Ana María Hernández: “La gente de ciudad nos hemos olvidado de ser seres humanos”
Es la presidenta de la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), entidad que se ocupa de vigilar la salud de la multiplicidad de formas de vida en la Tierra. Desde Montreal, donde reside esta colombiana, cuenta cómo la pérdida de especies sigue a un ritmo sin precedentes.
La última gran evaluación de la biodiversidad del planeta presentada en 2019 por el organismo encargado de Naciones Unidas reveló un hito alarmante: la existencia ya de un millón de especies de animales y plantas en peligro de extinción, lo que nunca había pasado antes en la historia de la humanidad. Este trabajo científico fue llevado a cabo por la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), el organismo independiente creado en 2012 del que es pr...
La última gran evaluación de la biodiversidad del planeta presentada en 2019 por el organismo encargado de Naciones Unidas reveló un hito alarmante: la existencia ya de un millón de especies de animales y plantas en peligro de extinción, lo que nunca había pasado antes en la historia de la humanidad. Este trabajo científico fue llevado a cabo por la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), el organismo independiente creado en 2012 del que es presidenta la colombiana Ana María Hernández Salgar (Bogotá, 50 años). Es la entidad equivalente al IPCC del cambio climático que se ocupa de vigilar la salud de la multiplicidad de formas de vida en la Tierra. Desde Montreal, donde reside, esta especialista en relaciones internacionales y derecho ambiental cuenta cómo la pérdida de especies sigue a un ritmo sin precedentes y cómo en diciembre debe celebrarse en Canadá una cumbre mundial decisiva para conseguir frenar el desplome de la biodiversidad en la próxima década. A punto de viajar a España para recoger el premio de Ecovidrio a la Personalidad Ambiental de 2022, la presidenta de la IPBES considera que el ciudadano moderno se ha desconectado de la naturaleza y ha olvidado lo importante que es para el bienestar de los propios humanos. “Dependemos mucho más de la biodiversidad de lo que pensamos”, advierte.
Desde 2019, ¿ha cambiado algo en el recuento del millón de especies en peligro de extinción en el planeta?
En este tiempo han salido diferentes estudios que reafirman la crisis de la extinción de especies. Esperemos que el próximo año nos aprueben hacer una revisión de esa evaluación global para 2030, pero se sigue repitiendo lo mismo: seguimos perdiendo la biodiversidad a tasas impresionantes, y es que no hemos logrado hacer una transición a cambios que realmente detengan esos procesos.
De ese millón de especies en peligro de extinción, ¿qué proporción son insectos?
De los ocho millones de especies de plantas y animales estimadas para el planeta, 5,5 millones son insectos. Y de estos se considera que alrededor de un 10% están amenazados por la extinción, lo cual hace que los insectos sean una amplia proporción del millón en peligro.
¿Qué implicaciones tiene que haya un millón de especies al borde del precipicio?
No solamente es el número, el problema de que haya un millón de especies en vías de extinción va más allá de esta cifra. Esta pérdida tan importante de biodiversidad tiene un impacto en todos los aspectos de la vida, tanto de la biosfera de forma global como del mantenimiento de la especie humana y de la calidad de vida de las poblaciones. La biodiversidad está relacionada con muchos servicios esenciales, como la alimentación, la construcción de una vivienda, la generación de calor, el desarrollo humano… El hecho, por ejemplo, de que se pierdan insectos polinizadores tiene una afectación enorme para nuestros campos, para las frutas y verduras que comemos…
¿No resulta paradójico que para poner en valor las otras formas de vida del planeta haya que demostrar su utilidad para los humanos?
Este es un tema que justamente acabamos de analizar en la IPBES. ¿Por qué la diversidad solamente se valora desde una aproximación económica o de utilidad? Esta es una visión muy occidental, pero cuando nosotros nos sentamos a hablar con los pueblos indígenas, con las comunidades locales, con la gente que realmente vive en la biodiversidad, con la biodiversidad, su percepción es totalmente diferente. Nosotros, los occidentales, hemos olvidado ser seres humanos, hemos olvidado nuestra conexión con la naturaleza, porque somos naturaleza. Las comunidades indígenas, los pueblos conectados a un territorio, siguen teniendo ese vínculo, tanto en lo físico como en lo que nosotros llamamos cosmovisiones. En cambio, nosotros, la gente más de ciudad, más pegada a la modernidad, vemos la naturaleza como algo que está afuera, como algo que nos es útil en algún momento y que se da gratuitamente, que alguien nos consigue de alguna manera para que podamos vivir cómodamente.
¿Cómo se cambia esto?
Nosotros no nos preocupamos tanto por la biodiversidad porque encontramos la comida en un supermercado, pero una de cada cinco personas en el mundo depende de especies silvestres para alimentarse y generar ingresos. Dependemos mucho más de la biodiversidad de lo que pensamos, debemos comprender que la naturaleza no solamente nos es útil, sino que también nos abraza y nos cuida.
¿Qué le conecta a usted con la naturaleza?
A mí me conecta de forma inmediata la Amazonía colombiana y especies como el delfín rosado. Pero también pienso en las montañas, en las zonas cafeteras de Colombia… En realidad, el único ecosistema donde me es difícil conectar es el de la ciudad, no me atrae tanto el bullicio urbano.
¿Cómo lleva ser mensajera de tan malas noticias?
A veces me dicen: “¿Cómo es que usted solo habla de números negativos, noticias malas?, ¿por qué no podemos hablar de casos positivos?”. Y siempre respondo que para entender por qué algo es bueno hay que conocer primero el estado de la situación. Me afecta, claro que me afecta, día a día. Pero también creo que una forma de compensar es trabajar duro para conseguir ese cambio transformador que necesitamos. Esto es muy personal, nunca lo saco, pero yo soy muy creyente y siempre he pensado que como persona tengo una responsabilidad innata con la creación. Tengo un hijo de 18 años y una hija de 10, a mí me toca intensamente esta destrucción y también pensar que no estoy haciendo lo suficiente para darles un futuro mejor, que esto puede afectar a su salud, a su bienestar, y a la de sus hijos y sus nietos.
¿Cómo empezó a trabajar con la biodiversidad?
A mí toda la vida me había encantado la biodiversidad marina, yo quería ser bióloga marina. Pero me convencieron y terminé estudiando Relaciones Internacionales. Aun así, nunca abandoné mi pasión y decidí hacer una tesis sobre cooperación para la conservación de especies marinas en la región del Caribe. Fue a partir de ahí que empecé a trabajar como joven investigadora en el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt de Colombia y después pasé al Ministerio de Ambiente. Han sido 25 años apasionantes, pues amo mi trabajo y amo estar dedicada a la biodiversidad.
En su trabajo, ¿qué cambia cuando se sienta a hablar con delegados de los países y comunidades indígenas?
Uno tiene que sentarse a una mesa siempre con una actitud de respeto por la otra persona con la que va a hablar. Los occidentales suelen tener la pésima costumbre de considerar como inferiores a los pueblos indígenas o a las comunidades locales. Sin embargo, los indígenas son como unos hermanos mayores, aprendo de ellos todos los días. Cuando ellos tienen una posición frente a un tema, hablan de un conocimiento fundamental, suelen tener detrás una lógica arrolladora. En biodiversidad son grandes conocedores, me encanta hablar con ellos porque muestran un inmenso conocimiento, de incalculable valor, que muchas veces no está escrito. En cambio, cuando uno se sienta con un negociador en cualquier parte del mundo, uno sabe que habla con un emisario de un país que tiene una posición específica sobre un tema y una agenda política. Son lenguajes y sistemas de aproximación muy diferentes.
Al igual que el IPCC que estudia el cambio climático, para evaluar la biodiversidad la IPBES debe reunir el mejor conocimiento científico ya existente. ¿Por qué es tan complicada esta tarea?
Es todo un reto procesar toda la cantidad de información que deberíamos analizar a nivel global sobre biodiversidad, pues hay lagunas. No toda la información está disponible en el formato y el idioma que se requiere. En nuestras evaluaciones globales tratamos de ver qué hay sobre ciertos temas en todos los continentes, pero a veces hay información en inglés y científicamente comprobada solamente para una o para dos naciones; entonces tenemos que ver si hay otras publicaciones, adaptar lo que no está traducido y sacar por lo menos lo básico.
¿La emergencia climática está dejando en un segundo plano la crisis de la biodiversidad?
No se puede hablar de mitigación o adaptación al cambio climático sin tratar también el proceso de recuperación de la biodiversidad. Los científicos del cambio climático y los científicos de la biodiversidad hablan un lenguaje muy parecido. En el caso, por ejemplo, de los páramos, sabemos que estos son un sumidero importantísimo de gases de efecto invernadero: si se acaba con los páramos al transformar el uso del suelo, además de afectar a la biodiversidad, los gases retenidos vuelven a la atmósfera.
Pero ¿no se está poniendo mucho más el foco en combatir el cambio climático que la pérdida de biodiversidad?
En términos de toma de decisiones, efectivamente, a veces las administraciones están dando más importancia al cambio climático. A nivel general, todo el mundo habla del cambio climático, se pone más plata para el cambio climático, hay más gente trabajando para frenar el cambio climático. Preocupa que los gestores impulsen acciones contra el cambio climático que pueden afectar negativamente a la biodiversidad. A veces se dice: vamos a sembrar muchas especies forestales para que capturen los gases de efecto invernadero de manera más rápida. Pero esto se hace en ecosistemas que no son adecuados, dañando la biodiversidad. La lucha contra el cambio climático y la pérdida de biodiversidad deben verse de forma integrada. Esto todavía no ha calado, tal vez nos falta un poco de sensibilidad en los gobiernos.
La IPBES ha estimado que hay entre 631.000 y 827.000 virus desconocidos en la naturaleza que pueden infectar a los humanos. ¿Qué hemos aprendido de la pandemia del coronavirus?
Nosotros como seres humanos estamos entrando cada vez más en diferentes tipos de ecosistemas donde habitan otras formas de vida. Cuando nosotros entramos, los alteramos y, al alterarlos, generamos una serie de impactos que pueden provocar una liberación de patógenos o la dispersión de diferentes tipos de enfermedades. Van a seguir produciéndose pandemias, el ser humano no tiene los suficientes cuidados, sigue actuando de manera abiertamente contraria al respeto al medio natural con el que tiene que convivir. No podemos negar la clara responsabilidad humana en la aparición de una pandemia, la prevención a través de un esfuerzo transdisciplinario es muchísimas veces más importante y menos costoso que el combate de las enfermedades cuando ya están dispersas. Esa es la principal lección.
Como experta en relaciones internacionales, ¿cuál es su lectura de la situación actual en el mundo para conseguir avances de los países en la lucha contra la pérdida de biodiversidad?
Se mire por donde se mire, la coyuntura actual es muy complicada, el mundo está en una situación enormemente compleja. Tenemos una amenaza de recesión económica para el próximo año, no solamente en Europa y no solamente como consecuencia de la guerra, pues todos los países lo vamos a sentir. Además, debemos enfrentarnos a una coyuntura climática también muy difícil, en un año en el que se han producido unas olas de calor como nunca habíamos tenido. Y, por supuesto, está la crisis de biodiversidad. ¿Qué nos espera en la lucha contra la pérdida de especies? Aquí en Montreal, en diciembre se va a celebrar la decimoquinta Conferencia de las Partes del Convenio de Diversidad Biológica, donde se aprobará el marco global en esta materia posterior a 2020. Básicamente, se trata de acordar un programa de trabajo para los próximos 10 años, de aquí a 2030, para que los países se comprometan a metas que permitan reducir la pérdida de biodiversidad.
Hasta ahora, los diferentes compromisos internacionales han servido de poco: los países incumplieron todos los objetivos para frenar la destrucción de la biodiversidad fijados para 2020. ¿Qué está fallando?
Mi lectura de lo ocurrido con las Metas de Aichi, las metas anteriores fijadas para 2020, es que eran muy ambiciosas en el ámbito internacional, pero muy poco realistas en términos de implementación y acción en cada uno de los países. Aterrizar los ideales multilaterales en la realidad de los países es un proceso complejo y generalmente se señala la falta de financiamiento como una barrera. Los planes de acción nacionales en biodiversidad presentan presupuestos que, en su conjunto, suman miles de millones de dólares. Sin embargo, antes de creer que no se puede hacer nada porque faltan muchos recursos, hay que pensar en qué se puede hacer con lo que se tiene disponible, tanto en recursos nacionales como en cooperación internacional. Unir esfuerzos para actuar desde ya, además de priorizar acciones para buscar nuevas fuentes de financiamiento, es un asunto clave. Esto no es un capricho, todo el planeta está en juego si no se consiguen unos mínimos acordados.