Un paseo por Dublín repleto de literatura y pintas
Peregrinaje por los ‘pubs’ de la capital irlandesa que frecuentaron sus grandes poetas y escritores, como W. B. Yeats, Brendan Behan y Patrick Kavanagh
Si hubiera que elegir entre los atractivos de Dublín, sin duda la literatura y los pubs estarían a la cabeza. Se puede hablar de una y de otros, ¿y por qué no a un tiempo? De hecho, los pubs de la capital irlandesa están llenos de literatura y esta sería difícil de entender sin las tabernas o las mesas en las que surge la conversación —literatura oral— o la música.
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Si hubiera que elegir entre los atractivos de Dublín, sin duda la literatura y los pubs estarían a la cabeza. Se puede hablar de una y de otros, ¿y por qué no a un tiempo? De hecho, los pubs de la capital irlandesa están llenos de literatura y esta sería difícil de entender sin las tabernas o las mesas en las que surge la conversación —literatura oral— o la música.
Asomado al St Stephen’s Green, el principal parque público de la ciudad, se encuentra el MoLI (Museo de Literatura de Irlanda). No es especialmente grande ni tampoco las piezas exhibidas son particularmente valiosas, con excepción del primer ejemplar de Ulises conservado dentro de una vitrina en lo más alto del edificio como un oráculo azul (color mar de Grecia como quería Joyce) de la literatura que vendría. Quizá lo más interesante sean las exposiciones temporales de la planta baja, donde hasta el próximo mes de octubre se rinde homenaje a Brendan Behan en el centenario de su nacimiento. Fue Behan narrador, poeta, dramaturgo y, sobre todo, tocado por el ingenio como Oscar Wilde, autor de humoradas que todavía se siguen citando con fruición como aquella autorreferencial de que, en vez de ser un escritor con problemas de bebida, era “un bebedor con problemas de escritura”. Esta no le estorbó muchos años, la verdad, porque murió alcoholizado con poco más de cuarenta y pudo desde entonces continuar su vocación de mito dipsómano.
Son varios los pubs que reivindican a Behan como uno de sus más contumaces parroquianos. Quizá el más legitimado para hacerlo sea McDaid’s, pequeño local con más de 200 años de historia muy concurrido en una bocacalle de Grafton Street. Si se moja el gaznate a su salud, luego se puede continuar por la animada vía peatonal hasta el Trinity College y, prácticamente frente a su entrada, se verá la mole neoclásica del Bank of Ireland, que acoge una exposición permanente sobre Seamus Heaney, nobel de Literatura que vivió hasta su muerte en 2013 en una casa abierta a la bahía de Dublín. Precisamente se proyecta un vídeo en el que sale el estudio abuhardillado del poeta y se exhiben numerosos documentos de su legado personal.
Si el paseante tiene sed, puede abrir la boca y dirigirla al cielo, pero como ahora llueve menos que hace unos años quizá sea obligado dirigirse al pub más próximo. Este es, oh casualidad, The Palace Bar, en Fleet Street, frecuentado por los ilustres caballeros a los que recuerdan unas placas de latón en la acera. Junto al escritor Flann O’Brien tenemos a Behan y al poeta Patrick Kavanagh, no en los más realistas de los retratos. ¿Qué sentirán al ser pisados por tipos que al entrar pesan tres o cuatro pintas menos que al salir, con pasos ya no tan resueltos y firmes? Bah, imitadores de lo que ellos mismos hicieron. En fin, nuestros pasos van ahora, rodeando Trinity, hasta la National Library a ver la exposición permanente sobre la vida y obra de otro nobel irlandés: W. B. Yeats. Recorre todos sus intereses e influencias, de la mitología al esoterismo, y hace justicia a un poeta complejo que asistió a sucesos fundamentales de su país, transmutados en atemporales por el verso.
Yeats vivió cuando era senador en la cercana Merrion Square, como recuerda una placa fijada a los ladrillos del número 82. Si se sigue recto por Mount Street Upper se tiene ante sí la fachada de la grácil Pepper Canister Church, que suele ser sede de muchos de los mejores conciertos de música tradicional de Dublín y que es la niña de los ojos de John Banville, quien vivió en las cercanías, como Kavanagh. Se dobla a la derecha hasta alcanzar Baggot Street Lower, se cruza el pequeño puente sobre el Grand Canal y la cuarta calle a la izquierda, entre embajadas y buenas mansiones, es Raglan Road. Emociona, y mucho, patearse la calle en la que Kavanagh se enamoró de una mujer (y cualquiera con un mínimo de sensibilidad del poema que compuso con ese título, On Raglan Road, que Luke Kelly, del mítico grupo The Dubliners, acomodó para cantar al son de un aire tradicional).
Volviendo al centro, en la linde ajardinada del canal, una estatua de bronce representa a Kavanagh sentado en un banco que comparte con quien quiera parrafear con él o escucharle en la imaginación recitar uno de los sonetos que compuso inspirado en esta zona de la ciudad. Es también, un poco más cerca del Green, el barrio del novelista Colm Tóibín, donde tiene su casa dublinesa en la que guarda su propia llave del tupido jardín privado de la amplia Fitzwilliam Square. Como ha sido una larga caminata, habrá que parar en Toners, con su reservado o snug difícilmente mejorable. En el otro extremo de la barra un retrato de Behan, nuevamente, preside con condescendencia y casi un guiño de aprobación la actividad bebedora de los parroquianos.
Cerca hay una parada de autobús que lleva a la General Post Office, centro del levantamiento de Pascua de 1916 (Easter Rising) y lugar sacrosanto del independentismo irlandés donde el Lunes de Pascua de cada año se lee la proclamación de la República. La oficina de correos aloja en su parte derecha un pequeño museo sobre aquellos hechos en los que se entrecruzan historia y literatura (varios de los cabecillas de la rebelión eran poetas, como cuenta Yeats en los versos de Pascua de 1916). En la esquina se toma de nuevo el autobús, ahora al cementerio de Glasnevin, donde se desarrolla el capítulo Hades de Ulises. Quizá no sea una visita obligatoria, pero ayuda a conocer mejor Irlanda, por ejemplo ante las tumbas de muchos de sus hijos e hijas más insignes. Si hacemos caso omiso de políticos y revolucionarios y nos ceñimos a los literatos, en la zona de la izquierda donde está la tumba de sacerdotes jesuitas bajo una cruz céltica se halla, compartida con ellos, la de Gerard Manley Hopkins, el gran poeta inglés; más alejada de la entrada, y ahora a la derecha, está la de Behan, quizá no reconocible bajo la forma gaélica de su nombre y apellido, Breandán Ó Beacháin, a cuya oscuridad se suman los caracteres del antiguo alfabeto irlandés procedente de la caligrafía altomedieval usada por los monjes copistas. En medio, la de Constance Gore-Booth, la condesa Markievicz, sufragista y revolucionaria recordada en unos versos de Yeats, o la de Maud Gonne, amor no correspondido de este y estímulo de muchos de sus mejores poemas (él no está sepultado aquí, sino en Drumcliff, en el condado de Sligo).
Cruzando la avenida por la que el autobús ha traído al curioso, y como a cien metros de la puerta de Glasnevin, en un anexo del camposanto está la tumba de Luke Kelly. Y adosado al cementerio, el pub de John Kavanagh (ningún parentesco con el escritor), más conocido como The Gravediggers (Los Sepultureros). Aquí hicieron una parada para beber Flann O’Brien y Patrick Kavanagh el primer Bloomsday, la celebración de Ulises, en 1954.
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