Elías Valiña, el cura que tuvo una visión peregrina
Solo un iluso o un creyente podía pensar en los ochenta que el Camino volvería a ser un referente universal
Del infinito de peregrinos que pasa cada año por O Cebreiro, Galicia, casi nadie conoce a Elías Valiña (1929-1989). Mientras se toman sus cañas y sus bocatas y se aleccionan sobre el mejor remedio para las ampollas, incluso cuando conversan sobre cómo el Camino les sosiega el alma y todo eso, nunca se acuerdan del cura.
Lo honrarían si su historia estuviese divulgada, más allá de un busto suyo junto a la iglesia. Valiña fue el párroco de O Cebreiro y tuvo u...
Del infinito de peregrinos que pasa cada año por O Cebreiro, Galicia, casi nadie conoce a Elías Valiña (1929-1989). Mientras se toman sus cañas y sus bocatas y se aleccionan sobre el mejor remedio para las ampollas, incluso cuando conversan sobre cómo el Camino les sosiega el alma y todo eso, nunca se acuerdan del cura.
Lo honrarían si su historia estuviese divulgada, más allá de un busto suyo junto a la iglesia. Valiña fue el párroco de O Cebreiro y tuvo una visión y una misión, que la ruta medieval volviese a ser el referente de siglos atrás. A remediar algo su olvido viene Elías Valiña, o inventor das frechas amarelas, de Arraianos Producións. Es una web (eliasvaliña.gal) y una exposición itinerante cuya primera parada fue la Casa de Galicia en Madrid y que en primavera viajará a A Coruña, Lugo y Lisboa, para luego seguir peregrinando.
“Fue un hombre del Renacimiento, un tipo de acción y a la vez un intelectual y un soñador, aunque ni en sus mejores sueños hubiera podido imaginar adónde llegó el resurgimiento del Camino”, dice Aser Álvarez, director del proyecto. En 1989, cuando murió Valiña, se registraron 3.500 peregrinos en Santiago. En 2023 fueron cerca de 450.000, el récord. Manuel F. Rodríguez, autor de la Gran enciclopedia del Camino de Santiago, afirma que en los años ochenta en otros países de Europa ya se había reavivado el interés por la ruta y que el gran aporte de Valiña fue liderarlo en España.
Nació en Sarria, otro pueblo gallego del Camino, en una familia humilde. Leía y escribía bien, así que lo mandaron con 12 años al seminario. Estudió Derecho Canónico en la Pontificia de Comillas. En 1959 la Iglesia lo envió a O Cebreiro, una aldea de montaña donde se vivía en las elementales, duras e incomparables pallozas —viviendas prerromanas de piedra y techo de paja—, sin luz ni agua corriente. Es decir, a un sitio de esos que llamamos perdidos y vacíos, nosotros tan llenos y orientados. Para el joven Valiña fue como si lo mandasen al centro del mundo, al menos de su mundo, pues, como ya era un estudioso del Camino, estar en O Cebreiro, mítica primera parada gallega del Camino francés, la ruta norte jacobea, se sentía en el núcleo de la leyenda.
Desde el principio se centró en la ayuda social a los vecinos, en estudiar más sobre el Camino y en aprender de los peregrinos, sobre todo centroeuropeos, que atravesaban el frío y la niebla de O Cebreiro como almas libres, vagabundas. Valiña fue premio Nacional de Investigación con la primera tesis sobre el Camino de Santiago. Y a finales de los setenta o inicios de los ochenta, no se sabe con exactitud, decidió hacer todo el trayecto desde Roncesvalles (Navarra) a Santiago de Compostela señalando con flechas amarillas la dirección del camino, que no tenía indicaciones. Lo hizo con su viejo y piadoso Citroën 2CV, el dos caballos, un cubo de pintura y una brocha.
Contaba el cura que un día, cruzando Euskadi, lo paró en un control la Guardia Civil. Al abrir el maletero y ver la brocha, el bote, los agentes sospecharon que, pese a su acento, bien podía tratarse de un abertzale que anduviese haciendo pintadas. Valiña, como siempre, vestido de calle, les explicó su tarea. No lo creyeron y se lo llevaron al cuartel. Cuando el sargento le ordenó que explicase ese cuento de que estaba pintando la histórica ruta jacobea, el cura lo miro y le dijo: “Estoy preparando la gran invasión”.