Si hubiera que elegir una imagen capaz de provocar el pánico al desabastecimiento, no lo dudaríamos ni un segundo: la de las estanterías desocupadas de un supermercado. La vimos con frecuencia en los primeros días de la pandemia, durante los que el personal salía de las grandes superficies con los carritos llenos de rollos de p...
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Si hubiera que elegir una imagen capaz de provocar el pánico al desabastecimiento, no lo dudaríamos ni un segundo: la de las estanterías desocupadas de un supermercado. La vimos con frecuencia en los primeros días de la pandemia, durante los que el personal salía de las grandes superficies con los carritos llenos de rollos de papel higiénico, que abultaban mucho y daban para hacer chistes, pero debajo de los cuales se ocultaban decenas de latas de conservas y de productos listos para congelar. Significa que la imagen que ustedes tienen a la vista podría erigirse en un emoticono de la sociedad de consumo amenazada por el colapso. Un lineal como el de la foto constituye, entre nosotros, una contradicción en los términos: pongamos que algo así como un vino sin alcohol o un cementerio sin cadáveres.
Lo normal es que los lineales permanezcan abarrotados. Coge uno un bote de garbanzos y al poco alguien ha vuelto a rellenar su hueco con otro bote idéntico. La cuestión es que la sensación de plenitud no cese. Mucha gente, cuando se siente vacía, acude al híper, donde, de forma misteriosa, al llenar el carrito, llena el agujero interior que no le daba tregua ni sosiego. Tal es la función emocional del comercio exagerado. Si falla la cadena de la reposición, la sociedad se viene abajo, se deprime, se hunde. Solo los acaparadores, los estraperlistas, los espabilados, los listos, los que leyeron los síntomas de la carestía y vaciaron con la antelación los comercios se libran momentáneamente de la tristeza de vivir en una sociedad de mercado en la que lo que falla es precisamente el mercado.