Voluntarios contra el abismo digital de los mayores
Niños que enseñan a sus abuelos, personas que acuden al auxilio de los que sienten vértigo y miedo ante la tecnología. Historias que muestran que es posible rescatar a quienes se han quedado atrapados en la brecha digital
El secreto está en las manos. Las manos de Hugo, que tiene 12 años y se ha presentado voluntario a un programa de su colegio destinado a que los más jóvenes de la familia enseñen a los mayores los secretos del mundo digital. Las manos de Francisco, quien durante 40 años observó desde su taxi cómo Madrid iba pasando del blanco y negro al color y que ahora, tras jubilarse, apunta en una gran libreta de hojas cuadriculadas los consejos que le da Kristy para subir sus pinturas a la galería infinita de internet. Las manos que, en señal de auxilio, levantó hace unos meses el médico jubilado Carlos S...
El secreto está en las manos. Las manos de Hugo, que tiene 12 años y se ha presentado voluntario a un programa de su colegio destinado a que los más jóvenes de la familia enseñen a los mayores los secretos del mundo digital. Las manos de Francisco, quien durante 40 años observó desde su taxi cómo Madrid iba pasando del blanco y negro al color y que ahora, tras jubilarse, apunta en una gran libreta de hojas cuadriculadas los consejos que le da Kristy para subir sus pinturas a la galería infinita de internet. Las manos que, en señal de auxilio, levantó hace unos meses el médico jubilado Carlos San Juan:
Aquel grito es ya un clamor, el de todos aquellos que contemplan impotentes cómo las sucursales de su banco de toda la vida, y hasta su médico de cabecera, se convertían como por ensalmo en una aplicación de un teléfono móvil. Mientras aguardan a que la Administración y el sector bancario pasen de las promesas a los hechos y les haga más fácil la vida —el que espera desespera, dice la voz popular—, la necesidad se está convirtiendo en virtud. Desde asociaciones de pensionistas, desde colegios, desde organizaciones no gubernamentales o fundaciones dedicadas al voluntariado están surgiendo iniciativas para responder, ya, a la llamada de socorro de los mayores.
La operación de rescate está en marcha, y Aarón Muñoz, que tiene 15 años y estudia en el colegio Alhucema de Fuenlabrada (Madrid), llega a casa de sus abuelos paternos, Primitiva y Vicente, armado de paciencia, dispuesto a ganar la batalla.
—Mira, abuela, así se pone el móvil en silencio. Esto es importante, porque hay mucha gente que no sabe, y cuando va al médico o al hospital se pone a sonar y puede molestar a los demás.
—Ay, hijo, yo lo apago y ya está —responde Primitiva González.
—Bueno, pues hay otra cosa que está aquí, ¿ves?, que sirve para poner el modo avión, y que está muy bien por si te vas de viaje y dicen por los altavoces que apagues el móvil para no molestar al piloto.
—Ya, ya, ya…
—Y esto sirve para subir o bajar el brillo de la pantalla, porque la luz tan fuerte afecta a los ojos, y si le das aquí ya no te molesta.
—Mira qué bien, Aarón.
Primitiva está encantada, en parte por adentrarse en los vericuetos del móvil, y, sobre todo, por disfrutar de la compañía y la atención de su nieto, sus manos juntas sobre el teléfono móvil y más tarde sobre el ordenador. Desde el fondo de la sala de estar, Vicente, el abuelo, no las tiene todas consigo. Hace unos minutos su teléfono sonó, en la pantalla apareció un número desconocido y el aviso de llamada sospechosa. “Es la cuarta vez hoy”, murmura, “seguramente serán los que prometen bajar la factura de la luz. Hoy no voy a contestar, pero a veces sí y discuto con ellos. Les digo: tanto me la vais a abaratar que al final me deberéis dinero. Yo reconozco que están ganándose un sueldo, pero no voy a percibir nada y, además, a mí me gustan las cosas en persona, no por el ordenador ni por el móvil. He comprobado que me dan antes la cita con el médico si voy al ambulatorio a pedirla que si llamo al teléfono que viene en la tarjeta sanitaria… Y, para los asuntos del banco, lo mismo: me levanto temprano y voy a la sucursal. Las cosas del dinero, cuanto más lejos de internet, mejor…”.
Yolanda Rueda, fundadora y presidenta de Cibervoluntarios, explica que su principal objetivo sigue siendo el mismo después de 20 años de trabajo:
—Hay que perderle el miedo a la tecnología. Y para ello no hay nada mejor que alguien, con calidez y cercanía, te ayude a superar esa barrera en la que te consideras tan vulnerable.
—¿Y cómo se consigue?
—Nos acercamos a la gente en su entorno de seguridad. Es más fácil que, por ejemplo, vayamos a una asociación de mayores, donde los socios se sienten seguros, que intentar enseñarles en un entorno lejano y desconocido. Una vez superados los primeros temores, tratamos de que le saquen partido a esas herramientas tan poderosas como pueden llegar a ser un teléfono móvil o una tableta.
Los datos que maneja Rueda dan idea de la magnitud del reto. Un 8% de la población activa jamás se ha conectado a internet y un 45% de los españoles no tiene todavía las competencias digitales suficientes para sacarle partido a la Red. “Estamos a la cola de Europa en lo digital”, añade, “nuestra preparación es inferior a la media europea, y eso hay que revertirlo”. A esto hay que añadir que España es uno de los países que envejecen a un ritmo más acelerado: más de 9,3 millones de personas tienen más de 65 años, lo que constituye una quinta parte del total de la población.
Kristy Doyle es escocesa, lleva 25 años en España y colabora con Cibervoluntarios desde 2020. Hoy ha quedado con Francisco Esteban en la plaza de España de Miraflores de la Sierra (Madrid), junto al centro de la tercera edad. Él trae los apuntes que tomó en su última cita, más un móvil nuevo y una tableta reluciente, con su embalaje y todo. Desde que se jubiló del taxi, su principal ocupación ha sido la pintura. Ahora quiere aprovechar los conocimientos digitales que va adquiriendo para enseñar sus cuadros a través de la Red. Kristy cuenta que, además de explicarle el funcionamiento básico del teléfono y de las aplicaciones más comunes, procura que Francisco y otros jubilados descubran que “internet es un mundo muy divertido, donde pueden hacer de todo, desde crucigramas hasta buscar recetas”. “Intentamos que exploren, que no pierdan la curiosidad, que no crean que lo digital es una pared, y si la consideran una pared, que aprendan a escalarla. Esta gente ha pasado por mucho. No creo que este sea un impedimento mayor que otros que hayan tenido en la vida”, dice.
Hugo Tinoco tiene 12 años, y Luis, 72. Los dos han aceptado el mismo reto que Aarón y que Kristy. Hugo, que vive en Fuenlabrada y estudia en el colegio Alhucema, se ha propuesto —al igual que su compañero Aarón—servir de lazarillo a su abuela Toñi por internet. Luis Bengochea, que allá por 1969 estudiaba Física, Cálculo Automático y trabajó con el primer ordenador que IBM donó a la antigua Universidad de Madrid, se ha convertido tras jubilarse en otro voluntario dispuesto a ayudar a los de su quinta a manejarse en las redes. Hoy ha visitado el centro de mayores de Arroyomolinos (Madrid), donde algunos juegan al billar y otros, como Esteban Sánchez, tratan de incorporarse a un mundo hasta ahora desconocido.
—Lo primero que digo al empezar las clases con un nuevo grupo —explica Bengochea— es felicidades. Enhorabuena. Si estáis aquí, es porque queréis aprender. Ya que una de las primeras barreras es el rechazo a aprender. Yo puedo tener cierta ventaja al ser de la misma edad que los alumnos, y se dan cuenta de que, si yo soy capaz de hacerlo, ellos también.
—¿El segundo paso?
—Enseñarles cómo funciona el teléfono, el porqué de las cosas. Y la paciencia. Muchas veces la frontera para el aprendizaje no está necesariamente en la edad o en el nivel de formación. Tengo en mi entorno cercano personas con una sólida formación universitaria, incluso doctores o ingenieros, que rechazaban la tecnología, que rechazaban el móvil. Hay que tener paciencia para ayudarlos a cruzar un río que jamás pensaron que se iban a encontrar en su camino. El éxito de esta travesía es muy gratificante para ellos. Y para mí…