De Chiclana a Cabo de Creus, los mejores vinos hechos con uvas que miran al mar
En el pasado, la cercanía de la viña a la costa aseguraba la proyección comercial del vino. Hoy regala paisajes y sabores únicos
En el litoral mediterráneo los franceses han preservado con mimo los viñedos que se asoman al mar. Uno puede bañarse en una cala de Banyuls-sur-Mer, en la zona más meridional de la comarca del Rosellón, a los pies de vertiginosas laderas cubiertas de cepas. El espectáculo se quiebra al cruzar la frontera con España, aunque una mirada atenta descubrirá la huella de antiguas terrazas que permiten imaginar un pasado vitícola igualmente floreciente.
Castillo de Peralada se decidió a subsanar esta pérdida a final...
En el litoral mediterráneo los franceses han preservado con mimo los viñedos que se asoman al mar. Uno puede bañarse en una cala de Banyuls-sur-Mer, en la zona más meridional de la comarca del Rosellón, a los pies de vertiginosas laderas cubiertas de cepas. El espectáculo se quiebra al cruzar la frontera con España, aunque una mirada atenta descubrirá la huella de antiguas terrazas que permiten imaginar un pasado vitícola igualmente floreciente.
Castillo de Peralada se decidió a subsanar esta pérdida a finales de los noventa, cuando inició la plantación de 12 hectáreas en el paraje de Garbet, en la Costa Brava, entre Colera y Llançà. La viticultura también ha revivido en el parque natural del Cabo de Creus, azotado por la tramontana, donde productores como Mas Estela, Martín Faixó o Anna Espelt dejan que sus viñas se embriaguen con la brisa marina.
La convivencia de la viña con el bullicio del litoral no es fácil. A menos de 20 kilómetros de Barcelona, Alella ha sobrevivido a duras penas a la presión urbanística para preservar el carácter diferencial de su variedad central, la pansa blanca (la xarel·lo del resto de Cataluña), cultivada en suelos graníticos. En Sitges, el viñedo con el que se elaboraban sus famosas malvasías dulces se empezó a perder mucho antes por las plagas que llegaron de América en el XIX. Hoy, esta uva de gran complejidad aromática y vibrante acidez que adora el mar está renaciendo en el Penedès, aunque el cultivo se haya tenido que desplazar ligeramente hacia el interior.
Siempre ansiosa de sol, la moscatel es otra variedad aromática a la que le gusta frecuentar la costa mediterránea. Aunque también en retroceso, está presente en la comarca alicantina de La Marina Alta, conserva un pequeño feudo en el parque natural de Las Lagunas de La Mata en Torrevieja y asciende rápidamente por las escarpadas laderas pizarrosas de la Axarquía malagueña, con el mar visible en el horizonte dibujando un panorama magnífico.
Los vinos andaluces más famosos, sin embargo, miran al Atlántico. En Jerez, la distancia a la que se sitúa la viña de sus orillas es determinante en términos de estilo. Cuanto más cerca de la costa, menor suele ser la graduación alcohólica y la estructura del vino. Durante la crianza biológica, la mayor humedad que aporta la cercanía del mar redundará en una capa de levaduras más gruesa que aporta su singularidad a la manzanilla de Sanlúcar de Barrameda. Y en El Puerto de Santa María los finos tienen su propia personalidad: sápidos, intensos, con notas incluso de brea.
El litoral septentrional es la cara opuesta: verde y húmedo, con viñas de vegetación exuberante a menudo emparradas y expuestas al viento, la lluvia y la niebla salobre. Los vinos son más tensionados, ácidos y jugosos. En Galicia reina una albariño que evoca el olor de costa. Se nota especialmente en el valle del Salnés, flanqueado por las aguas de las rías de Arousa y Pontevedra, y donde algunos viñedos llegan hasta las playas. En la mesa, el vino se mimetiza totalmente con el plato. No hay otro blanco que puede acompañar mejor los mariscos y pescados locales.
Algo parecido ocurre con el chacolí en el País Vasco. Aquí la mayor concentración de viñas costeras está entre las localidades de Getaria y Zarautz, en el litoral guipuzcoano. Los vinos son más ligeros, con acideces muy refrescantes, de grado alcohólico moderado y a menudo con toques salinos en final de boca.
Ya sea el Atlántico o el Mediterráneo, quien pase sus vacaciones cerca de la costa tiene probabilidades de encontrar algún viñedo cerca y, por supuesto, de disfrutar un vino local con vistas al mar. Quizá también podría aguzar por un momento los sentidos para descubrir si una pequeña parte de esa atmósfera salina se ha colado dentro de la copa.
Cabo de Creus
L’Escumós d’Anna Espelt. 2015, espumoso DO Empordà Anna Espelt. 100% monastrell. 11,8% vol. 37,60 euros.
Las uvas que cultiva Anna Esplet en la finca Mas Marés, en el parque natural del Cabo de Creus, se traducen en etiquetas evocadoras y con sello ecológico. La filosofía es que el viñedo se integre en el entorno para incrementar la biodiversidad. Este espumoso es un blanc de noirs elaborado con una uva tan mediterránea como la tinta monastrell y con una crianza larga y seria de 38 meses. A las notas florales y de miel en nariz que le dan mucha personalidad, sigue un paladar fresco, delineado y con toque salino. Degüelle realizado de forma manual.
Chiclana
Socaire. 2019, blanco VT Cádiz. Primitivo Collantes. 100% palomino. 12% vol. 18 euros.
El viñedo está en Chiclana, a menos de cinco kilómetros de la bahía de Cádiz, pero este vino se elabora con la parte más elevada de la finca Matalián, toda una puerta de entrada a los vientos de levante y poniente, y con temperaturas más frescas que en los tres municipios clásicos del Marco de Jerez. Socaire es uno de los pioneros del nuevo estilo de blancos gaditanos sin encabezar y evitando el velo de flor, aunque el vino fermenta y se cría en bota de fino. No hay mejor forma de explicar qué es la salinidad; el mar encerrado en una copa de vino.
Valle del Salnés
Alma de Mar. 2020, blanco DO Rías Baixas. Albamar. 100% albariño. 13% vol. 25 euros.
Es el viñedo más cercano al mar (antes, de hecho, llegaba hasta la viña) que cultiva Xurxo Alba, gran referente dentro de la nueva generación de productores gallegos. También fue su primer albariño de parcela y tiene claro que eligió esta viña porque siempre vio magia en ella. En Alma de Mar (el nombre ya es una declaración de intenciones) hay bastante trabajo de lías, lo que permite conseguir una boca más untuosa que afilada, aunque en el fondo siempre están presentes las de notas de marea baja que denotan su origen.