June Crespo, escultora: “En mis obras hay algo que roza la idea del monumento, pero sin lo monumental”
Con 42 años tendrá lo que muchos artistas desean y pocos consiguen: una muestra individual en el Museo Guggenheim Bilbao
Un hacer que mientras hace inventa un modo de hacer. Este retruécano define tan bien el trabajo de la escultora June Crespo (Pamplona, 42 años) que se lo han atribuido en alguna ocasión, cuando se trata de una cita del filósofo italiano Luigi Pareyson. Sugiere que el proceso por el que se llega a algo ya tiene valor de resultado. Y tira por tierra la idea del artista como un genio movido por verdades infalibles, mayores que él mismo, que ha operado desde Miguel Ángel hasta Picasso. En su estudio d...
Un hacer que mientras hace inventa un modo de hacer. Este retruécano define tan bien el trabajo de la escultora June Crespo (Pamplona, 42 años) que se lo han atribuido en alguna ocasión, cuando se trata de una cita del filósofo italiano Luigi Pareyson. Sugiere que el proceso por el que se llega a algo ya tiene valor de resultado. Y tira por tierra la idea del artista como un genio movido por verdades infalibles, mayores que él mismo, que ha operado desde Miguel Ángel hasta Picasso. En su estudio de un barrio de Bilbao, semanas antes del gran momento que supondrá la inauguración de Vascular, su exposición en el Museo Guggenheim de Bilbao (desde el 1 de marzo), June Crespo asume las palabras de Pareyson. “Hablan muy certeramente de lo que yo experimento en mi práctica artística”, explica. “Procedo desde el tanteo, con incertidumbre y fracasos. Los azares, los errores de cálculo, muchas veces determinan la forma final”.
Resulta infrecuente que a una artista española de su edad se le dedique una muestra individual en el Guggenheim. Ella habla con convicción, pero sin énfasis ni fórmulas pomposas. Lo más florido que sale de su boca es: “Resulta bonito encontrar lo que querías después de dar un rodeo inesperado, así que más vale que te prestes a esa aventura”. Aventura, que no reto. “Al principio yo misma lo llamaba así, reto, pero ahora trato de no hacerlo”, afirma. “Cuando hablamos de retos o desafíos tendemos a empujar las cosas sin dejar espacio para lo desconocido. Yo trabajo de otra manera. Como si fuera una asistente de la forma que tiene que surgir, en lugar de demandarle yo a ella que satisfaga mis deseos”.
Ha basado casi toda su práctica artística en la escultura, que ya se iba perfilando como su ámbito natural desde que estudiaba Bellas Artes en la Universidad del País Vasco, a principios de los dos mil: “En ella veía un misterio estimulante porque era un camino no transitado que me resultaba muy atractivo”. Fueron decisivas las clases con el profesor Ángel Bados, uno de los artistas más influyentes del panorama artístico vasco, figura fundamental de la nueva escultura vasca surgida en los años ochenta. “Me gustó su forma de acompañarnos, más que de enseñarnos, para que fuéramos encontrando nuestra manera de hacer”, recuerda Crespo. “Después descubrí que era un proceso de ida y vuelta porque él también era permeable a nuestro trabajo. Lo entendí al vivirlo yo misma, cuando he dado clases”.
Resultaría un ejercicio demasiado fácil considerarla una de las últimas estaciones de un camino de la escultura vasca moderna que, partiendo de Oteiza y Chillida, generaría una línea recta con el propio Bados, y después Marisa Fernández, Pello Irazu, Txomin Badiola, Sergio Prego o Ibon Aranberri. “Claro que una se siente parte de algo, porque es lo que llevas de casa”, reflexiona. “Siento respeto por los artistas que me han precedido, pero también por compañeras y compañeros cercanos a mí. Todo conforma una red con la que converso”.
Esa red surge con frecuencia en la conversación. Cuando hablamos de su experiencia en la Bienal de Venecia de 2022, donde ella era una de las dos únicas autoras españolas actuales seleccionadas por la comisaria Cecilia Alemani (la otra era Teresa Solar), cita a la artista polaca Aneta Grzeszykowska, que compartía espacio con ella: “La convivencia con sus obras me resultó muy emocionante. Lo de Venecia fue un aprendizaje en el que traté de dar lo mejor de mí. Y el feedback posterior fue bueno, me quedé muy contenta”. Del mismo modo, destaca el respeto que siente por otras compañeras de generación, como Julia Spínola o Elena Aitzkoa.
Sus esculturas, que reúnen una amplia diversidad de materiales y a menudo orquestan encuentros entre opuestos —lo blando y lo duro, lo orgánico y lo industrial—, presentan un aspecto engañosamente inacabado que puede remitir a la idea del escombro. Incluso cuando la referencia es el cuerpo humano, como en sus series Helmets y Cheek to Cheek. Crespo siempre parte de la observación de lo que tiene a su alrededor. Radiadores, tuberías, maniquís, flores. “A veces, al juntar las cosas que recojo experimento el deseo de hacer algo con ellas”, relata. “Trabajo mucho a partir de moldes, de variaciones o repeticiones. A veces, el origen de la inspiración es mi práctica anterior, y el resultado es algo mejor que lo que proyectaba”. Un hacer que mientras hace inventa un modo de hacer.
Una experiencia que le marcó fue su paso por la residencia artística De Ateliers, en Ámsterdam, entre 2015 y 2017. “Fue un periodo muy rico, que generó muchos encuentros con artistas de diferentes generaciones y orígenes”, evoca. “El País Vasco es un lugar de artistas de referencia, con mucho compromiso y seriedad ante el trabajo, y eso me ha configurado. Pero, al mismo tiempo, una puede verse un poco limitada por ese contexto. Salir fue una manera de facilitar cambios, de darme permiso para incorporar otras maneras de hacer y pensar. Cuando volví, regresé al tipo de piezas que ya hacía previamente aquí, que tenían otra afectividad, algo más cálido”.
Habrá novedades en el Guggenheim. Varias de las nuevas esculturas, producidas ex profeso en la empresa Alfa Arte, en Eibar (Gipuzkoa), miden tres metros o más. Nunca había realizado piezas de esta escala, aunque la muestra que el año pasado le dedicó el CA2M de Móstoles empezaba a apuntar en esa dirección. Ahora persigue que el resultado no sea muy colosal. “La escala de las piezas mantiene una relación con la humana”, indica. “Rozan la idea del monumento, pero sin lo monumental”.
En cambio, no parece preocupada por la personalidad del espacio del Guggenheim Bilbao, donde la arquitectura de Frank Gehry compite con el arte que contiene: “Lo que sí se me ha ido haciendo más presente es la escultura-araña de Louise Bourgeois, o las piezas de la galería de Serra, al lado de mi sala. No lo he buscado, pero habrá pequeños ecos”.
Es consciente de la atención que va a acaparar estos días: “No lo pienso mientras trabajo, pero sí lo sufro a medida que se acerca el momento. Preferiría que la gente viera mi exposición y luego me diera su respuesta. Porque, aunque esa respuesta también la tema un poco, tiene que ver con la obra en sí. Más que conmigo”.