Centauros del kayak
El equipo de K4 500 es una de las esperanzas de oro de España para los Juegos. Pasamos un día de entrenamiento con ellos. Saúl Craviotto —la leyenda—, Marcus Cooper —el analista—, Carlos Arévalo —la potencia— y Rodrigo Germade —el control de tracción—. Mitad hombres, mitad barco, el destino los espera en París
Si estos cuatro deportistas hercúleos y concienzudos tuvieran un lema épico, sería “sincronización y estabilidad”. Esto es lo que tienen que conseguir con su kayak de 11 metros mientras avanzan como una flecha en el agua metiendo y sacando la pala, inhalando y exhalando oxígeno en un furioso ritmo circular que al cabo de un minuto y diecinueve o veinte segundos —según el viento— y de 500 metros los deja secos, sin un gramo de energía, hasta el extremo de la congestión muscular, al borde del colapso de ácido láctico. Todos sus movimientos durante este esfuerzo fulgurante y bestial, unos 390 kil...
Si estos cuatro deportistas hercúleos y concienzudos tuvieran un lema épico, sería “sincronización y estabilidad”. Esto es lo que tienen que conseguir con su kayak de 11 metros mientras avanzan como una flecha en el agua metiendo y sacando la pala, inhalando y exhalando oxígeno en un furioso ritmo circular que al cabo de un minuto y diecinueve o veinte segundos —según el viento— y de 500 metros los deja secos, sin un gramo de energía, hasta el extremo de la congestión muscular, al borde del colapso de ácido láctico. Todos sus movimientos durante este esfuerzo fulgurante y bestial, unos 390 kilos de carne humana metidos en un estrecho barco de carbono con forma de escualo, surcando el agua a más de 25 kilómetros por hora, tienen que coincidir milimétricamente en el tiempo para que se produzca el prodigio hidrodinámico que los haga alcanzar su reto, el podio en París. Este equipo de K4 500, vigente campeón de Europa y plata en Tokio 2020 a dos décimas, un palmo, del oro de los alemanes, es una de las mayores esperanzas de España para ganar el oro en los Juegos y hace meses que trabaja en su engranaje de reloj suizo.
El líder es Saúl Craviotto (Lleida, 39 años), el deportista español con más medallas en la historia de los Juegos Olímpicos, cinco, empatado con el canoísta gallego David Cal, si bien el primero ha logrado dos oros y el segundo uno. Craviotto ocupa el hueco delantero del kayak. Es el “marca”, como dicen en la jerga kayakera. Detrás van en este orden Marcus Cooper, Carlos Arévalo, ambos con una función similar de control y potencia, y Rodrigo Germade, que funciona como un control de tracción: como va en el último sitio, detrás, recibe lo que generan los tres de delante, una masa de agua revuelta, sucia, y tiene el desafío de fijar bien la hoja, encontrar el apoyo en este sitio tan complicado para que el agua no escape y propulsar el barco hacia delante. “Saúl marca el ritmo y cada uno debe ir exactamente igual que él. Si va más alto o más bajo de paladas por minuto nosotros nos adaptamos a él, que es quien tiene más experiencia”, explica el mallorquín Cooper, de 29 años. Dan unas 155 paladas por minuto (2,5 por segundo) en los primeros metros, cuando de salida ponen el turbo, y luego bajan algo hasta una media de 130 paladas por minuto. Tienen que ser precisos dentro de una dinámica de vértigo. “Hay que ir muy rápido, pero con la mente fría”, resume Cooper. Con un oro y una plata en los Juegos, él será, junto a la regatista Támara Echegoyen, abanderado de España encabezando su barco en la ceremonia fluvial de apertura por el río Sena.
Pasamos un día con ellos en invierno mientras se ponían a punto en el Centro de Alto Rendimiento de Remo y Piragüismo La Cartuja, Sevilla, en el río Guadalquivir, testigo histórico de batallas y proezas, una lámina de agua ancha, larga y calma adecuada para los entrenamientos. En mayo, cuando el calor empezase a apretar en el sur, irían a un pantano en Asturias para la fase final de preparación antes de viajar a la capital de Francia para intentar sumar triunfos al medallero del piragüismo, el segundo deporte olímpico español con más metales (19), por detrás de la vela (21), y que en esta ocasión añade otro hito relevante gracias a la piragüista gallega Teresa Portela, plata en Tokio, que a sus 41 años acude a su séptima cita olímpica, récord femenino en España.
Son las ocho de la mañana y los K4 bajan a desayunar en su hotel. El primero en aparecer es Cooper, un rubio de cuerpo portentoso y mente analítica. Luego llegan los demás, se sientan y juntos echan energía a la caldera rutinariamente, algo somnolientos, abiertos pero parcos. Carlos Arévalo (Betanzos, 30 años) es el más fuerte de todos ellos, un búfalo que hace lo posible por liberar la energía de sus paladas de la manera más contenida para garantizar la coordinación de conjunto, o como se dirá en el particular lenguaje del kayak, para ir “bien enganchado”.
—¿Cómo te encuentras a estas alturas?
—Cansado —responde lacónicamente.
Craviotto, serio, habla sobre el estadio náutico de Vaires-sur-Marne, donde competirán, a unos 30 kilómetros de París. “Es un sitio abierto. Si sopla puede haber oleaje. Eso no le gusta a nadie”, dice. Arévalo comenta que se montarán gradas al borde del lago y que esto puede influir “en cómo le sople el viento a cada uno”. Germade, tímido y preciso, interviene para hablar de la palada: “No es cuestión de fuerza sino de tacto, de sensibilidad, de cómo enganchas el agua”. Arévalo incide en la cuestión técnica: “Es como se acopla la hoja de la pala al medio líquido”. Cooper explica la clave de bóveda de su deporte: “Metemos muchos kilos, muchos vatios de arranque, y el truco luego es mantener la inercia. El que consigue mantener el máximo tiempo posible el pico de velocidad inicial, es el que gana”. Arévalo: “Sí, la velocidad va a caer, pero hay que saber controlar para que no caiga demasiado. Eso se aprende con muchos pinchazos”. Germade compara el esfuerzo del kayak, por combinación de explosividad y resistencia, con los 400 metros en atletismo. Craviotto sube el primero a la habitación a prepararse para bajar al río. Los otros se quedan algo más en el desayuno. Cooper dice que en los últimos metros palean casi con “cero fuerza”. Le cuesta explicarlo: “Es como si te estuvieses moviendo pero no supieses cómo”.
—¿Es bonito?
—Es bonito, pero no mola sentirlo —responde Germade.
—Vas al máximo. Lo siguiente es la muerte —concluye Arévalo.
Una hora más tarde están en el agua haciendo ejercicios de calentamiento en K2, el kayak para dos personas. En la motora del seleccionador Miguel García solo hay sitio para el fotógrafo y el redactor los sigue en el catamarán que conduce Álvaro Fernández Fiuza, ayudante del seleccionador Miguel García y figura del piragüismo en largas distancias. Fiuza, como le llaman, dice: “La verdad es que se han juntado cuatro palistas excelentes”, y explica qué lo diferencia a él, de constitución más menuda, de estos bicharracos del K4: “Estos son de alta cilindrada. Son fórmula 1. Yo soy de rally. A veces rompe la culata, pero aguantamos”.
Al cabo de un rato se acerca a pedir agua Craviotto.
—¿De dónde viene su apellido?
—De Italia —dice jadeando el superatleta y policía nacional.
—¿Sabe de dónde en concreto?
—De Génova, de unos hermanos constructores navales que pararon en Granada. Uno se quedó en Sevilla y el otro se fue para México.
—¿En qué época?
—Isabel la Católica. Este apellido es más español ya que…
A Craviotto le viene el deporte de familia. Su padre, Manuel Craviotto, fue campeón del mundo de piragüismo en maratón. Fiuza vacila al campeón y le dice que en distancias largas no puede sacar pecho como en las cortas.
—Para fundirte a ti me llega —responde Craviotto.
—¡Me vas a fundir! A lo mejor me funde tu padre, pero tú no.
Luego, Fiuza confesará: “El otro día en un entreno me pilló con las fuerzas bajas y me reventó. Él había andado pachucho unos días. Entrené yo con él y al final parecía que el pachucho era yo. Nunca le puedes dar aire a un tío de estos”.
Está Sevilla preciosa, soleada pero fresca. En el río hay patos, garzas, se oye el trino de la cotorra argentina. Fiuza, veterano del kayak, disecciona a los cuatro: “Craviotto es la leyenda, un tío que nació para hacer piragua y con una cabeza privilegiada. Muy frío. Quizá pueda cometer un error en un campeonato menor, pero llega el día y la hora de verdad, los Juegos, y tienes un 99% de seguridad de que no va a fallar. Marcus es parecido, muy de cabeza. Y Germade y Arévalo son dos fuerzas de la naturaleza con unas cualidades brutales”. Y el jefe, dice, “es el Abuelo”.
Miguel García, el seleccionador, tiene 51 años, pero le llaman el Abuelo desde antes de haber cumplido los 30, cuenta Fiuza. Porque a diferencia de ahora, con casos de longevidad como Craviotto, el kayak era un deporte demasiado minoritario en el que los deportistas tenían que dejar pronto la competición para ganarse la vida con un oficio. En los últimos tiempos, la disciplina se ha desarrollado, y sin haber dejado de ser un deporte de nicho y de estrechez financiera, las nuevas generaciones han podido al menos hacer más compatible, durante más años, deporte profesional y trabajo. Por ejemplo gracias a un acuerdo de la Federación de Piragüismo con la Policía Nacional. Craviotto es agente de la ley y olímpico. Arévalo es soldado profesional y acaba de ascender a cabo. Cooper es empresario. Al abanderado español, nacido en Oxford de padre británico y madre alemana, y balear de cuna, le apasiona tanto el deporte de alta competición como los negocios.
Completa Fiuza su análisis con la figura del Abuelo: “Tiene un feedback muy bueno con la palada. Ve cosas de detalle increíbles, que yo para notarlas tengo que poner la grabación en el móvil y repetirlas. Domina mucho la técnica y sabe dirigir a estos purasangres. No es fácil llevar a gente tan buena. Es un gran psicólogo”.
Suena en su móvil la melodía de Kill Bill.
—Sí, ¿Abuelo?
—Dime, Abuelo.
—Vale, Abuelo, ok, pues hacemos eso.
En el descanso del mediodía, en la cafetería del Centro de Alto Rendimiento, Miguel García recuerda los viejos tiempos y se cachondea de sus chicos: “Estos no se pueden quejar de nada. Viven como Dios”. Él entró en el equipo nacional con 16 años, en 1989, y no lo dejó hasta 2001, cuando se hizo entrenador. Explica la evolución de su deporte y cuenta que en su tiempo todavía se estilaba la escuela de los países del bloque soviético. “Nosotros siempre teníamos entrenadores extranjeros, húngaros, rusos, rumanos, y era, cuanto más cantidad y más intensidad, mejor. A lo bruto”. La planificación fue cambiando en los noventa y los Juegos de Sídney fueron “un punto de inflexión, porque la federación empezó a apostar por entrenadores españoles”. El modelo de entrenamiento dejó atrás la fórmula soviética, cribar sin miramientos hasta quedarse con los mejores, y se ajustó la realidad española, con un número contado de deportistas a los que cuidar con mimo e ir puliendo física y técnicamente, “viendo las características de cada uno y dando un tratamiento más individualizado”.
Uno de los K4 que ganaron la primera medalla española en piragüismo, la mítica plata en Montreal 76, José María Esteban Celorrio, recuerda por teléfono el dominio de los países del Este en los setenta y su enfoque: “Era un modelo piramidal en el que contaban con una base muy amplia de deportistas sobre la que trabajaban para que quedasen uno o dos que fuesen los campeones. Nosotros copiamos el modelo. Pero todo cambió en el deporte español a partir de Barcelona 92, también en piragüismo. No es comparable, hoy todo se basa en un estudio concienzudo de cada deportista y de la embarcación. Antes, por decirlo así, era a puro huevo”. De sus experiencias en el Este menciona, por ejemplo, los seis meses que pasaron en 1972 en Rumania. No olvida el día en que apareció por el pantano una vieja exiliada española y les empezó a gritar: “¡Españoles! ¡Hay que matar a Franco!”.
—¿Conseguirán el oro en París?
—Creo que sí, pero no será fácil. Confío absolutamente en la experiencia de Saúl, que lleva con él a tres auténticas máquinas. Eso sí, para conseguir una medalla hay que estar entre los cinco mejores y tener un poquito de suerte. Porque todo se decide por centésimas de segundo, y centésimas de segundo puede ser algo tan simple como que la noche anterior hayas dormido mal.
En la cafetería, el Abuelo dice sobre París: “Es un reto muy ambicioso y complejo, porque aspiramos a lo más, la gente nos exige llegar a lo más alto, y cada vez está más complicado. Estamos en un momento en que las embarcaciones están muy igualadas. Es difícil trabajar con este nivel de exigencia en el que hasta parecería poca cosa un tercer puesto, que para nosotros, entre comillas, es un éxito”.
En el gimnasio el otro jefe, Craviotto, se ejercita. Cien kilos sin grasa, siempre concentrado, la competitividad en la mirada. Entre máquina y máquina, habla de las charlas que da en empresas. En teoría son charlas sobre el éxito de un terminator del deporte para futuros tiburones de los negocios. En la práctica son charlas sobre el fracaso. “No enseño a ganar medallas. Enseño los escalones que hay que subir para intentar llegar al éxito, y lo verdaderamente importante son los escalones. Encontrar un propósito, planificar, dejarte ayudar, saber delegar, plantearse una estrategia, poner fechas, simplificar, ser práctico, prepararse mentalmente para la presión, tener un plan b y, por último, saber sostenerse en el fracaso y aprender de él. Yo estuve a punto de tirar la toalla antes de los Juegos de Río 2016, lo pasé muy mal, pero conseguí darle la vuelta a la tortilla y ganar dos medallas. El fracaso es el mejor botón de reset”, dice el campeón.
El 8 de agosto es la final en la que se espera que Craviotto dirija al K4 español a la gloria frente a rivales fuertes como Alemania, Hungría o Australia. Probablemente sea su última gran batalla en este deporte en cuya raíz prehistórica ya estaba escrito un destino de la lucha y el sufrimiento.
“Hace 4.500 años era imposible cruzar andando el estrecho de Bering, y los paleoesquimales, los antepasados de los inuits, cruzaron desde Siberia a Alaska con unas barcas de piel conocidas como kayaks”, recuerda el antropólogo Francesc Bailón, guía de viaje y autor de Los poetas del Ártico. Historias de Groenlandia. Los inuits han atravesado siglos de hielo siendo una y la misma cosa con el kayak; como estos muchachos que palean un sevillano invierno junto a la Torre del Oro y cuya estampa recuerda a las palabras de 1920 del explorador argentino Adolfo Labrure: “Parece que la piragua se ha hecho hombre o el hombre se ha hecho piragua, y si los antiguos hubieran visto seres como esos, mitad personas, mitad barcos, los habrían clasificado como raza aparte, con mayor razón que a los centauros”.