Paco Ibáñez, el juglar rojo: “Ya no hay indignación, ya no hay opinión, todo es yo, ¡el ‘yoísmo’!”

El artista que cantó y canta a los grandes de la poesía en español cumplió hace poco 90 años, de los que ha empleado más de 60 en pisar escenarios de medio mundo y publicar un buen puñado de discos a caballo entre la creación musical y el activismo político. Lo celebra con un nuevo álbum en ciernes y varios conciertos. Tiene 90 en el DNI pero, asegura, 30 en el espíritu.

Paco Ibañez, retratado en su casa de Camallera (Girona) el pasado 17 de diciembre.Caterina Barjau

Paco Ibáñez se morirá —y los demás también— sin saber por qué su adorado tío Ramón, un kashero cascarrabias del pueblo de Aduna (Gipuzkoa), cada vez que él le preguntaba “¿Zer moduz, osaba?” (¿Qué tal estás, tío?), le contestaba “¡Gaizkiiii!” (¡Maaaal!). Pero qué otra cosa es la vida que las grandes preguntas sin respuesta o con respuesta indescifrable. Él, al contrario que el osaba Ramón, se encuentra bien, gracias. Si no, no se explicaría que los 90 ...

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Paco Ibáñez se morirá —y los demás también— sin saber por qué su adorado tío Ramón, un kashero cascarrabias del pueblo de Aduna (Gipuzkoa), cada vez que él le preguntaba “¿Zer moduz, osaba?” (¿Qué tal estás, tío?), le contestaba “¡Gaizkiiii!” (¡Maaaal!). Pero qué otra cosa es la vida que las grandes preguntas sin respuesta o con respuesta indescifrable. Él, al contrario que el osaba Ramón, se encuentra bien, gracias. Si no, no se explicaría que los 90 años que cumplió el 20 de noviembre los afronte ni más ni menos que preparando un nuevo disco —Érase una vez— con alguna composición inédita y nuevos arreglos y adaptaciones de temas viejos, y con una minigira que le llevará, de momento, a Barcelona (Palau de la Música, 16 de enero), Madrid (Teatro Coliseum, 27 de enero) y Bilbao (Teatro Campos Elíseos, 15 de febrero), aunque ya tiene previsto otro recital sin fecha confirmada en París.

Para quien —en tiempos como estos de genios musicales españoles y latinos a repetición y fotocopiamente ocupando sin desmayo la primera plana— no conozca a Paco Ibáñez, hay que empezar diciendo que hablamos de un pionero. Él fue el cantautor que empezó a poner voz y guitarra hace más de 60 años a los grandes de la poesía en español. Desde Góngora y Lorca hasta José Agustín Goytisolo y Gil de Biedma pasando por Neruda, Rubén Darío, Blas de Otero, Celaya, Cernuda, Alberti o Miguel Hernández, su timbre ronco y feroz ha retumbado en escenarios de medio mundo y en sucesivos discos convertidos ya en clásicos, siempre en un cruce de caminos entre la creación musical y un incansable activismo de izquierdas que lo convirtió en presa recurrente de la censura franquista.

Nacido en Valencia de un valenciano y una guipuzcoana que se habían conocido en París, su biografía marea un poco. Tras vivir en Valencia y en Barcelona, la familia se exilió en Francia tras la derrota de la República en la Guerra Civil. El padre, un ebanista anarquista del que él aprendería el oficio, fue detenido e internado en los campos de trabajo de Saint-Cyprien y Argelès-sur-Mer, en el sur de Francia. Fue cuando la madre y los hijos regresaron a España, instalándose en San Sebastián. El pequeño Paco fue enviado entonces a Apakintza, el caserío familiar de Aduna, con sus tíos y abuelos. Allí, cantando a las vacas y a las ovejas, se fraguó el vascoparlante que es (habla castellano, euskera, catalán, francés, italiano y hebreo), recuerdos que recogería en 1999 en su disco Oroitzen (Recordando). En 1948, su madre, sus tres hermanos y él cruzaron la frontera y se reunieron en Perpiñán con el padre. Tras unos años allí, marcharon a vivir a París, ciudad que cambiaría la vida de Paco Ibáñez. Allí conoció, en 1955 y durante un concierto en la sala Olympia, a Georges Brassens, que a la postre sería el clic que le llevaría a dedicarse a la canción. El músico que se marchó A galopar con Alberti ha vivido en Valencia, Barcelona (varias veces), Madrid, Perpiñán, Aduna, París (varias veces) y ahora, desde hace dos años, lo hace con su compañera Julia en Camallera, un pueblecito perdido del Empordà. Allí nos sentamos con él para hablar del ayer pero, sobre todo, del hoy. Que del mañana, ya si eso.

El cantautor descansa en el jardín de su casa de Camallera (Girona), donde vive desde hace dos años con su compañera Julia.Caterina Barjau


Si yo le preguntara cómo es que con 90 años prepara un nuevo disco y una serie de conciertos, usted podría contestar con toda ley que los 90 es una edad como otra cualquiera, ¿no?

Sí, pero también diría que esos 90 años han pasado en cuatro meses. Joder. Yo oigo eso de que tengo 90 y digo: ¡pero si yo sigo teniendo 30! Treinta máximo. Eso es un sentimiento, ¿eh?, no es físicamente medible, claro, pero lo tengo aquí y aquí [se señala la cabeza y el corazón]… bueno, y en la musculatura, claro. Y en el carácter.

¿Qué le pide el cuerpo? ¿Cantar lo de siempre, poner voz a los poetas, o cantar cosas nuevas que sorprendan a sus seguidores?

No… que sorprendan, no, pero que lo vivan, que vivan esas canciones de verdad. Que las canciones nuevas se metan dentro de ellos, dentro de su cuerpo y de su alma. O sea, a ver… ¿dónde está el campeón del mundo de la canción? [Paco Ibáñez busca y rebusca por encima de la mesa y coge entre sus manos un libro sobre Georges Brassens]… ah, sí, aquí está. Mira, tú cantas una canción de Brassens y, joder, parece que hay más luz, parece como que te acompaña algo positivo, y que ese algo se lo puedes ofrecer a otros. A eso me refiero.

Ese señor es Dios para usted, ¿no?

Dios no sé dónde está. Pero si existe, pues a lo mejor es Brassens.

No sé dónde está Dios, pero si existe a lo mejor es Brassens

¿Puede contar aquí su primer encuentro con él, aquella noche de 1955 en el Olympia de París?

Bueno, a ver, cuando nos fuimos de Perpiñán a vivir a París, yo escuchaba en la radio y por las calles todo el tiempo aquello de “¡Gare aux gorilles!” [”Cuidado con los gorilas”, estribillo de una de las canciones más populares de Brassens, Le gorille]… ¡y no me gustaba nada aquello! Tú comparabas aquello con cualquier canción, yo qué sé, de Antonio Machín o de Negrete, y no había comparación. Yo me decía: “Estos franchutes no tienen ni puta idea de lo que es cantar, joder”, y venga todo el tiempo “¡Gare aux goriiiiilles!” [canturrea el estribillo]. Estaba hasta las narices. Pero un buen día conocí a Pierre Pascal, que fue el que tradujo las letras de Brassens al español, y me enseñó sus canciones, las letras, y dije: “Joder, ¿este tío es el de los gorilas? ¡Si es un genio!”. Y una noche Pierre Pascal me lo presentó en el Olympia. Y unos días después, en casa de unos amigos comunes, mi padre hizo una paella para Brassens. Y mira que soy agnóstico, pero creo que me puse a rezar para que a mi padre le saliera bien aquella paella, y, sí, salió una paella de la hostia. Y a partir de ahí entré en su mundo, en el mundo de la canción profunda… que es Brassens.

¿Cree que fue gracias a él que ha sido usted el Paco Ibáñez que hemos tenido?

En parte, seguro que sí. Me captó. Y a partir de ahí, todo lo que hice partía de su repertorio. Y otro que también tiene miga es Leo Ferré, qué tío. Una noche fuimos a verle a un teatrillo de la zona de République, y al final me lo presentaron. Cuando me vio, me agarró la cara y me miró fijamente y se echó a llorar… ¡nunca supe por qué, a quién le recordaría yo! Y no sé por qué cuento yo esto ahora [y se pone a cantar Avec le temps, de Ferré].

Eso que ha dicho antes de entrar en el alma de la gente… se dice fácil, pero parecen palabras mayores. ¿Cómo se hace eso?

Bueno, tienes que tener buen material para poder ofrecer.

No creo que sea sólo eso… también habrá que tener arte para introducir ese material, ¿no? Hay creadores con “buen material” que no siempre tienen garantizada la virtud de entrar. Si tuviera que retratarse, ¿qué virtud cree que ha tenido para ser capaz de “entrar” en el público?

Para entrar en el alma de la gente tienes que coger la canción y cantarla… y no sólo cantarla, sino representarla también.

“Representar una canción…”, interesante. ¿Y cree que el público, al escucharlas, pensarlas y disfrutarlas, también construye un poco las canciones?

Digamos que no crea la planta pero sí la riega. Esa sería la imagen. Cada vez que un espectador escucha la canción y la disfruta, va regando la planta. Y eso es lo que pasa con La mala reputación, de Brassens, o con A galopar, de Alberti, ¿quién no las conoce ya?, pero cada vez cambian. Y le llegan al alma. Y entonces él tiene ganas de transmitírsela a otro. O a él mismo otra vez… Miles de personas cantando juntas A galopar… les da vida, es como una inyección de vida.

Y cuando lo hacen, o cantan otra canción en medio de un recital, ¿usted les ve las caras, interpreta esas caras?

No veo las caras, oigo las caras. Y me gusta.

¿Qué cree que supone, en tiempos como estos…

¿En tiempos de ignominia, como decía José Agustín Goytisolo?

Eso es. ¿Qué supone en tiempos así acudir a un teatro a escuchar a un cantautor que, además, canta textos de poetas? O directamente: ¿qué supone leer poesía? ¿No es casi un acto de rebelión?

Supone la necesidad que tiene mucha gente de escuchar o leer palabras que dan vida, y que animan cuando uno está bajo de moral. Palabras que hacen que te comas el mundo. Exagero, pero esa es la función de los poemas y de las canciones. Crear conciencias, también.

¿Le gusta pensar que, cantándolos, usted al final también hace un poco esos poemas?

Lo que me da por pensar a veces es: “Joder, he tenido suerte, suerte de poder cantar a todos estos poetas, pero habría tenido doble suerte si encima esos poemas los hubiera escrito yo”.

21 de mayo de 1991. Rafael Alberti y Paco Ibáñez, en el teatro Alcalá Palace de Madrid, interpretando la versión de Ibáñez del poema 'A galopar'.Miguel Novack

Eso no vale. O sea, haber sido usted Cernuda, Góngora, Alberti, Gil de Biedma y Lorca y todos los demás a la vez, ¿no?

¡Exactamente! No, en serio, mi misión principal ha sido poner mis canciones al servicio de todos ellos, de sus poemas, ponerlos en primera fila para que la gente los escuche y en muchos casos los descubra. Si tú tienes el poder de transmitir eso con el corazón y no lo haces, serás un desgraciado.

Pero cantar a los grandes poetas es muy arriesgado. A Paco Ibáñez le ha salido bien en toda su carrera, pero si sale mal poner voz a Lorca, a Cernuda, a Góngora… se nota mucho más, el margen para hacer el ridículo crece.

Ya, pero eso pasa en todos los oficios, ¿no? Si lo que haces en tu profesión lo haces mal, ¡pues malament, como dicen los catalanes!

O gaizki

¡O gaizki, como decía el tío Ramón! No, pero volviendo a eso: o te sale o no te sale, o aciertas o no aciertas. Y tú eres el primero, con tu criterio, que puedes ver que eso o lo otro te ha salido una caca, que no está ni para cantarlo en casa. Ahora bien, ¿por qué me salió a mí, por ejemplo, la Canción del jinete, de Lorca?

¿Por qué?

Pues porque mis padres, en Perpiñán y en París, nos llevaron de muy jóvenes a los teatros para ver a los flamencos bailar y cantar, a Antonio el Bailarín, a Pilar López, a Teresa y Luisillo… Nos llevaban al Théâtre des Champs-Elysées y nos impregnábamos de flamenco, y el director del teatro, como veía que nos interesaba tanto, nos dejaba andar por allí todo el tiempo, y eso se queda dentro aunque tú no te enteres, si no, ¿de qué iba yo a tener dentro de mí toda esa materia prima? Y al final, cuando vas a hacer una canción, pues claro, sale. Y toda esa impregnación de la que hablaba fluye, y entonces llega un momento que dices: “¡Coño, que esto ya no es un poema, es una canción!”.

Sabiendo casi seguro que no habrá respuesta… ¿cuál de todos esos poetas que ha cantado, si tuviera que quedarse con uno, le sigue quitando el alma?

No sé, pero… fíjate Góngora, La más bella niña fue una de las primeras canciones que hice, ¡y sin embargo no pude ir a ver a Góngora a ningún teatro, ja, ja, ja! Fíjate Góngora, cuando escribe “Dejadme llorar / Orillas del mar”. No escribe “Dejadme llorar / A orillas del mar”, eso sería romanticismo barato, le quita la “a” casi sin que nadie se dé cuenta. “Dejadme llorar / Orillas del mar…”, eso tiene una dimensión tremenda. Se produce ahí un potaje inmenso. ¡Le pides al mar que te deje llorar! [y Paco Ibáñez se pone a cantar la canción de La más bella niña].

Pues hay gente que cuando ve a alguien leyendo poesía, le pone cara como de querer decirle que está en otro planeta…

Sí, como de decir “este se ha quedao en el apeadero”.

Y con los cantautores clásicos empieza a pasar lo mismo. Llamé a una de las discográficas más importantes que, además, publicó alguno de sus discos. Le dije a un señor a ver si me podía ayudar a encontrar el teléfono de Paco Ibáñez. Dijo: “No sé quién es, ni me suena”.

¿Qué dijo, “Paco me suena pero Ibáñez no, no?, ¡ja, ja, ja!

Un adorno es algo que te pones y te quitas y ya está, pum. Y si se trata de una canción, pues eso se queda en algo de paso, en una frivolidad

Le voy a leer una frase.

A ver.

“Nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno”.

Gabriel Celaya.

¿Esto quiere decir de alguna forma que en una canción el mensaje debe prevalecer? ¿Está de acuerdo con eso?

Claro, porque un adorno es algo que te pones y te quitas y ya está, pum. No permanece. Entonces, si se trata de una canción, pues se queda en una canción de paso, en una frivolidad. Pero una canción que queda dentro de ti porque tiene profundidad, eso ya no es un adorno. No te la quitas de encima como quien se quita una corbata que se ha puesto para adornarse. Entra con fuerza y se queda en la gente.

¿Le gusta pensar que usted no lo ha sido? Frívolo.

Hombre, yo no sé si he conseguido esa fuerza que me he propuesto tener, pero que la quería tener, de eso sí estoy seguro. Y es lo que he perseguido. ¿Si lo he conseguido? Mejor. ¿Qué no lo he conseguido? Pues nada, en la próxima vida me dedicaré mejor a ello.

Paco Ibáñez, en el Casino de París en enero de 2019. Su recital conmemoraba el 50 aniversario de su concierto de 1969 en el Olympia.Christophe ARCHAMBAULT (AFP / GETTY IMAGES)

Un amigo suyo, el artista Frederic Amat, escribía hace poco un artículo refiriéndose a la forma de cantar de Paco Ibáñez, y hablaba de “la dificultad de combinar vocación estética con preocupación cívica”. ¿Ha sido esa su vocación?

Simplemente quiere decir que quieres que el árbol dé sus frutos. Que dé buenas manzanas, reineta a poder ser.

Por ejemplo: “A galopar hasta enterrarlos en el mar”, de Alberti, suena a la vez hermoso y terrible. Es bello y es eficaz, ¿no?

¡Enterrarlos hasta que desaparezcan! ¡Y además en el mar! Qué imagen, ¿no? Es un poeta deseando a algunos lo que se merecen… pero escribiéndolo así de acertado. “Hasta enterrarlos en el mar” tiene una fuerza de la leche.

Si la letra se refiere a quienes parece, la cosa se está poniendo complicada. Están ahí, y subiendo.

¡Hombre, que si están! Pero están porque les dejan estar. Ya no hay indignación, ya no hay opinión. Fíjate lo que están haciendo los israelíes con los palestinos. Y nadie se inmuta, nadie grita socorro. La gente dice: “Ufff, mira eso que ha pasado, no me gusta”, hala, y a otra cosa, muchachos. La gente no se interesa por lo que les pasa a los demás. Todo es yo, yo, yo. ¡El yoísmo!

¿Qué le parece que cada vez haya más gente joven dispuesta a votar a formaciones de ultraderecha?

¡Esos se equivocaron al nacer!

Si no fuera feroz, esa observación sería cómica. ¿Y no cree que una de las razones puede ser que la ultraderecha ofrece mensajes simples y directos, sin gama de grises y fáciles de comprar, tipo “esto es blanco o negro” y “estás conmigo o contra mí”?

¿Cómo que no existe la gama de grises?

No, digo que parece no existir para según quién. Para los extremistas de cualquier signo no existe…

¿Grises? ¡Cómo se nota que tú no has dado un concierto en el Teatro de la Comedia de Madrid en 1968! ¡Porque aquello sí que estaba lleno de grises! Es broma, ¿eh? Allí estaba cantando yo, canciones que estaban prohibidas, y se empezó a calentar la sala, y empezaron a aparecer los grises con sus mosquetones. Pensé: “Me cago en la puta, la que se va a armar aquí. Va a haber potaje”. Pero el tipo que organizó aquel concierto, no sé cómo lo consiguió, pero logró que todas las canciones pasaran la censura. Increíble. ¿Y por qué estaba yo hablando de esto?

Por lo de que, para los extremistas, no hay gama de grises. O blanco o negro. Y que hay gente joven que está comprando eso, sobre todo a la ultraderecha. Bueno, joven y mayor.

¡Ah, sí! Bueno, es casi una reacción deportiva, tal y como yo lo veo. Votan a esa gentuza sin darse cuenta de lo que están provocando, de que son sinvergüenzas jugando su baza. Lo peor es que no hay conciencia de lo que esa gente representa. Quién iba a decir que la derecha y la ultraderecha se iban a imponer un poco por todos lados…

Hombre, la izquierda y la extrema izquierda también tendrán un poco de culpa, ¿no?

Mmmmm… sí, bueno, claro, supongo.

¿Y qué piensa hacer usted?

Seguir siendo el que soy.

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