Clara Janés: “Todo va tan rápido que lo que ayer eran respuestas, hoy son preguntas”

A los 81 años, la autora de ‘Kampa’ y ‘Kamasutra para dormir a un espectro’, una de las grandes voces de la poesía en español del último medio siglo, sigue inclinada sobre la pluma y la mesa. Su última obra es ‘Krater’ o la búsqueda del amado en el más allá.

Clara Janés en su piso del madrileño barrio de Chamberí.Cateriina Barjau

Versos recitados y versos leídos, formulaciones matemáticas, pasiones astrofísicas, una impronta de misticismo, sucesivas carcajadas, volúmenes y más volúmenes que no se cansa de enseñar, un poco de Einstein por aquí, un poco de Platón por allá y la voz callada y sabia de la inquilina del lugar dan para una mañana en casa de Clara Janés (Barcelona, 81 años), un pisito con olor a libro en el madrileño barrio de Chamberí.

La cita le pilla traduciendo el Lemuria de Vladimir Holan y los Tratados de Omar Jayyam. Lo de Clara Janés con Holan es digno de una investigación literari...

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Versos recitados y versos leídos, formulaciones matemáticas, pasiones astrofísicas, una impronta de misticismo, sucesivas carcajadas, volúmenes y más volúmenes que no se cansa de enseñar, un poco de Einstein por aquí, un poco de Platón por allá y la voz callada y sabia de la inquilina del lugar dan para una mañana en casa de Clara Janés (Barcelona, 81 años), un pisito con olor a libro en el madrileño barrio de Chamberí.

La cita le pilla traduciendo el Lemuria de Vladimir Holan y los Tratados de Omar Jayyam. Lo de Clara Janés con Holan es digno de una investigación literaria a lo Guillermo de Baskerville. Primero lo conoció leyendo Una noche con Hamlet, luego se enamoró (de sus poemas y quién sabe, quién sabe…) y luego acabó logrando que el poeta checo la recibiera en su casita de la isla de Kampa, en Praga, donde se había recluido para escapar de la dictadura comunista y de la vida en general. Todo aquel proceso de pasión, tenacidad y admiración por parte de la poeta hacia el poeta quedaría reflejado en dos libros conmovedores, uno en verso —Kampa (Hiperión, 1986)— y otro en prosa —La voz de Ofelia (Siruela, 2005)—. La vida de Janés, hija de la clavecinista Ester Nadal y del poeta y editor Josep Janés, ya nunca sería la misma, como admitirá en esta conversación.

La académica de la RAE, uno de los grandes nombres de la poesía española del último medio siglo, publicó en junio su nuevo libro de poemas, Krater o la búsqueda del amado en el más allá (Galaxia Gutenberg), y Cátedra editó recientemente una antología suya, Resonancias. Además, durante el confinamiento, elaboró y autoeditó un primoroso librito sobre los dibujos y las palabras de Leonardo da Vinci, incluyendo pinturas y grabados que ella misma escaneó en su casa. Nada parece detener a Clara Janés. Ni el paso del tiempo, ni las pandemias, ni las visitas ­inoportunas, como esta.

Podríamos empezar hablando de Krater, su último poemario…

A mí me parece un libro extraordinario, extraordinario en el sentido de que no me lo podía imaginar.

¿Por qué?

Es que últimamente tengo tantas cosas que me dije que por qué iba a escribir un libro más. Pero cogí un cuadernito y empecé con trozos, con retazos, con cosas, y vi que allí se estaba formando algo. Como si se estuviera formando solo.

Pero el libro tendría una génesis más o menos puntual, un momento concreto de germinación, ¿o no?

Estar en la Academia al lado de Emilio Lledó cuenta. Él me pasó un libro sobre Grecia, y yo, que siempre he leído a Platón, volví a él. Y Platón encima de la mesa no es cualquier cosa, eso te va llevando, te hace ir atrapando otras cosas, se van formando los poemas, y entonces te das cuenta de que…

… de que ya hay algo.

Eso, y además algo que remite a otro algo anterior. Que en mi caso era mi libro Kamasutra para dormir a un espectro. Y aquí sigo, con el mismo espectro, que aún no sé quién es.

Y que no se va…

Y que no se va. Y que, si intento dejarlo, se enfada.

Aquí casi hemos aparcado la poesía para hablar de espiritismo.

¡Ja, ja, ja, ja, yo con el espiritismo no me meto! No, en serio, lo que escribes cobra una realidad, la realidad de algo que está escrito.

La duda es si la realidad es lo que está aquí delante de nuestros ojos o es otra cosa, si es lo que hay o lo que creemos que hay.

Evidentemente, de lo que hay seleccionamos, y para cada persona hay unas cosas fundamentales. Hay cosas que uno mira y otras que no mira tanto. Uno selecciona, no puedes no seleccionar, y eso es de lo que te vas alimentando. Eso se va mezclando con los pensamientos, con los sueños… A mí lo de los sueños me alucina mucho.

“Lo de los sueños me alucina mucho. A veces busco una palabra y no la encuentro, pero por la mañana está ahí”.Cateriina Barjau

¿Por qué?

A ver, por ejemplo, un día se descubre que la materia oscura existe de verdad. ¿Qué pasa en mi sueño? Me despierto hecha una furia porque Einstein se ha muerto, a él le habían dicho que esto no existía y entonces él había dicho: “He metido la pata”. Y ahora resulta que es verdad, que sí existía. En otra ocasión busco una palabra, no la encuentro, no la encuentro…, y por la mañana la palabra está ahí. Esto quiere decir que la cabeza, en el sueño, funciona. Y funciona a veces con cosas unidas a tu voluntad.

Esos sueños en los que lo estás pasando mal y deseas despertar, y dices: “Bueno, me voy a despertar”…, y despiertas. No sé si Freud o Jung acabaron resolviendo este enigma.

Fíjate, es increíble. La voluntad sobre los sueños.

En cualquier caso, los sueños son buen material poético, ¿no?

Por supuesto. Para mí, eso de encontrar durante el sueño la palabra que no encontraba es algo fabuloso.

“Un libro que por vía subterránea nos lleva a un paraíso”. Eso lo escribe usted a modo de prólogo en Krater. ¿Cuál es ese paraíso? ¿El amado?

La búsqueda del amado. Un amado desconocido que vas buscando bajo tierra. De repente llegas a un lugar ahí, bajo la tierra, y ahí se produce una unión y se convierte en paraíso. Ahí empieza de verdad, para mí, la escritura profunda de este libro. “Luz divide y suma sombra. / ¿Cuál es la velocidad de la sombra?”. Es que para mí el tema de la luz es increíble. Que solo cuando se mueve tiene materia…, es una de las cosas que sé que voy a estudiar. El fotón solo en movimiento tiene materia. Lo dice Einstein. ¿Y si no? ¿Es energía? Pero, si es energía, ¿cómo no puede tener materia y no moverse?

Ni dedicándole tres años a la pregunta podría responderla. En su poesía están la ciencia, la matemática, la formulación… Con ellas compone versos, a veces resulta increíble.

Por supuesto, la ciencia es fundamental para mí.

¿Uno convoca a la poesía o ella se convoca a sí misma?

Las dos cosas funcionan. En realidad, ¿qué es lo que convocas? Un conocimiento, pero a lo mejor ese conocimiento solo puede ser poético. Y luego le buscas una explicación. Yo reflexiono sobre lo que he hecho en un libro y trato de guardar los trasfondos de ese libro en una carpeta, porque luego me viene un estudiante o un periodista a preguntarme cosas sobre él y yo ya no me acuerdo de dónde vino este verso o aquel. Pero, claro, si tengo una carpeta con los trasfondos…

O sea, una documentación sobre el poema.

Exacto.

¿La poesía tiene tema?

A veces sí y a veces incluso te lo dan, te encargan que escribas sobre algo. Pero en general el tema se va haciendo. Aunque a veces no. Por ejemplo, Isla del suicidio lo escribí así, pam, pam, pam, y vino directamente de un viaje a Ibiza.

Habrá ideas que surgen más con el destello, con el arrebato, y otras más —digamos— científicas. Para usted, que le gustan tanto las matemáticas, a lo mejor la poesía también es formulación.

Bueno, ahí tiene mi libro Orbes del sueño, que es un libro que nació de que de verdad quería hacerlo, formularlo. Aunque nace de una imagen: toda mi terraza nevada y las huellas de las urracas sobre la nieve. Me dije: “Aquí algo hay que será un libro”. Y lo vi como un camino, en el que la música de Arvo Pärt era el guía. Y llegué hasta el final. El último verso es “En la semilla está la flor y en la flor está la semilla”. En realidad, era un homenaje a sor Juana Inés de la Cruz, que en un momento de su vida se quedó decepcionada porque no encontraba respuesta a lo que buscaba.

Hablando de respuestas, ¿cabe pensar que en el proceso poético las respuestas son casi un enemigo y que son más valiosas las preguntas?

Pero muchas respuestas traen otra pregunta…; además, como todo evoluciona y va tan rápido, lo que ayer eran respuestas, hoy son preguntas. Esto es muy difícil, claro, porque no puedes estar siguiéndolo todo.

“El enigma ronda a la escritura”. Lo dijo usted en 2016 en su discurso de ingreso en la RAE.

Sí. Y el enigma está dentro de uno mismo. Es que el subconsciente existe. George Steiner decía del enigma algo así como: “Es una neuroquímica que un día conoceremos”.

¿Podría hablarse del acto poético como una mediación entre el yo y lo otro?

Pues claro. Porque ¿qué es lo otro? ¿Es todo lo que no es yo? Sí, pero, claro, uno no lo capta todo. Entonces, a lo mejor la poesía te permite a veces captar algo que no habías captado. “Lo otro”. Es tan enigmático todo…

Sé de gente que, si les dices que lees poesía, ponen cara de estar viendo a un marciano.

Ay, por favor.

Es que, al final, la poesía no es ni certeza, ni triunfo, ni dinero…; o sea, que no reúne precisamente los valores que en esta sociedad mandan. ¿A lo mejor por eso nos gusta?

Pero no todo el mundo puede captar igual. Yo igual le mando esto que he escrito a una persona que conozco y me dice: “Pero ¿para quién escribes?”. Pero yo no escribo “para”. Escribo “porque”. Salvo cuando es un encargo, que soy perfectamente capaz de hacerlos, claro. Sé que no todo el mundo es capaz de captar igual lo que hay dentro de mis poemas. ¡Pero es que yo ni siquiera he pedido que me los publiquen!

Cioran habló de la poesía como abandono. ¿Suscribe esa imagen? ¿El género poético exige más “abandono” que otros géneros literarios?

La poesía puede fluir más naturalmente…, pero a veces va acompañada de unos soportes brutales. A lo mejor una novela necesita tener unas estructuras determinadas, unas cosas que hacen el trabajo muy distinto. Desde luego, al menos en mi caso, escribir una novela no es lo mismo que escribir un libro de poemas. A mí la novela me genera muchas dudas. Tengo tres inéditas y no pienso ni enseñarlas. ¡Y Los caballos del sueño estuve 25 años escribiéndola!

Dar a lo complejo apariencia de sencillez, ¿no es una de las tareas más agotadoras para quien escribe poesía?

Sí. A esto se llega solo por el entusiasmo. Y por hallazgos. Yo en la frase “La unión en el aún no ser” encuentro un punto de partida que merece la pena explorar. Y puede parecer sencillo, pero no lo es.

Deberíamos hablar del cruce de caminos de erotismo y misticismo que se da en su obra poética…

Ajá.

¿Qué es lo otro? ¿Todo lo que no es yo? La poesía te permite a veces captar algo que no habías captado..., lo otro. Es muy enigmático".Cateriina Barjau

En la introducción que Jaime Siles escribió para la antología Movimientos insomnes se hablaba de “una resacralización del universo”, en referencia a la obra de Clara Janés.

Sí, así es.

¿Y Dios en todo esto?

¡Ja, ja, ja, ja!

Se ríe. ¿Pero…?

¿Quién es Dios?

¿Cuál de ellos?

Yo creo en la energía.

A lo mejor eso es Dios.

Eso es lo que yo pienso. A ver…, yo he pasado muchas etapas, esto lo he vivido desde niña…, desde…

Desde que vivía al lado de las monjas clarisas de Pedralbes, en Barcelona.

Claro. Yo era una mística desde pequeña. Las veía y pensaba que lo que hacían ellas era lo perfecto. Allí encerradas… Como la organista era amiga de mi madre, nos daban la llave del monasterio y entrábamos allí cuando queríamos. Y allí estaban todo el tiempo, rezando, a las tres de la tarde, a las cinco de la madrugada… Luego se sentaban en un mirador y miraban el mundo. Ruptura de espacio y tiempo. Y yo sentadita, al lado de mi madre, las miraba y pensaba: “Esto es la perfección”.

El misticismo es poderoso, atrae desde un punto de vista estético. San Juan de la Cruz, Santa Teresa, cierta pintura y música antigua…

Es que es la concentración total en algo. Tomas una cuestión y la llevas a lo máximo. Y luego, yo tardé mucho en empezar a leer en serio, tenía 25.000 libros en la biblioteca de mi padre, y desde muy pequeña te podía localizar cualquier volumen, pero no me los leía, me daba miedo. Casi empecé a escribir antes que a leer. Las redacciones que hacía en el colegio no eran largas, pero siempre me las aprobaban.

Seguro que le ponían 10.

No me ponían 10, pero sí recuerdo un autorretrato que escribí y que me pusieron 9. Y era solo media página.

Pero, por volver a la pregunta, examinando su obra cabe pensar que tiene una deuda literaria con los grandes místicos españoles, San Juan, Santa teresa…, ¿no?

Bueno, hay que tener en cuenta que yo empecé a escribir de verdad cuando llegó José Manuel Blecua a la Universidad de Barcelona. Él al principio nos enseñó la poesía lírica tradicional, nos mandaba hacer comentarios a sonetos de Góngora. Pero luego ya siguió con San Juan. Y cuando siguió con San Juan, yo ya entré en un delirio. Me dije: “Esto es lo mío”. Así que empecé a leerme todo San Juan y empecé a escribir. Pero a la vez teníamos a Riquer enseñándonos literatura provenzal, que no era poca cosa, y José María Valverde, que me hizo leer mucho, con él empecé en serio a leer a Rilke, por ejemplo. Y esos profesores, esas enseñanzas, realmente es lo que pesa en mí, en cuanto a orígenes.

Todo eso era en la Facultad de Filosofía y Letras de Barcelona.

Eso es. Pero luego, por motivos equis, mis padres me sacan de casa, me mandan a Pamplona. Porque yo era una niña mala, y a ver si me corregían…, pero lo que hice fue unirme a todas las ovejas negras que había allí. Pero estudiaba. Así que fui sacando los estudios.

Y en 1964, ya licenciada y con solo 24 años, escribe su primer poemario, Las estrellas vencidas, gracias al impulso de Gerardo Diego. Y luego, un silencio de años. ¿Por qué?

Bueno, pero es que en ese largo silencio —y me da pena haberlo destruido— hago dos versiones de lo que luego será mi novela Los caballos del sueño. Yo quería hacer una novela, y buscaba, buscaba. Me puse a imitar a Merleau-Ponty, y la escribía como hablando conmigo misma.

Y luego aparece Vladimir Holan.

Sí…, descubro a Holan… ¿Cómo descubro yo a Holan?… No me acuerdo, se me ha ido.

Leyó su libro Una noche con Hamlet y eso la transformó, según tengo entendido.

Sí, claro…, y entonces fui a ver al editor Carlos Barral.

Para a través de él intentar visitar a Holan en Praga.

Sí, pero Carlos Barral me dice que Holan no quiere ver a nadie. Y me da la dirección de su traductor. Pero yo estaba enferma…, o me recuerdo enferma…, ¿qué demonios me pasaba?, ahora no me acuerdo, no me viene, ¿cómo es posible? Bueno, toda esa historia está en mi libro La voz de Ofelia.

Sí, y el caso es que Holan —esto lo escribió usted— la arranca de las tinieblas.

Sí, fueron seis años sin escribir. Es que pensé que yo, en poesía, ya no iba a llegar. Pero lo que Holan escribía equivalía a lo que yo quería decir. Y entonces encuentro a un maestro en la manera de expresión. Una chica escribió en su tesis doctoral que Holan era mi musa. No era mi musa. Era mi maestro. Y fue importantísimo en mi vida.

¿Le puedo preguntar si es una historia de amor?

Es una historia de amor, evidentemente. Extraña, pero historia de amor.

Sin embargo, en su primer encuentro, después de que usted hubiera aprendido checo para poder leerlo y hablar con él, Holan no le dedica ni una mirada…

No, nuestro primer encuentro fue antes de que yo aprendiera el checo. Y, en efecto, ahí no hay ni una mirada, pero al final él se pone a temblar. Y no he visto a nadie con más colores en la cara. Rojo, amarillo, verde. Y me besa las dos manos y me dice: “Vuelva usted”

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