La era de Taylor Swift: radiografía del fenómeno pop más extraordinario
El 29 y 30 de mayo, la estadounidense actuará en Madrid en el marco de su The Eras Tour, la gira más lucrativa de la historia. Viajamos hasta París y hablamos con fans y expertos en pop, literatura e incluso un ministro para entender el éxito de una artista que se ha convertido en un acontecimiento que trasciende lo musical
En 1986 se estrenó una película titulada Los inmortales. Protagonizada por Sean Connery y Christopher Lambert, narra la historia de unos personajes que habitan este mundo desde tiempos inmemoriales y que solo pueden morir decapitados por otros inmortales. Deben luchar entre ellos hasta que solo quede uno. La recompensa es el poder de llevar el mundo hacia una era de luz o de oscuridad, lo que más le apetezca al inmortal triunfante. La historia del pop de los últimos 15 años ha sido una reproducción del argumento de esta película. En la cima de la industria, dos o tres géneros y media do...
En 1986 se estrenó una película titulada Los inmortales. Protagonizada por Sean Connery y Christopher Lambert, narra la historia de unos personajes que habitan este mundo desde tiempos inmemoriales y que solo pueden morir decapitados por otros inmortales. Deben luchar entre ellos hasta que solo quede uno. La recompensa es el poder de llevar el mundo hacia una era de luz o de oscuridad, lo que más le apetezca al inmortal triunfante. La historia del pop de los últimos 15 años ha sido una reproducción del argumento de esta película. En la cima de la industria, dos o tres géneros y media docena de artistas, todos ellos surgidos hace ya varios lustros, han batallado por dominar el planeta. Y tras años de lucha ha quedado solo una en lo más alto, una chica de 34 años nacida en Pensilvania llamada Taylor Alison Swift, que ha decidido llevar al mundo hacia una era de luz. Y lo ha hecho con tanta fuerza que corremos el riesgo de quedarnos ciegos para siempre.
“Su éxito no tiene precedentes”, apunta por correo electrónico W. David Marx, autor del ensayo de referencia Status and Culture (estatus y cultura), “por su longevidad y por dominar la escena del pop con cada uno de sus lanzamientos. En ella se revela la profunda paradoja de nuestros tiempos. En la Red vivimos vidas fragmentadas, pero en el mundo real Taylor Swift tiene una posición central que hace que hoy la cultura de masas se sienta algo más monótona que nunca”. Marx cree que la autora de The Tortured Poets Department es “demasiado grande para fracasar”, un concepto que se aplica a la economía y que sugiere que hay instituciones financieras que jamás quebrarán porque los gobiernos jamás lo permitirán, pues las repercusiones económicas de su caída serían devastadoras. Eso es hoy la autora de Champagne Problems: el sistema, con sus fuerzas, sus debilidades y sus contradicciones, y a la vez, lo que sostiene al sistema. Trabajadora incansable, emprendedora y ubicua, hasta el punto de que parece estar testando los límites del capitalismo a base de saturarlo con su presencia. La responsabilidad de sostener la maltrecha hegemonía cultural estadounidense, casi toda cargada sobre sus blancos hombros. Taylor Swift está en todas partes. Todo es Taylor Swift.
Desde la distancia que se le supone necesaria a cualquier análisis más o menos ponderado, el triunfo sin precedentes de la cantante puede parecer, como nos indica el escritor Eloy Fernández Porta, autor de Afterpop, el resultado de “un exceso de músicos fascinantes y abracadabrantes. Hacía falta una pausa: una persona simple, tan simple como puede ser una estrella mundial. Nos toca una fase de recesión y conservadurismo”. El periodista inglés Mark Simpson, el hombre que en los noventa acuñó el término “metrosexual”, experto en pop, estilo de vida y cultura LGTBI, va un paso más allá: “El pop se ha consolidado del mismo modo que lo hizo la literatura a finales del pasado siglo, Swift es la J. K. Rowling del pop. En nuestras vidas saturadas, hoy solo hay espacio para una autora y una cantante. Y eso sucede porque la música y la literatura ya no son tan importantes como antes”. Pero ¿no habíamos quedado en que Swift era el triunfo de la luz frente a las tinieblas? Para comprobarlo hay que acercarse a la luz, porque a diferencia de prácticamente cualquier gran estrella del pasado y cualquier gran producto de consumo masivo, Taylor Swift tal vez tenga un mal lejos, pero posee un cerca muy bueno. Es el único alimento de supermercado que, tras leer en la etiqueta su composición, aún te apetece comer.
Bajo un sol de justicia, tres muchachas de 15 años sostienen unos carteles pidiendo entradas para el concierto de Taylor Swift a la puerta de La Défense Arena, de París. Ninguna de ellas habitaba este mundo cuando la estadounidense debutó con su disco homónimo en 2006. El porcentaje de público cuyas fechas de nacimiento coinciden con el segundo, el tercero o incluso el cuarto álbum de la de Pensilvania es considerable, algo muy común en, digamos, un concierto de The Roling Stones o Bruce Springsteen, pero más raro de ver en el de una artista (no infantil) que aún no ha alcanzado el ecuador de la treintena.
Hoy es la segunda de las cuatro fechas de la gira europea de la estadounidense, que tendrá lugar en este recinto con una capacidad para 40.000 personas. Swift actuará —aquí y en el resto de su The Eras Tour— con todo el papel vendido, como cualquiera que no haya pasado el último año en una cárcel norcoreana sabe. En los rostros de las niñas, una mezcla de emoción y desesperación. Una es hija de Ramtin, un coach alemán de 54 años, y las otras dos, amigas del colegio. Hay una segunda hija, menor, que observa desde la distancia. Es fan de Beyoncé. “Tengo dos entradas bloqueadas en el mercado secundario para que entren mi esposa y mi hija”, informa Ramtin. Le han sacado de la tarjeta de crédito 700 euros por los dos pases, pero estos aún no le han llegado. Cada poco tiempo, alguien se para frente a las chicas y ellas llaman a la madre. Las negociaciones se frustran una media docena de veces, hasta que aparece una familia estadounidense y les venden sus entradas a 150 euros cada una. Aliviado, Ramtin invita a una cerveza. Su hija mayor llora de emoción. “Ahora vamos a esperar a ver si me dan las entradas. Si nos han timado, vamos a sentarnos en este bar y vas a ver cómo tu padre bebe cerveza toda la tarde. Y si nos las dan, entraremos tú y yo, que no somos fans, pero, como se ha podido comprobar en el viaje en coche, nos sabemos todas las canciones”, informa a su hija fan de Beyoncé. “Yo vi a Michael Jackson en 1992 y no es comparable a esta locura”, sentencia. Su hija mayor sigue llorando de felicidad. “Estoy en contra de la música sosa, pero a favor de las listas de reproducción pensadas para impedir que las adolescentes se corten las venas”, concede Fernández Porta.
Los medios locales calculan que uno de cada cuatro asistentes a los conciertos de Taylor Swift en París es estadounidense. Al parecer, muchos de ellos han optado por viajar hasta Europa para ver a la de Pensilvania debido a que los boletos en el Viejo Continente son más baratos que en EE UU, donde no hay ningún límite para fijar precios de reventa. Este caso ya se vivió durante el invierno en los conciertos de Japón —The New York Times se hizo eco del choque cultural provocado por la efusiva armada estadounidense en comparación con la educada audiencia local—, cuya última fecha fue en la víspera de la Super Bowl, partido al que Swift acudió para ver ganar a su pareja, Travis Kelce, tight end de los Kansas City Chiefs. Cuando se supo que el último show en Tokio y el partido de fútbol americano en Las Vegas casi se solapaban, el mundo contuvo la respiración pensando que tal vez la autora de Cruel Summer no llegaría a tiempo. La Embajada japonesa en EE UU emitió incluso un comunicado explicando que el viaje era posible y que las autoridades niponas harían todo lo posible para que Swift alcanzara su objetivo. Kelce aparecerá en París en la cuarta fecha. Se le verá bailar junto a Gigi Hadid y Bradley Cooper y Swift le homenajeará mencionándole en la letra de Karma, el tema que cierra el show, como ya hizo en Buenos Aires, y luciendo los colores de los Chiefs en su atuendo para la parte del espectáculo dedicada a su disco 1989. Todas las novedades del espectáculo son narradas en tiempo real en redes, por lo que la misma primera noche, X se pone a punto de nieve con los nuevos cambios de vestuario y las canciones añadidas y eliminadas del setlist por Swift para esta gira europea. Incluso hay cuentas de TikTok e Instagram que retransmiten el show entero a través de la cámara del móvil, a mano alzada, más de tres horas. Una fan colombiana nos sugiere una cuenta de una estadounidense que lo está dando en directo y terminamos viéndolo por ahí junto a otras 85.000 personas en la catarsis colectiva más rara y solitaria que hemos vivido jamás.
En la explanada de La Défense Arena también se oye español. Lo que sucedió al salir a la venta las entradas fue que media Europa se postuló para conseguir tiques en varias ciudades a la vez, y el resultado es que mucha gente va a ir a ver a Taylor Swift este verano a lugares que en su vida pensó que iba a pisar. La alemana Gelsenkirchen, por ejemplo. Taylor Swift como un nuevo Erasmus. Juan Águila, madrileño de 23 años, va a conocer este verano París y Varsovia. Bajo el nombre de @jotawhitess (21 mil seguidores en IG) crea contenido sobre Swift. “Antes interactuaba más, ahora solo anuncia cosas, por lo que usamos esos medios más para conectar con otros fans”, apunta. La conoció con 1989 y se enamoró de ella con Reputation —su disco o era favorita—, “por el amor de entonces por Joe Alwyn mezclado con el odio hacia sus enemigos, Kim Kardashian y Kanye West”. Lo único que no le gusta de la de Pensilvania es que “es muy capitalista”: “Me quiere sacar siempre el dinero con miles de ediciones especiales. Pero la quiero, es mi madre”. Myriam Cuervo también ha llegado a París desde Madrid. Esta noche durmió en el aeropuerto de Barajas porque su vuelo salía muy pronto. Ya tenía tiques para Londres y Edimburgo, cuando decidió ver si había opciones de ir también a París. En total se ha dejado unos 400 euros en pases para ver a Swift, que tiene su misma edad y de la que es fan desde 2007. Su era favorita es Speak Now. “Siento casi que hemos crecido juntas, viviendo lo mismo. Mi relación de fan ha sido muy estable”, comenta esta creativa publicitaria. “La verdad es que no me relaciono mucho con otros fans. Hay una parte que no es muy sana y, bueno, ahora muchos son muy pequeños”.
El mes pasado Neil Tennant, miembro de Pet Shop Boys, grupo que ha colado 22 temas en el top 10 británico, opinó en público sobre Taylor Swift de un modo no absolutamente elogioso. Fue noticia. “¿Dónde están sus canciones famosas? ¿Cuál es su Billie Jean? ¿Shake It Off? Escuché esta canción el otro día y no es Billie Jean, ¿verdad?”. Inmediatamente, Tennant era asado a fuego vivo no ya solo por el contingente más belicoso de fans (unos 550 millones siguen a la cantante en redes sociales), sino también por todos aquellos observadores supuestamente neutrales y maduros que harían cualquier cosa por no parecer viejos y que terminan por defender cualquier novedad, la entiendan o no. La virulencia de los seguidores de Swift ha provocado que un par de estrellas españolas del pop hayan declinado participar en este reportaje “para no meterse en líos” e incluso que la devastadora crítica del último disco de Swift publicada en el medio digital Paste llegara sin firmar. En un tuit, el director de la página justificaba que la crítica fuera anónima debido a que en 2019 se publicó una opinión negativa de Lover en ese mismo medio y el autor sufrió amenazas. “Swift es un producto accesible a su público, mayoritariamente mujeres que se identifican con su éxito, su lucha y sus ansias de poder en lo que, entienden, es un mundo de hombres. El hecho de que no sea un talento torturado o un genio es un añadido. Su mayor éxito es tener éxito”, nos cuenta Mark Simpson, que a estas alturas de su vida no teme nada.
El discurso de Tennant y Simpson es una rareza, pero ya no solo en referencia a Swift —ella misma suelta en su último disco un par de menciones a la obsesión de algunos de sus fans—, sino que el disenso con respecto a las grandes estrellas ya es algo contracultural en unos tiempos en los que parece que cualquier éxito es indiscutible y que los argumentos se sostienen por las cifras. Tiene 14 Grammy, su discografía ha despachado 115 millones de unidades y ya acumula 12 temas que han liderado el Billboard 100 estadounidense, ¿cómo no va a ser la mejor? Este clima, aunque obviamente no lo ha fomentado la de Pensilvania, sí le ha favorecido para alcanzar el tamaño descomunal que hoy atesora. Milmillonaria solo con lo facturado con su música en la era del streaming. 13 millones de dólares por concierto. 65.000 por cada minuto de los aproximadamente 200 que dura el show. Este año pasará más de 30.000 minutos sobre el escenario.
En términos capitalistas, lo vale porque lo genera, pero ¿y en términos artísticos? Tennant tal vez tenga razón en que Swift no tiene un puñado de hits inapelables, nadie va a sus conciertos para escuchar tres temas en concreto. De hecho, el mismo esquema de la gira, dividida en eras que corresponden a sendos álbumes, favorece la idea de que para ella, y en consecuencia para muchos de sus fans, todos los hijos son iguales. O casi. El más joven, a pesar de ser el que más dudas ha despertado entre la crítica especializada y el fandom más sénior, va camino de convertirse en uno de los favoritos, si tenemos en cuenta la reacción del público en La Défense Arena y en las redes. Semanas antes del arranque de esta gira, los swifties fabulaban sobre qué temas iba a quitar del setlist la cantante para hacer hueco a canciones de TTPD. Curiosamente, cada respuesta al hilo propuesto, por ejemplo, por Taylor Swift España, una cuenta de fans que tiene 67.000 seguidores en X y cuya ayuda ha sido indispensable para conectar con el fandom español en París, era distinta. Algunos incluso proponían eliminar Cardigan o You Need To Calm Down, y parecían hacerlo con sinceridad, sin ansias de sabotaje. Hace tiempo ya que los álbumes de Swift llegan sin sencillos de adelanto. Todo esto es algo que en el pasado hemos asociado a artistas más underground, que podían apenas lanzar singles y confeccionar la lista de canciones de sus shows sin tener el cuenta el peso del éxito cosechado por sus referencias anteriores. Nadie abandonó airado un concierto de The Velvet Underground porque no sonó Sweet Jane.
Así, ¿qué hay en estos temas de Swift que engancha tanto y casi por igual? ¿Ha puesto algún tipo de droga en las melodías, como ella misma menciona en Who’s Afraid of Little Old Me, un tema de su nuevo disco? Guille Mostaza, músico y productor madrileño, nos cuenta: “Tiene una fórmula bastante concreta para sus canciones que le funciona de lujo. Usa estructuras clásicas del pop, la típica ABCABCDCC, donde A es la estrofa, B el puente, C el estribillo y D la coda. Con el paso del tiempo va abandonando la parte B y va más directamente al estribillo, creo que es lo que acabó de hacerla explotar, el simplificar la estructura de sus canciones hizo que conectara con las grandes audiencias más rápido. Ya se sabe que, para cierto sector, cuanto antes se llegue al estribillo, mejor”, aporta Mostaza. “También suele jugar con la voz haciendo que las notas más altas de la canción coincidan justo con la entrada del estribillo, pero antes de eso tiende a cantar en un registro más bajo para crear tensión. Como si estuviese cargando el cañón antes de disparar. Es un recurso muy efectivo. A veces realza estos trucos quitando instrumentación para poner el foco sobre el gancho vocal y que luego entre toda la instrumentación a la vez para darle fuerza y que la canción estalle. Poco más tarde, y dentro del estribillo, vuelve a bajar para conectar con la siguiente estrofa de manera fluida. Nada suena abrupto en ella, todo va subiendo y bajando sin grandes escalones. Es como una película bien montada que te mantiene atento sin que te pierdas”.
Si en las melodías de Swift parece que haya algún tipo de narcótico que hace que se queden adheridas al córtex (“¡Esta! ¡Esta es la canción que no me saco de la cabeza, menudo agobio!”, exclama en pleno concierto nuestro fotógrafo, a quien no le gusta nada Taylor Swift, pero que, tras ver la película The Eras Tour antes de viajar a París, no puede quitarse de la cabeza I Knew You Were Trouble y lo está pasando fatal), lo de las letras ya es una barbaridad. Los niños no se aprenden la lección en el colegio, pero se saben la letra de la versión de 10 minutos de All Too Well entera. Se hacen incluso estudios de las palabras malsonantes que incluye Swift en sus discos: según la consultora Ross Williams, su último largo es el que más tacos contiene, hasta 45; Red y Reputation, los que menos, tres. Confesional, narrativa y autorreferencial, la literatura de Taylor Swift es un compendio de casi todos los síntomas y tendencias de la literatura masiva actual, desde el romance a fuego lento hasta la autoficción. La editora y escritora Leticia Vila-Sanjuán opina por correo electrónico: “Con la evolución del estilo musical en las diferentes eras hay un giro también en sus letras. Red o Reputation son muy autobiográficos. Luego, en Folklore, Evermore, Midnights y el más reciente TTPD hay una voluntad por inventar historias más allá de su universo de referencias personal. Creo que con sus letras siempre hay una tensión entre la necesidad de conectarlo todo a su propia vida, pues los fans lo reclaman y ella deja pistas, y el deseo de madurar como artista y escribir historias independientes de su persona”.
Aunque definirla como una autora feminista sería exagerado, Vila-Sanjuán sí ve en la escritura de Swift un giro en la forma de enfrentarse a sus dilemas románticos. “Es una artista muy consciente de que la mayor parte de sus fans son chicas, niñas y mujeres, y la mayoría blancas, y que ha sabido adaptar su discurso. Como mujer blanca milenial, pero famosa, Taylor ha hecho una progresión natural en el que la ‘otra chica’ es siempre la enemiga, a los más recientes, donde se enfoca en la progresión personal, la idea de comunidad, la amistad femenina”. Como apunta Simone Driessen, profesora de Comunicación y Cultura Popular en la Universidad Erasmo de Róterdam, esta evolución ha colocado a la artista en un papel “de hermana mayor con respecto a muchos de sus fans. Es lo que llamamos una relación parasocial: la idea de que has entablado amistad con el artista, pero en realidad ese amor solo funciona en una dirección, aunque la sensación es que realmente es bidireccional”.
Son casi las diez de la noche del 9 de mayo y en la explanada frente al auditorio de La Défense solo quedan algunos despistados y fans que siguen comprando en los puestos de merchandising, más de media docena dentro y fuera del recinto. Operan hasta medianoche sin tregua. Una camiseta cuesta 45 euros; una sudadera, 65. Los diseños son simplones, pero visto su éxito, alguien en el equipo de marketing que lidera Tree Paine, probablemente la publicista más importante del mundo ahora mismo y responsable de las campañas y lanzamientos de Swift, ha hecho bien su trabajo. La gira The Eras Tour terminó el año pasado con unas ventas en merchandising de 200 millones de dólares. Al final del mismo, la cantante repartió 55 millones de dólares en bonus a todos los empleados de la gira. Según Bloomberg, los conciertos de la autora de Fortnight dejaron 4.300 millones de dólares en las 21 ciudades estadounidenses por las que pasó en 2023. No es de extrañar, pues, que la cláusula que las autoridades de Singapur incluyeron en el contrato con Swift y que impedía que la artista actuara en la misma gira en otros países de la región provocara un conflicto diplomático con Malasia y Filipinas, que se quedaron sin pastel.
Hace dos años, Óscar Puente, actual Ministro de Transportes y entonces alcalde de Valladolid, ya vio el potencial para dinamizar las economías locales que tenía un concierto de Taylor Swift. “En 2022 quise pulsar la posibilidad de que viniera a Valladolid a actuar. Entonces me enteré de que aquel año no iba a girar por Europa, y cuando lo dije, la gente se sorprendió de que el alcalde de Valladolid supiera eso”, nos cuenta en una nota de voz de WhatsApp el ministro, swiftie confeso y uno de los primeros en saber que tendríamos que esperar hasta este 2024 para ver a la de Pensilvania sobre les escenarios europeos. “No tuve tiempo para hacer lo que me hubiera gustado en Valladolid con respeto a la música”, continúa el ministro. “Me encontré las fiestas organizadas en 2015. Más tarde, dos fueron paradas por la pandemia. Solo pude organizar cinco de ocho. Si hubiera tenido un par más hubiese podido posicionar en el terreno de la música en directo a Valladolid a nivel nacional e incluso internacional, con muy buenos resultados para la ciudad. Intentaba hacer lo que ha hecho Abel Caballero en Vigo con las luces de Navidad. Eso lo quería lograr yo con la música en Valladolid”. Swift será la primera gran artista en actuar en el Santiago Bernabéu tras las obras de remodelación del estadio. 81.000 personas la verán cada una de las dos noches en que tiene previsto actuar (29 y 30 de mayo).
Durante todo este mes previo al aterrizaje de Swift en España, los clubes de fans se han afanado en organizar actividades, que van desde la confección de las ya célebres pulseras de la amistad -brazaletes de cuentas en que se componen mensajes sacados de letras de la cantante o simplemente palabras de inapelable poder como ‘paz’ o ‘amistad’- hasta brunches inspirados en las eras de Taylor Swift, como el que han organizado Michelle Barroeta y Victorino Fernández, los fundadores del Swiftie Club, uno de los clubes de fanáticos españoles de la estadounidense más activo y creativo. Descubrieron a Swift en 2009, en la película de Hannah Montana. “Como swifties desde hace 15 años podemos afirmar que siempre ha tenido una comunidad fan bastante grande”, apuntan por correo electrónico, “en especial durante su era de 1989, hace diez años, pero claramente estos últimos tiempos ha crecido muchísimo. Diría que a finales del 2021 cuando lanzó Red (Taylor’s version), su segunda regrabación, empezaron a unirse otros fans a la comunidad, ya que era un lanzamiento bastante esperado por muchas razones, pero principalmente por incluir la versión de 10 minutos de la amada canción All Too Well que estuvimos casi 10 años esperando. Las regrabaciones han logrado que fans que quizás no le habían prestado atención a estos primeros álbumes, conectaran de nuevo. Luego Midnights, en 2022, ya fue un gran éxito”.
Como sucede con las canciones, donde no hay nada parecido a un consenso respecto a las que son imprescindibles, en el tema de cuándo explota Taylor tampoco lo encontramos. La percepción de respecto al momento en que se alcanza la dominación mundial que tiene Leticia Vila-Sanjuán no coincide en lo que antes han propuesto desde el Swiftie Club. Una vez más, ‘para quién’ es más relevante que ‘cuándo’ o ‘cómo’. Así es el sjglo XXI. Y no, no lo inventó Taylor. “En 2019 vine a vivir a EE UU, el verano que lanzó Lover, y aquí ya había una base enorme de fans muy establecida, donde a nadie le daba vergüenza decir que le gustaba Taylor Swift. Pero fue durante la pandemia, cuando empezó a colaborar con The National y Aaron Dessner, que siento que le llegó un reconocimiento más unificado. Si algo ha demostrado Swift es que es una artista que ha entendido que para sobrevivir en el capitalismo hay que estar reinventándose constantemente, y que sigue aprovechando el efecto sorpresa”, dice la editora. Esos discos de pandemia atisbaban una Taylor más folk y madura, pero al final se han destapado como dos guiños gloriosos a la facción más sénior de su audiencia -y sin alienar un ápice a la más júnior, en fin, en un doble mortal carpado de 10- y el momento del concierto en que personas en los 50 se descubren cantando a grito pelado al lado de su hija o hijo, o peor, de alguien que podría ser su hija o hijo.
El 20 de agosto terminará en Londres la parte europea de la gira. La siguiente fecha será el 14 de noviembre en Toronto, nueve días después de las elecciones presidenciales estadounidenses, en las que, según diversos expertos, Taylor Swift puede tener un papel casi determinante. La cantante entró por primera vez en el terreno de la política el 7 de octubre de 2018, cuando en un post de Instagram anunció que iba a votar demócrata en las legislativas del mes siguiente. Dos años más tarde, en el documental de Netflix Miss Americana declaraba que no podía seguir callada en términos políticos, debido al disgusto que le provocaba la Administración de Trump. Ahora muchos opinan que Swift es la mejor baza de Biden. Igual estamos exagerando un poquito aquí... “No es para nada una exageración”, nos dice Ashley Hinck, profesora asociada de Comunicación de la Universidad de Xavier (Ohio, EE UU) y autora del libro Politics for the Love of Fandom (política por amor de los fans). “Los estudios nos muestran que el poder que tienen los artistas en política es enorme. Cuando hablan, sus seguidores escuchan. Ella tiene una base enorme de seguidores y la capacidad para movilizarlos”. Driessen está de acuerdo, y añade que la cantante “ya ha demostrado que puede propulsar la cantidad de jóvenes que se registran en EE UU para votar. Cada vez que habla de política, hay debate y se disparan las teorías conspirativas”. La posición de la de Pensilvania es tan fuerte que, según Driessen y Hinck, ya no parece que pueda preocuparle que una parte de su audiencia la abandone porque no comulga con sus ideales políticos.
Hemos llegado a un punto en el que casi parece que Trump debe temer más a Swift que a Biden. Así, en la supuesta era de la revolución woke, las guerras culturales y demás sintagmas formulados por la resistencia patriarcal para denunciar cualquier causa de justicia social que sientan una amenaza para sus valores, el mayor escollo para la vuelta al poder de Trump ha resultado ser una cantante blanca que creció en una granja de árboles de Navidad en Pensilvania y se desarrolló como artista en Nashville haciendo country. Tenían la oportunidad perfecta de asestarle un golpe mortal y pop a cualquier atisbo de progresía colocando como mayor estrella del planeta -un planeta cada vez más queer, más racializado, más impío, un jaleo de planeta- a una de las suyas. Pero la chica les salió díscola. Y claro, parece que hay miedo. El profesor David James Jackson, doctor en Ciencia Política y experto en la relación entre celebridades y política, nos lo confirma sin ambages: “Los republicanos están muy asustados ante la posibilidad de que Swift apoye públicamente a Biden. También saben que si arrancan una campaña contra ella, ahora mismo, ellos son quienes tienen más que perder”. En septiembre del año pasado, el jugador del FC Barcelona Alejandro Balde declaró que no le gustaba la música de Taylor Swift. Por entonces, estaban teniendo lugar las votaciones al mejor futbolista joven de Europa, que el lateral del Barça encabezaba. Las swifties se movilizaron para apoyar a Jude Bellingham, del Real Madrid, y castigar a Balde. En 24 horas el madridista ya lideraba la votación.
Álex es fan de Taylor Swift, y Yeray, de Ed Sheeran. Son mellizos, tienen 16 años y han viajado a París junto a sus padres desde Santo Domingo de la Calzada (La Rioja). Álex hace dibujos de Taylor y se ha intercambiado pulseras de la amistad con una canadiense en lo más alto de la Torre Eiffel; otras, con unas chicas francesas bajo el Arco del Triunfo y también en Montmartre con una alemana. Su era favorita es Evermore. Un arrebato de timidez adolescente hace que su padre termine ejerciendo de portavoz. Fidel Fuentevilla es gestor cultural y periodista, y ahora también, un poco swiftie. “Para mi hijo ha sido el mejor día de su vida. Y a mí, el show me ha encantado”. Se han dejado 160 euros en merchandising. Felices. “Me siento orgulloso de que mis hijos no escuchen reguetón”, sentencia Fidel. Esta dicotomía entre adolescentes fans de Taylor y adolescentes más inclinados al urban latino se repite al conversar con otros progenitores. Todos coinciden en que Swift es un espacio seguro. La estadounidense parece sostener casi sin ayuda un contrapeso al ubicuo sonido urbano, igual de comercial pero disfrazado de rebelde. Esto hace que sea más fácil encontrar en sus shows a familias enteras y que los supuestos sacrificios por la felicidad de los vástagos lo sean un poco menos. “Odio a los Chiefs, soy de los Buffalo Bills”, comenta Scott, un canadiense que acude al segundo concierto en París con una camiseta de Travis Kelce acompañando a su hija de 14 años, vestida de cheerleader. ¿Es esto la muerte de la rebeldía adolescente? ¿No se suponía que los hijos debían incomodar a sus padres con sus discos de los Sex Pistols apostando por abolir la monarquía y abrazar los postulados de Bakunin, o de Madonna tonteando con la idea de acostarse con Jesucristo? Sin duda. Pero a la vez, ¿quién puede estar en contra de una familia feliz?