Melilla, un patrimonio modernista en ruinas
Desidia política, falta de recursos e intereses inmobiliarios confluyen en la amenaza contra el valioso catálogo arquitectónico de una ciudad declarada conjunto histórico hace 37 años. Ahora, diversos foros ciudadanos exigen medidas al Gobierno de Melilla y al central
La ciudad de Melilla acostumbra a ser noticia por los incidentes en su frontera o por las periódicas reivindicaciones del vecino reino de Marruecos, algo que incomoda a los habitantes de una ciudad que es mucho más que conflictos: urbe multicultural, ejemplo d...
La ciudad de Melilla acostumbra a ser noticia por los incidentes en su frontera o por las periódicas reivindicaciones del vecino reino de Marruecos, algo que incomoda a los habitantes de una ciudad que es mucho más que conflictos: urbe multicultural, ejemplo de convivencia entre religiones, enclave de clima agradable, habitantes hospitalarios, excelente gastronomía y vida tranquila.
Melilla no es precisamente una de las ciudades españolas mejor conocidas, y tampoco lo es su variado patrimonio: natural, arqueológico, inmaterial y arquitectónico. Limitada en origen a la monumental y bellísima Melilla la Vieja (una ciudadela acotada por murallas defensivas de los siglos XVI a XIX), fue el acuerdo del 24 de agosto de 1859, refrendado por el posterior tratado de Wad-Ras firmado por la reina Isabel II y el sultán Mohamed IV en 1860 y materializado dos años después, el que dictó los nuevos límites de la ciudad, definidos por el arco trazado por el alcance de dos disparos de un cañón desde el fuerte de Victoria Grande. Una ampliación cuyo trazado llevaron a cabo ingenieros militares como Julián Chacel y José de la Gándara.
El esplendor económico que alcanzó la ciudad de Melilla por el comercio con el Protectorado español en Marruecos y por la actividad de su puerto, incluida la exportación de minerales procedentes de las minas del Rif, dio lugar a una nueva burguesía. Y así, junto a excelentes edificios públicos surgieron numerosos ejemplos de arquitectura doméstica, en buena parte promovida por comerciantes hebreos. Es el origen de un conjunto histórico de inmuebles que aún supera el medio millar de edificios. El estilo modernista irrumpió con fuerza en la ciudad con la prolífica actividad del arquitecto catalán Enrique Nieto y Nieto (1880-1954) quien, tras afincarse en Melilla, edificó centenares de inmuebles. Su biografía ha sido en ocasiones simplificada, definiéndolo como un discípulo de Antonio Gaudí. Algo que niega el historiador Antonio Bravo Nieto, cronista oficial de Melilla y gran estudioso de la arquitectura de la ciudad: “Enrique Nieto trabajó en alguna ocasión con Gaudí, pero no hay nada gaudiano en Melilla; más bien tiene influencia de Lluís Domènech, pero también atrapó formas de otros autores del modernismo catalán, francés, italiano…”.
El trabajo de Enrique Nieto también está vinculado a los templos de las principales religiones de la ciudad, siendo autor de la mezquita central y de la sinagoga más importante, Or Zaruah. Junto a él fueron diversos los arquitectos que convirtieron Melilla en una de las principales ciudades españolas modernistas, aunque el conjunto comprende otros estilos: eclecticismo, racionalismo, neoárabe, art déco zigzagueante, art déco aerodinámico, etcétera. Todo ello con autores como Carmelo y Droctoveo Castañón, Alejandro Rodríguez Bolardo, Enrique Álvarez, Juan Nolla o Fernando Guerrero-Strachan.
Algunos de ellos aunaron interesantes construcciones con biografías novelescas. Es el caso del ingeniero militar Emilio Alzugaray: encarcelado por desertar del desastre de Annual (huyó en el automóvil del hijo del general Silvestre), fugado del presidio en Melilla y refugiado en Casablanca, readmitido por la República para la defensa de Madrid al frente de las Milicias Vascas Antifascistas, exiliado en París y reclutado por la inteligencia británica, forzado luego a colaborar con los nazis, para acabar asesinado por la Resistencia francesa. Algunos de los inmuebles que dejó Alzugaray en Melilla son tan pintorescos como su vida, incluidos sus dos edificios flanqueados por cabezas de elefante.
Otros inmuebles aparecen firmados por Luis García Alix, entre ellos el Teatro-Cine Perelló, una de las escasas salas de cine de los años veinte del pasado siglo que continúa en funcionamiento. Su obra no impidió que, recientemente, García Alix saliera del callejero de la ciudad debido a su implicación en la detención y muerte de Federico García Lorca.
Menos accidentada fue la biografía del arquitecto madrileño Francisco Hernanz Martínez, autor de los magníficos edificios art déco en la melillense avenida de la Democracia y de algunas de las primeras viviendas racionalistas de la ciudad. Su actividad no se desarrolló exclusivamente en Melilla, sino también en la Península y en el Protectorado español en Marruecos. Recientemente, una de sus obras en la ciudad, ubicada en la calle de Pradilla, se ha visto mutilada con la eliminación de parte de sus bellos esgrafiados florales por simple mal gusto del promotor.
Este ejemplo nos sumerge en la irregular e insuficiente protección de este cuantioso patrimonio histórico. El Real Decreto 2751/1986 declaró gran parte de la ciudad como bien de interés cultural (BIC) con la categoría de conjunto histórico. Este BIC, con límites geográficos marcados por calles, protegió diversos barrios completos y otros parcialmente. Pero esto no ha impedido la demolición de un considerable número de inmuebles modernistas. Algunos, porque quedaron, inexplicablemente, fuera del BIC, y otros dentro del conjunto protegido, por haber sido declarados en ruinas.
En general podríamos decir que —en una primera visión— Melilla presenta un centro histórico aceptablemente conservado. El visitante accede a él principalmente desde de la plaza de España, con su imponente ayuntamiento de estilo art déco, ahora Palacio de la Asamblea de Melilla, también obra de Enrique Nieto. La plaza comunica con la avenida, hoy con el nombre del rey emérito, y sus calles adyacentes, que engloban algunos de los principales ejemplos del conjunto histórico-artístico: el edificio Melul, la Casa de los Cristales, los edificios llamados del Telegrama del Rif, La Pilarica, La Reconquista o El Acueducto, bien mantenidos y restaurados. Esta es la Melilla que ven los turistas y visitantes, también las autoridades que vienen de Madrid, con una imagen vistosa y cuidada.
El problema comienza al callejear por barrios aledaños: el Carmen, Gómez Jordana o el Rastro, donde se suceden inmuebles deteriorados, abandonados o ruinosos. O por zonas más alejadas como el Real, Isaac Peral o el barrio Industrial, donde gran parte de este conjunto modernista, protegido o no, ha caído víctima de la piqueta. La arquitectura de Melilla engloba construcciones dignas del art nouveau de cualquier capital europea junto a pequeños edificios y casas unifamiliares que en los barrios imitaban los estilos de los grandes inmuebles. Este “pequeño modernismo” no ha sido valorado por los responsables de la ciudad, quizás por no comprender el valor que tiene como conjunto.
¿Qué explicación tienen decenas de edificios clausurados o ruinosos? Unas veces se trata de daños estructurales; otras, de desacuerdos entre herederos. Pero en otros casos la razón es más perversa: cerrar los edificios y permitir su deterioro ha sido la forma de eludir los costes de su rehabilitación, hasta obtener una declaración de ruina que permite demoler y elevar un edificio de nueva planta en el que incluso se logra aumentar la altura y multiplicar los beneficios. Esto ha venido realizándose como práctica habitual, tolerada por los diferentes gobiernos de la ciudad cualquiera que sea su signo político.
Para atajar esta situación no se han utilizado los recursos que el ordenamiento prevé para hacer cumplir las leyes de Suelo y de Patrimonio: multas coercitivas, inclusión en el registro de solares, expropiaciones forzosas, ejecución subsidiaria y factura posterior al propietario, entre otros. Estas vías hoy apenas se esbozan y asoman tímidamente en un futuro Plan General de Ordenación Urbana.
Hasta la fecha, la conservación de los inmuebles ha dependido de la buena fe de sus propietarios. Porque las ayudas a la rehabilitación son claramente insuficientes, y los medios de las consejerías implicadas —Cultura e Infraestructuras— también lo son. Falta personal, no hay técnicos especializados en rehabilitación, falta más inspección cotidiana de los inmuebles en los que no solo está comprometido el patrimonio, sino la salubridad y seguridad de sus habitantes. Falta voluntad, en definitiva.
Otro riesgo lo suponen determinadas rehabilitaciones. A pesar de los esfuerzos de la Comisión de Patrimonio Histórico-Artístico de la ciudad, no hay directrices claras sobre cómo actuar en los edificios y a veces no existe una comprensión del valor del inmueble en su conjunto. La preservación, incluso dentro del BIC, parece en algunos casos limitarse a la fachada, llevándose por delante pavimentos hidráulicos, decoraciones interiores, escaleras artísticas y carpinterías originales. Algunos edificios se han vaciado por dentro por el mero fin de añadir un par de plantas. Las obras suelen ejecutarse sin apenas control por parte de la ciudad.
Ana Viñas, decana del Colegio de Arquitectos de la ciudad, recuerda que los materiales que se emplearon en la construcción de los edificios de Melilla eran inferiores a los que se usaban, por ejemplo, en Barcelona, por lo que los inmuebles son más vulnerables. Viñas reclama un cambio de mentalidad sobre el valor del patrimonio. Otra laguna es la ausencia de un catálogo exhaustivo que una gestión negligente nunca realizó. ¿Cuántos edificios modernistas hay en Melilla? ¿Quinientos? ¿Setecientos? ¿Cuántos cientos de edificios han desaparecido?
Las únicas catalogaciones son parciales, realizadas por particulares o en publicaciones científicas. Una carencia que, por amor al arte, tratan de suplir el historiador Antonio Bravo y el fotógrafo Antonio Ruiz, que hoy realizan un denodado esfuerzo para inventariar las molduras que enmarcan los vanos de todos los edificios de Melilla, supervivientes y desaparecidos. Llevan registrados más de 600 modelos, lo que da idea del valor de un conjunto histórico cuyas calles son un verdadero catálogo de arquitectura.
Las alarmas se han encendido. Están en trámite dos quejas ante el Defensor del Pueblo y una denuncia en la Subdirección General de Bienes Culturales. Pero sobre todo existen movimientos ciudadanos sin precedentes que incluyen foros como Arquitectura de Melilla y Melillenses por el Patrimonio Histórico. Los políticos parecen ir a remolque de estas quejas, pero la arquitectura modernista de Melilla necesita un gran rescate que quizás ya no pueda darse en el ámbito exclusivamente local y que puede que precise la implicación del Gobierno central. Al mismo tiempo, comienza a existir conciencia de que a una ciudad con escasos recursos propios se le ha estado hurtando la posibilidad de un desarrollo no solo cultural y turístico, sino también económico y laboral, como podría ser la conservación respetuosa de todo este patrimonio y el aprendizaje de disciplinas y oficios artísticos que darían formación y trabajo a muchos de sus jóvenes. El patrimonio no se ha apreciado hasta ahora como motor de la ciudad, sino como un lastre.
Estas son las dos caras del modernismo de Melilla, el que luce y el que agoniza. Paradójicamente, la ciudad ha entregado recientemente su medalla de oro al artista Carlos Baeza, el gran pintor de este patrimonio. Sus cuadros evocan una ciudad soñada que en su paleta de tonos ocres y dorados refulge como un preciado tesoro. Un tesoro que hoy precisa de iniciativas urgentes para garantizar su supervivencia.