Anthony Roth Costanzo, contratenor: “La ópera te aburre al principio pero a cambio te abre a placeres más hondos. Es sexo tántrico”
Dueño de un timbre que desborda los géneros, Anthony Roth Costanzo llegó tarde a la ópera y alcanzó la élite. Contratenor y productor, quiere conectar este arte con el público. Y afirma que no solo está vigente, sino que es orgásmico.
Carolina del Norte, capital del tabaco y el moonshine (licor casero e ilegal típico de las zonas rurales y los mitos folk), es un lugar tan americano que en él nació la fiebre del oro y la Pepsi. De allí es Anthony Roth Costanzo (Durham, 41 años), un hombre que ha logrado posicionarse como una de las figuras más reseñables de un campo tan europeo, insular, consuetudinario, aristócrata, tan remoto a lo que quiera que represente una Pepsi, ...
Carolina del Norte, capital del tabaco y el moonshine (licor casero e ilegal típico de las zonas rurales y los mitos folk), es un lugar tan americano que en él nació la fiebre del oro y la Pepsi. De allí es Anthony Roth Costanzo (Durham, 41 años), un hombre que ha logrado posicionarse como una de las figuras más reseñables de un campo tan europeo, insular, consuetudinario, aristócrata, tan remoto a lo que quiera que represente una Pepsi, como la ópera. “Llegué a la música clásica desde fuera: a una edad casi adulta, todavía había abarcado solo los márgenes del mundillo”, rememora mientras pasea por los bastidores del Teatro Real de Madrid, sitio que conoce de sobra: en octubre formó parte del elenco de Orlando, de Händel, y en julio protagonizó un recital propio. “Y eso que para entonces llevaba años cantando. ¡A los 12 lo había hecho con Pavarotti!”.
En la música clásica, como en el tenis (y más áreas de las que debería en los albores de 2024), los orígenes importan. Nacer lejos de la élite es exponerte a una sensación vitalicia de turista en tu propia piel. Pero ser turista tiene sus ventajas. Las cosas que siempre han sido de una forma se pueden ver de otra. Y en el camino que une Durham a la Ópera Metropolitana de Nueva York (Met), Roth ha visto suficientes. Sobre todo, lo bien que le sienta a la ópera ser vista desde fuera y desde otras disciplinas.
“A los once años le dije a mis padres, profesores de psicología en la Universidad de Duke: ‘No me puedo quedar en Carolina del Norte, he agotado las posibilidades de todo lo que puedo hacer aquí. Quiero ir a Nueva York”. Un milagro: esa decisión le llevó a directamente Broadway, como actor infantil. De ahí a la ópera: Una vuelta de tuerca, de un compositor tan gay como Britten, en el festival de Nueva Jersey de 1994 y el dueto con Pavarotti en una gala en Filadelfia.
De ahí al cine: su voz llamó la atención de James Ivory, quien incluyó un contratenor en su película La hija de un soldado nunca llora (1998) para ficharle como hijo de Jane Birkn y Kris Kristofferson (“de todas las obras maestras de James Ivory, hice la que nadie vio”, lamenta hoy Roth, aunque al menos de ahí sacó una estrecha amistad con Ivory que prosigue hasta hoy). Y de ahí a la gestión cultural: en el rodaje conoció a Karole Armitage, legendaria coreógrafa de Baryshnikov, Nureyev, Madonna (el vídeo de Vogue) o Michael Jackson (el de In The Closet) y la convenció para que dirigiera su primer proyecto como productor, y, a la sazón, como estudiante de la Universidad de Princeton. Hay un punto erógeno entre el cine de ceja alta, la ópera y la música pop y en él vive Roth.
Como productor, juega a mezclar la ópera con el cine de ceja alta y todo lo que encuentre entre medias. Una vez, en Londres, había montado un espectáculo de duetos con la intérprete trans Justin Vivan Bond (Shortbus). “Quería vender entradas y, mientras, entraba en Grindr [la aplicación de encuentros sexuales entre hombres gais]. De repente, entendí que tenía delante un público en potencia muy fácil. Lo que pasa es que la gente en Grindr suele estar pensando en una única cosa. Así que les invitaba a ir a nuestro espectáculo y, si me mandaban una foto con la entrada, yo les enseñaba una foto de mi miembro. ¡Funcionó bastante bien!”. Cuando el espectáculo se trasladó a Nueva York, Grindr era patrocinador oficial.
Plantearse el peso que ostenta hoy Roth en el mundo de la música clásica rondaría lo excéntrico. Como contratenor, ha cantado en la Met, en la Nacional de Londres, el Real de Madrid y con las orquestas filarmónicas de Berlín, Londres, Nueva York y Los Ángeles: repóker de instituciones veneradas. Ha figurado dos veces en el Tiny Desk de NPR, ganado el primer premio de Operalia (el concurso de Plácido Domingo). El último de sus discos está nominado al Grammy (su segunda nominación). Y sin embargo, él, llámenle raro, sigue planteándose su sitio en la ópera y el sitio de la ópera en el mundo.
¿Qué hay más allá del reconocimiento institucional?, se pregunta. “En esta historia somos tres: público, artistas e instituciones. Y las conexiones entre ellas están rotas. Las instituciones no atraen al público. Eso es lo que quiero cambiar”. La Universidad Carnegie Mellon le ha dado 650.000 dólares para jugar con fórmulas para hacer precisamente eso. “En el escenario, siempre estoy pensando en la gente que no ha ido nunca a la ópera. ¿Qué 30 segundos de la experiencia son los que le van a hacer sentir que están viviendo algo trepidante? La majestuosidad de los auditorios es atractiva, pero eso es solo para un público muy cerrado y aislado de la realidad. ¿Quién va a mantener vigente este arte que tiene 400 años?”.
Él cita su voz. Roth es contratenor, o sea que su registro se acerca más a los femeninos que a los masculinos, en la tradición de los castrati. “De niño, en Broadway, actuaba con voz de soprano. Aprendí a imitar a la monja que cantaba Climb Ev’ry Mountain en Sonrisas y lágrimas [Roth formó parte del sonado revival de 1998] y, en cada cumpleaños, mi madre me pedía siempre que esa canción. Me encantaba cantar en ese registro tan alto. La mayoría de hombres, a los 13 años o así, suele decidir que quieren ser hombres, o les dicen que deben serlo, y que los hombres no cantan con registro alto. Asociamos el registro alto a lo femenino y el bajo a lo masculino”.
Prosigue: “Pero a mí mis padres, psicólogos como te contaba, jamás me impusieron esa idea. Nunca me pareció ni femenino ni peyoriativo cantar alto, simplemente es algo que sabía hacer. Ahora que estamos deconstruyendo el género, tenemos una forma artística, la ópera, que específicamente te plantea: ‘¿Puede un hombre sonar así?’. Y no es una pregunta abstracta. La gente me lo suele preguntar: ‘¿Cuál es tu voz real? ¿Cuál es tu voz de hombre?”, añade. “Cuando, esta tarde, cante Orlando en el Real, y mira que es un sitio lleno de gente docta, calculo que solo el 30% del público habrá oído a un hombre sonar como un contratenor”.
Y esa sorpresa tiene mucho potencial. “Mucha gente, y muchos oídos, ven la ópera como algo muy serio”, se explica. “Pero te digo una cosa. la ópera no es seria. Es algo íntimo. Es primario. Todos tenemos voz: los cantantes de ópera lo único es que la empleamos a nivel olímpico, es un deporte extremo en ese sentido. Pero vayamos a la intimidad. Piensa que todo en esta sociedad emplea una pantalla o un micrófono, el cual va conectado un cable, el cual va ligado a un altavoz. Todo tiene ese filtro. La ópera no. No usamos micrófonos. El sonido emana de mi cuerpo y entra directamente en el tuyo. Es, musicalmente hablando, sexo sin protección. Es una penetración”.
¿Cuántos entrevistados frenarían ante esta metáfora? No el que tenemos delante. “La gente no entiende lo emocionante de la ópera. Los primeros diez minutos vas a estar aburrido sí o sí. Lo estoy yo y estoy en el escenario. Pero tienes que permitirte el aburrimiento. Porque pasamos el día entero haciendo scroll por la pantalla del móvil, 35 imágenes por segundo y necesitas dejar que el ritmo de la mente baje un poco, lo cual te lleva unos 10, 15 minutos. Si sobrevives a esos 10, 15 minutos, puedes conectar con esa penetración que te decía antes. Es sexo tántrico. En vez de una gratificación inmediata, encuentras uno mucho más profunda, apasionante, hilarante a veces”.