Xochimilco, el lago mágico donde se dan la mano turismo, sostenibilidad y floclore
El espacio conocido por sus embarcaciones de recreo guarda una reserva natural al sur de Ciudad de México que da cobijo, entre otros, a un anfibio endémico llamado ajolote
El lago de Xochimilco, al sur de Ciudad de México, es el territorio de las trajineras, embarcaciones que surcan los canales, cada cual con su nombre (Amor de los dos, Viva Amelia…) y su decoración folclórica y chillona. Son punto de encuentro de familias, grupos de amigos acompañados por mariachis o estudiantes con altavoces de mercadillo pero con muchas ganas de fiesta. En el embarcadero de Cuemanco subo en una de ellas junto a Rosalba del Valle, socia de la cooperativa Olintla...
El lago de Xochimilco, al sur de Ciudad de México, es el territorio de las trajineras, embarcaciones que surcan los canales, cada cual con su nombre (Amor de los dos, Viva Amelia…) y su decoración folclórica y chillona. Son punto de encuentro de familias, grupos de amigos acompañados por mariachis o estudiantes con altavoces de mercadillo pero con muchas ganas de fiesta. En el embarcadero de Cuemanco subo en una de ellas junto a Rosalba del Valle, socia de la cooperativa Olintlalli, y, con ayuda de un remero, vamos en dirección contraria al jolgorio para conocer la cara oculta de Xochimilco.
De una trajinera perdida llegan aullidos de una canción de Joan Sebastian y brindis con tequila: “uh uh uh uh uh, lobo domesticado; tu loco enamorado siempre quiero ser, uh uh uh uh uh, lobo domesticado; tu loco enamorado, tu mascota fiel…”. “Xochimilco es famoso por esto, pero es importante por lo otro”, dice Del Valle mientras nos adentramos en el silencio y la espesura de esta reserva natural para apreciar la magnitud de las chinampas: superficies de tierra concebidas siglos atrás sobre un enramado de cañas y lodo, por encima del espejo del agua, para que por filtración las raíces pudieran subsistir sin necesidad de riego. “Son islas artificiales cuyo objetivo era proveer de alimento al imperio azteca. Los árboles son ahuejotes, sus raíces se fijan mejor, sostienen la chinampa y no tapan al sol”.
Xochimilco significa campo de flores. Las enseñanzas de la agricultura y la botánica prehispánicas perviven en técnicas de cultivo tradicionales que dan lugar a algunas de las mejores verduras, hortalizas y flores de Ciudad de México. La Unesco tiene declaradas 7.534 hectáreas de zona chinampera como patrimonio mundial natural en las delegaciones de Xochimilco, Milpa Alta y Tláhuac. Quedan pocas chinampas que sigan sembrando de forma agroecológica con biofertilizantes, sin agroquímicos y con biofiltros que purifican el agua. “La idea de cooperativa de agroturismo se inició con intención de rescatar la especie del ajolote, anfibio endémico de Xochimilco”, explica Del Valle. “Queremos conservar esta forma de vida, sembramos pequeñas camas de cultivo y ofrecemos flores al mercado de Jamaica y productos a puestos alternativos, consumidores directos o restaurantes como Chantico, Tetetlan o Antolina Condesa, conscientes de que la producción es de temporada”.
Ya en la chinampa, uno descubre las técnicas milenarias de sembrar en cuadrícula (chapines), sus maneras de lidiar con el lodo, los trasplantes manuales, el sol o el frío, y de proteger camas de cultivo de rábanos, repollos, zanahorias moradas, tomate negro, colinabos, brócoli, kale, calabaza… Javier, hermano de Rosalba, da a probar una flor de estragón, dulce como el anís y con un punto picante que resulta adictivo, muy usada en ensaladas.
Javier prolonga las explicaciones sobre ese insólito monstruo de agua caracterizado por su extraordinaria capacidad para regenerar extremidades, órganos y tejidos, y que ha inspirado al pokémon azul Wooper y al Chimuelo de la película ¿Cómo entrenar a tu dragón?: “Para rescatar la especie lo primero es rescatar el hábitat. En este remanso de agua purificada que llamamos cola de zorro es donde desova, pues hay microorganismos que ayudan a que coman. Son depredadores del agua, su manjar es el acocil, un gusano de agua”. Buscamos ajolotes, pero no hay suerte. Rosalba muestra en su móvil el que rescataron la semana anterior: un bicho rosa de 20 centímetros que tiembla como un dibujo animado en peligro de extinción. Tras la comida chinampera —pozolito de maíz con pollo y agua de pepino y hierbabuena—, es hora de partir. En la trajinera recordamos la frase de Octavio Paz: “Para ser modernos de verdad tenemos antes que reconciliarnos con nuestra tradición”. Al despedirnos, Javier no dice adiós, solo “buen camino”.