He aquí a Olaf Scholz, sucesor de Angela Merkel al frente de la cancillería alemana, en una de las primeras fotos que han circulado de él desde su toma de posesión.
¿Qué nos dice esta imagen?
Nos dice que a Scholz, como a nuestro Pedro Sánchez, entre otros, le gusta la estética kennedyana, que viene a ser la de un hombre en mangas de camisa (blanca), dotado de la energía del que ha dormido bien, recién duchado, recién afeitado, y quizá después de haber hecho un poco...
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He aquí a Olaf Scholz, sucesor de Angela Merkel al frente de la cancillería alemana, en una de las primeras fotos que han circulado de él desde su toma de posesión.
¿Qué nos dice esta imagen?
Nos dice que a Scholz, como a nuestro Pedro Sánchez, entre otros, le gusta la estética kennedyana, que viene a ser la de un hombre en mangas de camisa (blanca), dotado de la energía del que ha dormido bien, recién duchado, recién afeitado, y quizá después de haber hecho un poco de cardio en el gimnasio. Se trata de una estética que, como la de los buenos detergentes, sufre pocas modificaciones porque sirve para todos los tiempos. La limpieza exterior sugiere en el que la observa una pulcritud de carácter moral que, racionalmente hablando, no tiene por qué darse. Pero aquí no hablamos de la razón, sino de los sentimientos, y este señor transmite una sentimentalidad política de una eficacia sorprendente.
Funciona su postura corporal. Funciona el juego de sus manos, funciona la alianza matrimonial. Le funciona la calva, el entrecejo, las orejas, las gafas, le funciona todo del mismo modo que funcionan los asientos de piel, el cinturón de seguridad que atraviesa uno de ellos y la luz sin mácula que entra por la ventanilla de la izquierda. Cabe suponer que funcionan asimismo los motores de la aeronave que lo conducen de un lado a otro leyendo siempre el mismo informe. Si un pedazo tan pequeño del país que dirige este hombre funciona así, el país debe de ir como una moto. Y de eso se trata, de que parezca que va como una moto. Lo que hace falta es que sea para bien.