Miguel Leiro, diseñador: “El diseño es una herramienta de pensamiento”
Con una producción más bien pequeña, Miguel Leiro ha sido reconocido con el Premio Nacional de Diseño en la modalidad de jóvenes profesionales. Su gran logro está en haber promovido la bienal Mayrit, centrada en el diseño a partir de planteamientos especulativos
La profesión del diseño tal y como la conocíamos hasta hace muy poco ya no existe. Como muchas, en los últimos años se ha transformado muy rápido. En su caso, se ha expandido hacia áreas totalmente inéditas, de las que han surgido nuevos enfoques y especialidades, sobre todo digitales, pero también de carácter artístico, experimental o especulativo. Su contexto, sus procesos, sus canales y su modo de materializarse (o no) se han desarrollado tanto que lo que antes eran los ámbitos hegemónicos del diseño, ahora representan solo una parte. Sin embargo, fue en aquel contexto, reciente pero ya obs...
La profesión del diseño tal y como la conocíamos hasta hace muy poco ya no existe. Como muchas, en los últimos años se ha transformado muy rápido. En su caso, se ha expandido hacia áreas totalmente inéditas, de las que han surgido nuevos enfoques y especialidades, sobre todo digitales, pero también de carácter artístico, experimental o especulativo. Su contexto, sus procesos, sus canales y su modo de materializarse (o no) se han desarrollado tanto que lo que antes eran los ámbitos hegemónicos del diseño, ahora representan solo una parte. Sin embargo, fue en aquel contexto, reciente pero ya obsoleto, cuando Miguel Leiro (Santiago de Compostela, 30 años) se obsesionó con el diseño. Procede de una familia en la que su bisabuelo y abuelo habían sido ebanistas en Cambados, especializados en talla de madera y muebles a medida, mientras que su padre, Francisco Leiro, es escultor. Que Miguel terminara estudiando Diseño Industrial parece el resultado del cruce de ambas herencias. Una especie de evolución natural genética.
“A los 16 años tuve la suerte de obsesionarme locamente por una cosa”, dice subrayándolo en positivo. Fue por un libro sobre Charles y Ray Eames que cayó en sus manos, dos grandes figuras del diseño industrial del siglo XX. A partir de ese momento supo a qué quería dedicarse. “Pienso que fue una gran suerte, porque hay personas que se esfuerzan mucho por encontrar algo que les apasione. Aunque a veces me haya generado angustia y muchas noches sin dormir, si hay una cosa que he aprendido a lo largo de mi trayectoria es lo bueno que a veces sale de lo angustioso. La profesión del diseñador es muy de prueba y error, y eso te aporta una gran perspectiva. Cuando estaba estudiando la carrera, una vez un profesor me dijo: ‘Rompe tu prototipo’. Me pareció tan radical… pero era para que comprobara por dónde se rompía, dónde estaban los fallos y qué no funcionaba”.
Aquello se le debió quedar muy dentro porque en su vida personal y profesional ha roto el prototipo una y otra vez. Nació circunstancialmente en Santiago de Compostela, ya que sus padres en aquellos años vivían en Nueva York. Allí se crio, pero pasaba los meses de verano en Galicia, así que hablaba inglés más un híbrido de castellano y gallego. Su padre le hablaba en gallego, pero su madre no, porque era madrileña. Cuando tenía 10 años regresaron a España, aunque después él volvió a Nueva York para estudiar Diseño Industrial en el Pratt Institute. “Durante la carrera tenía un grupo de amigos que, como yo, estaban obsesionados con el diseño. En vez de salir por las noches, nos quedábamos leyendo libros… En ese momento, mi sueño era trabajar con Konstantin Grcic, Jasper Morrison, Patricia Urquiola o Jaime Hayon (para quien, de hecho, más tarde terminaría trabajando una temporada). A mí me gustaba mucho el diseño europeo. Le cogí un poco de tirria al enfoque americano, tan centrado en el diseño estratégico y en el negocio. Su mentalidad es muy distinta, es neoliberal. Sin embargo, a mí me interesaba más la cultura del proyecto”. Una corriente de pensamiento eminentemente italiana que pone en el centro del diseño el contexto cultural, social, económico y humano.
En tan solo 10 años, aquel universo eclipsado por las grandes estrellas del diseño en el que se formó Leiro ha dejado de ser tan hegemónico. La dificultad para los diseñadores industriales de acceder al círculo de empresas para las que trabajaban Grcic, Morrison, Urquiola o Hayon era tan complicado que ha ido expulsando o redireccionando a las generaciones de diseñadores más jóvenes hacia otros ámbitos o intereses. También hacia otras formas de proyectar, lejos de los conceptos, los sistemas de producción y los mercados del mainstream del diseño industrial. Esta realidad es la que Miguel Leiro quiso abordar cuando empezó con el proyecto de Mayrit, en un primer momento para dar visibilidad a todos estos jóvenes diseñadores que estaban trabajando fuera de los circuitos establecidos.
Su propia imposibilidad de acceso y su creciente interés por los aspectos culturales, arqueológicos y antropológicos del diseño le llevaron en 2017 a pedir la beca para diseño de la Real Academia de España en Roma. Allí, su fascinación por la cultura del proyecto se disparó. “Después de irme a estudiar la carrera a Estados Unidos, a reencontrarme con mi yo americano, y luego volver otra vez a España para irme a Valencia, de nuevo solo, a trabajar con Jaime Hayon… se me hizo todo un poco duro, fue una época bastante hostil. Así que me instalé una temporada en Galicia para recomponerme, porque mentalmente estaba un poco confundido. No sabía qué persona quería ser”, explica.
“A partir de ahí empecé a diseñar mis propias piezas y después pedí la beca de la Real Academia de España en Roma. En Italia me di cuenta de que la cultura del proyecto era algo que resonaba mucho en mi trabajo. Era un concepto que daba nombre a lo que yo estaba intentando construir. Para mí, la cultura del proyecto en el ámbito del diseño es algo que tiene que ver con una sensibilidad y un entendimiento de todos los elementos que intervienen en el acto de proyectar: el contexto social, político, industrial, cultural, artístico, estético… Alrededor de proyectar hay tanto una responsabilidad como un acto de compartir, pero también una belleza y un disfrute. Y es algo que aplica tanto al diseño de una vasija de vidrio soplado como a una bienal. Se trata de entender que cualquier acto que hacemos como diseñadores, también puede ser un acto con un valor cultural. Esta es mi mentalidad de trabajo”.
Después de pasar por Roma, se instaló en Madrid y comenzó a desarrollar pequeñas exposiciones y su proyecto de mayores dimensiones: Mayrit. El enfoque de esta bienal está siempre ligado al agua, en referencia a su presencia en el lugar a la que apunta este antiguo topónimo árabe de Madrid. Si bien la primera edición de 2020 funcionó más como un festival, enseguida evolucionó a una bienal, planteando marcos teóricos de trabajo alrededor del agua. En 2022, lo desarrolló el Institute for Postnatural Studies y exploraba los mundos sumergidos, proyectándose hacia posibilidades distópicas en torno a la ecología de un modo especulativo. En 2024 fue la arquitecta e investigadora Marina Otero Verzier la encargada de desarrollar un planteamiento menos distópico y más aspiracional, titulado Wet Dreams (Sueños húmedos), en la que se abordaba el diseño desde el deseo propio de crear nuevos mundos. En 2026 girará en torno a los supermodelos, con un marco teórico desarrollado por la comisaria portuguesa Eduarda Neves y por el artista y comisario canadiense Mohammad Salemy, invitando a reflexionar sobre si los modelos no solo representan la realidad sino que, además, también la producen.
“Aquel tiempo supuso para mí una especie de viaje personal hacia un entendimiento más global del diseño”, reflexiona en referencia a su paso por la Real Academia de España en Roma. “Me di cuenta de que, desde lo multidisciplinar, el diseño también es, en muchos sentidos, una construcción política, social y económica. A partir de ahí, algo hizo clic en mí y comencé a comprender el diseño desde una perspectiva más amplia, no tanto como un objeto sino como una narrativa en sí misma. Por un lado, me volví más crítico con el sector, mientras que, por otro, amplié mi visión a través de la investigación. No es que me desilusionara con el diseño industrial más clásico, porque me sigue encantando. Pero, en un momento dado, comprendí que un diseñador no tiene por qué estar haciendo solo sillas, sino que puede ser muy radical desde otros lugares, como una publicación o una bienal”.
Esta última frase define de una manera bastante precisa cómo se ha ido transformando el perfil del diseñador en los últimos años, pasando de lo estrictamente tangible a incorporar esferas intangibles. Saliéndose de sus metodologías para abordar lo experimental. Alejándose de manera consciente de lo racional y la lógica hacia la incertidumbre y lo especulativo. “Yo creo que el diseño hoy es una herramienta de pensamiento. Es una herramienta que nos permite crear otras herramientas. Es una herramienta mental que nos permite proyectar. Es como una metaherramienta. No sé si tiene mucho sentido esto”, dice siendo consciente de que divaga. “Pero si liberamos las definiciones más clásicas del diseño, ligadas al capital, el consumo y la industria, y permitimos que aflore otro tipo de pensamiento más filosófico o antropológico, el diseño se convierte en una forma de pensar con la que podemos, por ejemplo, rediseñar modelos y no solo cosas. Y esto lo dice una persona a la que le encanta hacer muebles”, resume riéndose de sí mismo.