El misterio Picasso
El artista y el personaje analizados por Juan José Millás.
He aquí un hombre que a los 20 años ya había dejado atrás al Pablo y al Ruiz para instalarse en el Picasso, donde permaneció el resto de su vida y de las nuestras, pero también el resto de las vidas de nuestros descendientes. Tiene mérito si pensamos que hay gente que a los 40 años no ha logrado ser siquiera Ruiz. Y quien dice Ruiz dice García o dice Gutiérrez o dice Díaz o dice Carvajal. Iba sin frenos este Picasso que habiendo nacido en el siglo XIX se instaló en el XX ...
He aquí un hombre que a los 20 años ya había dejado atrás al Pablo y al Ruiz para instalarse en el Picasso, donde permaneció el resto de su vida y de las nuestras, pero también el resto de las vidas de nuestros descendientes. Tiene mérito si pensamos que hay gente que a los 40 años no ha logrado ser siquiera Ruiz. Y quien dice Ruiz dice García o dice Gutiérrez o dice Díaz o dice Carvajal. Iba sin frenos este Picasso que habiendo nacido en el siglo XIX se instaló en el XX como si fuera suyo. El siglo XX ha sido el de Picasso como el XVIII fue el de las luces. A pocas personas se les queda pequeño un siglo porque no hay nadie que llegue a crecer tanto. Pero Picasso rompió las costuras del XX como rompió las costuras de la pintura de su época (y de todas las épocas, dan ganas de decir) y ya lo tenemos instalado también en el XXI. Sigue sin frenos a los 50 años de su muerte. Su obra, desde la más académica hasta la más subversiva, nos corta el aliento todavía porque Picasso no es solo el triunfo de Picasso, sino el éxito de la especie. Nos miramos en ella, en su obra, y nos decimos: a esto hemos llegado, qué bárbaro.
Qué bárbaro.
Picasso tenía de viejo una cabeza que parecía una bola de acero en la que hubieran incrustado los ojos atónitos del surrealismo y del cubismo y del primitivismo. Iba de un ismo a otro porque todos se le quedaban pequeños, como los siglos. Ningún traje formal le duraba más de dos temporadas, pues careció de otra ambición que no fuera la de escapar a los corsés. “Me faltaba la torpeza de un niño, su ingenuidad”, dijo en algún momento para referirse a esta pasión suya por desaprender. Sabía, en fin, que sin desaprendizaje no hay progreso. Sabía que para alcanzar la sustancia del arte había que remontarse a su prehistoria, a sus orígenes, cuando aún no era arte. Por eso también dijo que después de Altamira todo había sido decadencia. Necesitaba recuperar el candor diabólico de quienes pintaban en las paredes de las cuevas como el que pinta con los dedos en las paredes de su subconsciente. Impresionaba verlo en aquella película El misterio Picasso creando y destruyendo, destruyendo quizá más de lo que lograba crear.
Otra de las rarezas de Picasso fue la de convertirse en dinero. Picasso no tenía dinero porque él era el dinero, todavía lo es. Pagaba en el restaurante donde solía comer con cheques que jamás se pasaban al cobro porque el dueño del establecimiento prefería enmarcarlos o guardarlos en la caja fuerte, ya que su mera firma era un capital. Lo de convertirse en dinero no figuraba en sus planes porque se trata de una forma de transustanciación de orden religioso y él era ateo. No creía en el Dios capitalista, pero el Dios del capitalismo creyó en él y lo tocó con su gracia.