Gloria Balagué, psicóloga: “No es líder quien grita más, sino aquel a quien los demás quieren seguir”

La especialista barcelonesa lleva toda la vida ayudando a deportistas a creer en su fuerza mental como rampa al alto rendimiento. Y lo considera extrapolable a toda la sociedad

La psicóloga barcelonesa Gloria Balagué, fotografiada en Barcelona.Vanessa Montero

Fotos de grandes deportistas que fueron en su día sus pacientes y sus clientes —casi sus niños— y diplomas y títulos que simbolizan una carrera de éxitos salpican la encantadora casita de Gloria Balagué (Barcelona, 71 años) a tiro de piedra del Paseo de Gracia. Arriba, en la terracita al sol, nos cuenta con discreción su apasionante vida: la de una profesional de la psicología clínica que vivió tres décadas en Estados Unidos ayudando a cientos de deportistas y a un amplio puñado de estrellas a cre...

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Fotos de grandes deportistas que fueron en su día sus pacientes y sus clientes —casi sus niños— y diplomas y títulos que simbolizan una carrera de éxitos salpican la encantadora casita de Gloria Balagué (Barcelona, 71 años) a tiro de piedra del Paseo de Gracia. Arriba, en la terracita al sol, nos cuenta con discreción su apasionante vida: la de una profesional de la psicología clínica que vivió tres décadas en Estados Unidos ayudando a cientos de deportistas y a un amplio puñado de estrellas a creer en sus fuerzas. El objetivo era mejorar su rendimiento. Como plusmarquistas y campeones, por supuesto. Pero también, en el fondo, como personas. Hoy colabora con la selección española de natación sincronizada, y su profesión de fe es clara: todo lo aplicable a una estrella del deporte en cuestión psicológica lo es también al común de los mortales.


¿Podría decirse que su especialidad es trabajar la dimensión psicológica del deportista de élite para lograr altos rendimientos?

Correcto.

¿Y eso es extrapolable de la estrella del deporte a —digamos— el ciudadano de a pie?

Es definitivamente extrapolable. Y claro, lo es aún más a aquellas situaciones donde hay una evaluación y se exige un nivel de superación. Por ejemplo, hay mucha demanda desde el mundo de la empresa, porque muchas de las exigencias de un alto ejecutivo son similares a las de un deportista de élite. Pero es extrapolable a cualquier ciudadano. Es que ser capaz de llegar a la mejor versión de uno mismo no entiende de zonas concretas ni de profesiones específicas.

“Ser capaz de la mejor versión de uno mismo”. Se dice fácil.

Sí, me refiero a ser capaces de usar todo lo que tenemos. Y eso requiere unas habilidades psicológicas concretas. Y, además, es posible entrenarlas.

Bueno, esa era otra pregunta para después, claro, pero ya que está, adelante.

Claro que se pueden entrenar. Hay una cualidad que para mí es la más importante en la vida, y es el autoconocimiento: saber quién eres, saber lo que tienes, lo que no tienes, y lo que es importante para ti, los valores. Qué es lo que realmente quieres hacer, no lo que tendrías que hacer o te han pedido que hagas. En esas cosas, si no se trabajan, se pierde mucha calidad de vida.

Balagué posa en el paseo de Gràcia en Barcelona, tras la entrevista.Vanessa Montero

¿Se trata de fijar una escala de prioridades?

Sí, de identificar lo prioritario. La sociedad nos dice muchas cosas: tendrías que ser el primero, tendrías que ganar mucho dinero, tendrías que…, pero uno puede pararse y pensar: “¿De verdad esto es lo que más me importa?”. Y si no lo es, pues es que vas en una carrera que no tiene sentido. Y esa reflexión es la que a menudo no se hace.

Con relación a ese conocernos o no…, ¿damos muchos palos de ciego?

Muchos. Y es por eso, porque la sociedad constantemente nos dice lo que es importante. Pero claro, ¿para quién? Yo he vivido muchos años en Estados Unidos. Aquella es una cultura superindividual. Lo que la sociedad te dice que vale más es que tú, como individuo, seas el mejor. Pero eso no es así en todas las culturas. Las hay que son mucho más de cooperación, y en ellas la satisfacción real y el concepto de éxito radican en que mejore todo el grupo.

Los dos modelos tendrán cosas buenas y malas. ¿Cuál prefiere usted?

Yo soy muy competitiva, pero me siento más a gusto en un modelo en donde el grupo tenga que ver conmigo. No me merece la pena estar aislada y no tener un grupo que suba y mejore conmigo. Yo al modelo de EE UU le veo muchos déficits. Eso se nota mucho en los deportes de equipo.

¿En qué sentido?

En Estados Unidos pueden tener un grupo buenísimo de superatletas, pero muchas veces no tienen un equipo, y se nota. Un individuo puede querer lucirse mucho, pero si el resto del equipo no va bien, él tampoco destacará. Uno de los mejores entrenadores y psicólogos que he conocido era el que estuvo mucho tiempo entrenando a los Bulls y a Michael Jordan, Phil Jackson. Su éxito fue convencer a Jordan de que no tirara tanto él, porque únicamente con sus estadísticas no alcanzaría el éxito. Pero con las del grupo, sí.

Estamos hablando del influjo de la psicología en el rendimiento deportivo. Pero se le podrá dar la vuelta, ¿no? El impacto que hacer deporte tiene en la mente. Las endorfinas, y todo eso.

Claro. El deporte tiene impacto fisiológico, y no solo en las endorfinas, sino en el hecho de generar más energía. No se puede aspirar a un bienestar solo de cabeza, si el cuerpo no está bien, no estás bien. Por algo uno de los tratamientos de la depresión es el ejercicio. Y para mucha gente que está empezando a sentirse mal, o que ya tiene un diagnóstico de algo, etcétera, la vida de repente se reduce a ir a médicos y tomar medicinas, pero el deporte puede ser todo un alivio psicológico para muchos casos.

Explique en una especie de telegrama por qué es beneficioso para la mente hacer ejercicio físico.

Tenemos tres fuentes de energía física, el sueño, la alimentación y el ejercicio. Si no estás cuidando las tres, no tienes bastante. El deporte es un protector contra el estrés. ¿Y qué hacemos en tiempos de estrés? Comemos fatal, no dormimos bien y no encontramos tiempo para ir al gimnasio. Así que abandonamos las protecciones contra el estrés. Con lo cual se incrementa el estrés y no obtenemos buenos resultados ni en el trabajo ni en la vida.

Hablando de ese impacto del ejercicio físico sobre el estado mental, usted cofundó la TPSR Alliance: el deporte como herramienta para mejorar la responsabilidad personal y social de los jóvenes. ¿En qué consiste?

Sí, un colega mío en la universidad, el profesor Don Hellison, creo a finales de los noventa en Chicago ese modelo para trabajar con niños negros de colectivos muy marginados. Hellison creó un método con varios niveles. Lo primero que les enseñaba era: has de ser capaz de controlarte a ti mismo. El segundo nivel era el esfuerzo. El tercero, ayudar a los demás. Y el cuarto, transferir todas las enseñanzas a la vida real. Todo estaba basado en valores. Era difícil, pero funcionaba.

¿Era un poco como un interruptor? ¿Activar en aquellos niños algo que estaba apagado?

Exacto, que vieran que por fin alguien creía en ellos. Porque hasta ese momento nadie lo había hecho.

Todas esas enseñanzas, autocontrol, esfuerzo, solidaridad…, ¿no deberían ser a estas alturas materia educativa en el ámbito escolar?

Desde luego. Todo eso es la inteligencia emocional, realmente. Trabajar. Respetar. Que te respeten.

Nos hemos creído la inteligencia artificial, pero no la emocional

Visto lo visto, parece ser que preferimos ir a saco con la inteligencia artificial que arrancar de verdad con la emocional…

Nos hemos creído la inteligencia artificial pero no la emocional. Creo que cuando se habla de emociones, hay gente que las ve como algo a controlar, casi a evitar, algo molesto…, pero en realidad son una fuente de energía.

Puede que nos hayan acostumbrado a que solo lo positivo nutra nuestras vidas, y a veces las emociones son negativas, exhiben nuestra vulnerabilidad… Es lo mismo que ocurre con el error y con el fracaso. Tienen mala prensa.

Sí, y sin embargo solo sabrás que vas superándote cuando algo no te salga. Eso lo he visto en grandes estrellas del deporte, sobre todo en algunas disciplinas que pueden ser especialmente frustrantes, como el patinaje sobre hielo o la gimnasia rítmica. Yo les decía: “Si tú me dices que llevas toda la semana entrenando y no has cometido un solo fallo, yo te contesto que no has aprendido nada, estás estancado”. A cometer errores mucha gente lo llama fracaso, pero en realidad es una información importantísima para saber cómo empezar de nuevo y de forma distinta. Y entonces pasamos a lo que decía Einstein: “La locura es hacer siempre lo mismo y esperar resultados diferentes”.

¿Puede recordar algún caso concreto de su carrera en el que se haya encontrado con esto?

Una de las tareas con las que más aprendí y disfruté fue cuando trabajaba con los Chicago Bears y participé en la selección de los rookies [novatos]. Una de las preguntas que les hacía era: “¿Cuál es la situación más difícil a la que te has enfrentado y cómo la resolviste?”. Claro que me encontré con respuestas que me dejaron estupefacta, porque es una población en general con un nivel de trauma brutal. Uno me dijo que su padre le había metido un tiro a su madre cuando le llevaba en brazos. Otro me contó que a su hermano le habían matado de un disparo cuando estaba sentado en el asiento delantero del coche, mientras él estaba en el trasero. Y era terrible, pero yo estaba obligada a incorporar todo aquello a la realidad y a intentar ver cómo iba a ser aquel chaval en el terreno de juego.

Ver lo que suponía para él el éxito, la derrota…

Claro. Pero, de todas formas, la población con la que los entrenadores profesionales tienen más dificultad y que a mí me ha resultado también más difícil son los chicos que habían destacado desde siempre, desde pequeños.

¿Por qué?

Porque muchas veces lo que les importa de verdad es no quedar mal, y entonces no quieren hacer nada que no hayan hecho ya muchas veces. Y claro, no mejoran.

Eso sí que es extrapolable a toda la sociedad, ¿no?

Pues claro, estoy hablando de habilidades para la vida en general. Hacer solamente lo que ya sabes hacer bien no es muy enriquecedor. El reto de verdad es enfrentarte a cosas que no has hecho. Y otra cuestión: a veces la gente piensa que lo más importante es tener mucha dureza, ir contra los obstáculos. Y esa es una cualidad buena, ¿eh?, pero si la usas demasiado es mala. Yo pienso que lo mejor es tener flexibilidad, ser capaz de aprender de los errores e innovar, buscar siempre alternativas. Y eso se entrena. Ahora bien, si no te conoces y no sabes qué tienes de positivo, tampoco podrás modificar lo negativo. Esto lo viví con deportistas que hasta tuvieron récords del mundo.

La velocista Michelle Finn, del equipo olímpico de EE UU en los Juegos de 1992, dijo que usted la salvó por “enfatizar lo positivo y machacar lo negativo”. ¿Cómo se hace eso?

Enseñando a la gente a saber lo que tiene de positivo, repito. Y enseñándole que, aunque no lo utilice a menudo, está ahí. Eso te va a permitir mejorar. Si solo miras lo negativo, te bloqueas. Si yo voy a montar en avión y empiezo a ver vídeos de accidentes aéreos, al final no vuelo.

Si eres aficionado al atletismo de élite, a veces darías dinero por saber qué tienen en la cabeza esos deportistas antes de competir. Sobre todo los saltadores, que tienen tanto tiempo para pensar…

Pues hay una diferencia entre los buenos y los muy muy buenos.

Por favor, explíquela…

Antes del momento cumbre, los que son solo buenos piensan en el movimiento. Los muy muy buenos hacen el movimiento, ya no piensan. Todo ha tenido que ser pensado antes.

Otra vez, algo extrapolable a cualquier situación. ¿Quizá pensamos mucho y hacemos poco?

Sin duda. Y es que a veces nos parece que mientras pensamos ya estamos haciendo algo. ¡Y nos sentimos mucho mejor! Y como eso no lo ve nadie, pues tampoco quedas mal [risas].

Los jóvenes de hoy no toleran estar solos, ni el silencio ni el aburrimiento. Y eso lo vamos a pagar

¿Qué importancia atribuye usted a lo trivial, a lo pequeño, a lo no dicho?

Escuchar el silencio es clave. ¿Por qué esa persona no habla nunca de ese tema? ¿Por qué esta amiga no me habla nunca de su pareja? ¿Por qué ese atleta no habla nunca de su fracaso en anteriores pruebas? No puede ser. Y esto, en mi profesión, se entrena, pero en general, no. Y, por cierto, uno de los grandes problemas de la juventud actual es que no toleran el estar solos. Los jóvenes de hoy no toleran el silencio, no toleran el aburrimiento. Y eso lo vamos a pagar.

¿Y lo trivial?

Lo trivial... John Wooden, el famoso entrenador de baloncesto [10 campeonatos de EE UU con su equipo, los UCLA Bruins, entre 1969 y 1975], una de las primeras cosas que hacía cuando reunía al equipo a principio de temporada era montar una sesión de ponerse los calcetines. Los jugadores le decían: “¡Menuda chorrada!”. Y él les contestaba: “Si no te sabes poner bien los calcetines, ¿cómo puedo esperar que puedas jugar bien?”. Y les tenía una hora poniéndose y quitándose los calcetines.

¿Cómo se hace eso? ¿Cómo se gestionan los egos de las estrellas? ¿Cómo se le dice a Michael Jordan que tiene que jugar más en equipo? ¿Cómo se le dice a un alto ejecutivo que se está equivocando?

La clave es cuando caen en la cuenta de que esto va a ser bueno para ellos. O sea, no es solo que yo quiero que tú hagas eso, sino que si lo haces será mejor para ti. Evidentemente, han de tener algo de fe en ti.

Gloria Balagué, en su casa de Barcelona.Vanessa Montero

¿Le puedo preguntar por algún caso de estrella del deporte con nombre y apellido que le trajera por la calle de la amargura?

Nombres y apellidos no puedo dar. Pero recuerdo a un recordman mundial que… [tuerce el gesto], ayyyy…, trabajó de maravilla, batió el récord del mundo…, y eso le cambió la vida. Eso les pasaba mucho a atletas negros que procedían de entornos desfavorecidos, les salían parientes, amigos, novias, se sentían a veces como pedazos de carne, y es el precio del éxito. Un día me dijo muy preocupado: “¡Es que de repente resulta que soy el representante de la raza negra!”. El caso es que estaba distraído, y en la siguiente gran competición en la que participó, perdió el récord. Me llamó y me dijo: “Necesito un maratón de hablar contigo”. Estuvimos un día entero en su casa. Se tiró una hora seguida llorando. Me dijo: “Eres mala, haces llorar a tus pacientes”. Yo le contesté: “No, cuidado, esto ya lo llevabas dentro, yo solo lo he sacado”.

Usted clama por una formación sólida para aquellos cuya misión profesional es ayudar a los demás, frente a quienes toman los atajos. ¿Cuáles? ¿El coaching, por ejemplo? ¿Los libros de autoayuda? ¿Los vendemotos de la peor versión del mindfulness?

Sin duda alguna. Es que mucha gente busca la píldora de la solución. Y claro, no existe. El trabajo hay que hacerlo. El coaching tiene algunas herramientas buenas, pero es que si solo tienes un martillo, el mundo entero es un clavo. Y a veces el atajo funciona, pero a veces no es que no funcione: es que hace daño, porque no se ve una cuestión emocional por debajo que habría que examinar y que puede estar provocando un mal.

Todo sea por la eficacia bien pagada…

No, todo sea por la solución rápida. Y luego hay otra cosa que ha hecho mucho daño, y es el pensamiento positivo. Hay que decir siempre que todo está bien, no se puede hacer una crítica. Me parece gravísimo. Hay que poder decir “esto está muy mal”. Entonces, claro, hoy tienes muchos padres a cuyos hijos no se les puede decir nada, porque nunca es culpa del niño, sino del profesor.

¿Qué opina de las estrategias de la tensión, de mantener tensionado a tu equipo como supuesta vía para que rinda más?

Opino que no es líder quien grita más, sino aquel a quien los demás quieren seguir. El liderazgo por el miedo es eficaz en algunas situaciones, pero claro, quemas tantísimos barcos… Esos son los entrenadores y los ejecutivos que tienen éxitos sucesivos, pero se tienen que ir de cada empresa o de cada equipo y dejan detrás un pastel que para qué. Y los siguen contratando, que es lo pasmoso.

Le habrá tocado muchas veces hacer de confesora y hasta de ángel de la guarda. Pero y al ángel de la guarda, ¿quién le cuida?

¡Ja, ja, ja, ja! En serio: es una responsabilidad inmensa cuidar de ti misma. Y saber cuándo no estás bien, porque todos tenemos puntos ciegos. Por eso es fundamental el autoconocimiento. Porque si no estás bien, no puedes ayudar a nadie.

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