Universidad de Sevilla, pasando antes por el conservatorio y otros estudios específicos de flamenco, como becaria de la escuela de Cristina Heeren, entre otras formaciones. “Recuerdo que, ante mi insistencia, mi madre fue tajante: ‘Está bien, si quieres ser cantaora, tendrás que ser la mejor. En esta familia no queremos mediocres”, recuerda con una sonrisa mientras abraza con las manos una infusión en el salón de su casa.
Se esforzó por serlo. Pero el éxito, lejos de traerle plenitud, se convirtió en una trampa dorada. “Para mí lo más heavy es cuando visualizas una puerta arriba de la escalera mucho tiempo, te esfuerzas muchísimo para llegar ahí y, cuando llegas y la abres, lo que encuentras es una pared tapiada”, explica la cantaora, describiendo con una metáfora demoledora la sensación de vacío que experimentó tras conseguir, en 2008, la Lámpara Minera y cuatro premios más en el Festival de Las Minas de La Unión, uno de los reconocimientos más prestigiosos del flamenco. Fue la primera mujer en conseguirlo.
Tras lograr el premio, se abrió una grieta en ella. Se vio repitiendo noche tras noche un repertorio que cantaba pensando más en qué iba a gustar al público presente y en cómo despertar ovaciones que en las emociones que ella estaba sintiendo. Pero siguió haciéndolo: se coronó como una de las grandes cantaoras de su generación. Festivales de flamenco, teatros y peñas, Rocío Márquez acudía allí donde era requerida, en España y, cada vez más frecuentemente, fuera del país. Publicó un disco, Aquí y ahora, y enseguida firmó con Universal Music, con quien ha mantenido una relación de 10 años y cinco discos: Claridad (2012), El Niño (2014), Firmamento (2017), Visto en el jueves (2019) y Tercer cielo (2022).
Su necesidad de ser aceptada y respetada en el flamenco fue tanta que hasta se oscurecía el pelo para encajar en el molde estereotipado de la artista racial. Pero la grieta que se había abierto tras ganar en La Unión se fue profundizando. Fue entonces cuando comenzó a plantearse: ¿a mí cantar me hace feliz? ¿Yo por qué estoy haciendo esto? ¿A quién quiero contentar? ¿Qué hay detrás de todo esto?
“El conocimiento me da libertad”. Es la respuesta que la cantaora da cuando se le pregunta por su doctorado y por cómo trató de responder a aquellas preguntas. Trabajando en El Niño, dedicado a la figura del cantaor Pepe Marchena, apodado Niño de Marchena, comenzó sus estudios de doctorado. Decidió investigar sobre técnica vocal. Lo hizo desde la práctica, estudiándose a ella misma y a otros compañeros y compañeras de profesión, apoyándose en la tecnología disponible (resonancias magnéticas, por ejemplo, un software específico para estudiar la voz) y en el trabajo de campo.
Decidió incluir algo que generalmente queda fuera de este tipo de investigaciones: la afectación hormonal a la voz, con conclusiones reveladoras sobre cómo la menstruación hace perder agudos a las mujeres cantaoras o les hace, en ocasiones, cambiar su cualidad vocal (una voz más áspera y seca) y, sin embargo, ser un vehículo más adecuado para la transmisión de emociones. “Fue difícil hablarlo con algunas compañeras de mi generación, pero, sobre todo, mayores que yo”, confiesa Márquez. “A algunas les da mucho pudor hablar de esto”.
Todo ese autoconocimiento no hacía más que agrandar la grieta, que terminó de romperse con la llegada de la pandemia. “Yo necesitaba ese reseteo y la vida me lo puso en bandeja”, reflexiona. En aquellos días ociosos en los que había que permanecer encerrados, nació un disco sin querer. La cantaora pudo detenerse a jugar, experimentar con su voz y los recursos que le ofrecía la música electrónica de la mano del productor jerezano Bronquio (Santiago Gonzalo). Pasado el encierro, se plantearon dar forma a aquel experimento, pero Márquez se resistía a hacerlo. Después del confinamiento, Márquez tomó la decisión más arriesgada de su carrera: parar completamente y cancelar todos sus proyectos. De nuevo, un proceso lento, lleno de miedos y de dudas que, sin embargo, culminaría en su disco más celebrado por crítica y público, Tercer cielo, con el que sigue girando tres años después y vendiendo todas las entradas allí donde son reclamados.
Aquel trabajo le permitía hacer algo que se había convertido en un problema: volver a disfrutar en el escenario. Rocío Márquez no quería seguir cantando. Y llegó a fantasear con la idea de abandonar la música. “Me llegué a plantear: ¿yo con el huerto puedo vivir? ¿Cuánto dinero necesito, si yo gasto menos que un mechero? ¿Qué necesito realmente? ¿Qué espero yo de la vida?”. Pero no era capaz de asumir el riesgo. Con Tercer cielo comenzó a experimentar algo completamente nuevo: “Fue maravilloso ir recuperando el amor por el cante conforme le iba perdiendo el apego”. La fantasía de dejar el cante, que al principio le aterrorizaba, comenzó a liberarla. Y así, en silencio, fue abandonando el circuito flamenco más tradicional. Tan solo mantuvo los festivales que le permitían acudir con su último disco. Esta nueva forma de aproximarse al género refleja una filosofía más amplia sobre su relación con el arte. “Yo he ido entendiendo que depende de mí si quiero percibir el flamenco como una amplia paleta de colores o si lo quiero percibir como camisa de fuerza, porque el flamenco lo es todo, lo admite todo”, declara con convicción.
En este contexto de renovación vital surge su colaboración con Pedro Rojas Ogáyar, guitarrista clásico y experimental que vivía un momento similar de cuestionamiento artístico cuando se encontró con Rocío Márquez. “Somos dos personas con un momento vital y artístico muy similar, pero de dos mundos completamente diferentes. Lo mismo que ha vivido ella en el flamenco lo he vivido yo en la clásica”, confiesa el guitarrista en una conversación que tiene lugar tras terminar el primer ensayo de la puesta en escena del nuevo disco.
Su propuesta inicial fue crear un disco de nanas a los hijos que ninguno de los dos tiene. Márquez conectó inmediatamente con la idea, pero cuando comenzaron a improvisar el proyecto tomó un rumbo diferente. El catalizador fue Poesía vertical, del argentino Roberto Juarroz, un libro que había acompañado a la cantaora durante dos años. “Yo no puedo improvisar sin letra, necesito la palabra para estructurar lo que canto”, explica ella. Fueron los poemas los que les llevaron a aflorar el duelo y transformaron el disco en un réquiem. El desafío era considerable: Juarroz no escribe en verso ni rima, y Márquez necesitaba encontrar la manera de encajar sus ideas en las estructuras del flamenco, que de forma natural afloraron en la música improvisada. “Muchos de sus versos se cuelan, pero las letras son mías”, explica. En este proceso la acompañó la escritora Carmen Camacho, quien la ayudaba a afinar los versos con una filosofía particular.
Para Pedro, que nunca había estudiado flamenco, el reto era diferente pero igualmente complejo. Le costó especialmente entrar a compás en la soleá —en el disco se puede escuchar cómo Rocío le marca el compás al arranque—. Sin embargo, el proceso creativo fue inusualmente rápido para una artista que se reconoce “más lenta” en sus procesos. “Nosotros empezamos a vernos en junio; en agosto estaba todo, y en septiembre empezamos a grabar”, cuenta.
El resultado, Himno vertical, contiene registros vocales que ella nunca había probado, una forma de cantar que, con el ropaje sonoro que le ofrece Rojas Ogáyar, se transforma en algo oscuro, profundo, telúrico. “Es una manera totalmente distinta de accionar a la que yo había usado anteriormente. Viene de otro sitio”, admite la cantaora. Por eso ella insiste en la idea de no ser la autora, sino el canal para el disco.
Cada tema es una exploración diferente del duelo. No desde la autocompasión, sino desde la transformación del dolor en belleza. “Hay que aprender a querer también. Y, a veces, implica que en el camino estamos sufriendo, porque identificamos con amor cosas que no son amor, que son apegos”, reflexiona Márquez. La presencia de su prima Nuria atraviesa todo el trabajo, desde las composiciones hasta las imágenes que acompañan físicamente al disco. La carátula contiene un altar lleno de objetos personales de Rocío, muchos de ellos relacionados con su familiar fallecida.
Himno vertical marca también la independencia discográfica de Márquez, quien decidió no renovar con Universal Music y ser la dueña del proceso de principio a fin. “Llega un momento en el que sientes que no tiene sentido hacer el camino de la misma manera, porque las discográficas tienen unas formas bastante estandarizadas en las que yo no me siento especialmente cómoda ahora”, explica. Desde su retiro rural, Rocío Márquez ha redefinido completamente su concepto del éxito. No le interesan los grandes espacios. No sueña con llenar un pabellón de deportes ni ser la música con más seguidores o escuchas en Spotify, tampoco sentirse reconocida en el flamenco: “No me gusta tocar en espacios donde caben más de 2.000 personas, mido mucho ese tipo de actuaciones”, confiesa.
A pesar de todas las crisis, Márquez tiene claro cuál es su verdadero logro: “Las emociones más fuertes que yo he sentido en la vida, las más puras —y uso la palabra por mucho coraje que me dé— tienen que ver con el cante. Perder eso por confundir términos, por estar donde no quiero estar y hacer lo que no siento, me daría mucha pena”.
Ahora vive una etapa de mayor libertad creativa. “Decido los proyectos en función de cómo se me coloca el cuerpo”, explica. Su rutina actual incluye la meditación, el cuidado de su huerto y una nueva forma de escuchar la música que incluye a artistas no flamencos. Su “trío de ases” actual, de hecho, no lo son: Diamanda Galás, Björk y Fátima Miranda son sus principales influencias.
Himno vertical se plantea en directo como una experiencia transformadora. “Creo que todo el mundo que entra en el disco sale de otra manera. Hay rito y hay sanación”, asegura Rojas Ogáyar. Aunque hicieron dos presentaciones crudas antes de la presentación del disco, una en el Centro Botín de Santander y otra en París, ambos han trabajado en una puesta en escena planteada desde principio a fin como una obra completa, lo suficientemente abierta para que el estado de ánimo de ambos quepa. “Cada Himno vertical en cada sitio va a ser una cosa diferente”, admite el guitarrista.
No ha sido hasta este septiembre que han comenzado los directos —recientemente, en Vic y Barcelona, y próximamente, en Bruselas y Córdoba—, que alternarán con presentaciones intimistas, desnudas y directas, como las dos primeras, con las que contarán con mayor escenificación, algo que les ha ayudado a preparar el director de escena y actor Fran Torres. Para Rocío Márquez, este momento representa la síntesis de un largo proceso de autoconocimiento: “He tenido la inmensa fortuna de que en esta vida me ha tocado aprender o tener esos sentimientos menos amables a través de experiencias preciosas. Es un milagro haber llegado hasta aquí”, reflexiona.
“Yo siento que el duelo de Rocío es el canal para que le sucedan las cosas que le tienen que suceder a nivel artístico, porque yo lo que noto es lo que viene, que esto no es algo puntual”, afirma rotundo su compañero de disco.
Desde su refugio rural, con las actuaciones tan espaciadas que le permiten regresar a casa y visitar a la familia en Huelva cada semana, Rocío Márquez ha encontrado la fórmula para que el flamenco siga siendo, ante todo, una forma de vida y no solo una profesión. “A mí, más que la parte material, lo que me ha costado más soltar es la relación con los otros. Eso ha sido lo más difícil”, confiesa.
Pero el resultado de este proceso de liberación se plasma en cada nota de Himno vertical, un álbum que confirma que sus mejores años artísticos están por llegar. Como ella misma canta, “desandando lo andado”, ha logrado que su ropa arda para renacer desde un lugar más auténtico y personal.