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Un día más viviendo en un campamento irregular

Son hijos de la migración forzada, la pobreza y la inestabilidad. Algunos crecen y otros están naciendo entre habitáculos de lona de 7x12 metros, sin agua ni luz y sin mucha esperanza de que algo cambie. A los pequeños venezolanos que viven en los pueblos aledaños de Colombia la infancia les pasó por alto

Es un secreto a voces. Los asentamientos irregulares de población migrante ocupan cada vez más espacios de los pueblos aledaños en el Norte de Santander, al noreste de Colombia. La frontera se está convirtiendo en un puñado de invasiones (tal y como se denomina a los campamentos en los que viven) en un limbo legal. La mayoría, bajo la mano de grupos armados al margen de la ley.Santiago Mesa
El asentamiento de la Tercera Montaña, en Tibú, no conoce el silencio. El vallenato, la salsa y el merengue no dan tregua. En un paseo por la 'invasión', una canción se pierde con el volumen de otra que suena más alto. “Aquí intentamos ser felices”, dice Keyla Urón, de 33 años, dueña de una tiendita de gaseosas y chocolatinas. Los niños saben bien de ese intento. Pocos se pierden una bachata.Santiago Mesa
Pero la infancia en el campamento es una quimera. La mayoría de niños no tiene acceso a la educación formal, por falta de cupos en las clases o por problemas burocráticos relacionados con la condición de migrantes. Muchos empiezan a trabajar raspando coca –una de las principales economías de la zona del Catatumbo, en el noreste del departamento de Norte de Santander– desde muy pequeños y otros se las ingenian para traer agua a este rincón olvidado.Santiago Mesa
Maestros, doctores, jugadores de fútbol. Todos tienen claro lo que quieren ser de mayores. Cuando ellos hablan, a las madres se les tuerce el ceño. La proyección de futuro en estas comunidades es escasa.Santiago Mesa
El departamento del Norte de Santander, con 2.219 kilómetros de frontera con Venezuela, es la segunda barrera más peligrosa de Latinoamérica, después de la mexicana. Por aquí entraron oficialmente entre 2012 y 2020, 2.705.403 personas, según cifras de Migración Colombia. Y de acuerdo con estimaciones de la organización Pares, Paz y Reconciliación, cerca del doble de migrantes lo ha hecho por los pasos informales o trochas.Santiago Mesa
El Catatumbo, en el norte del departamento del Norte de Santander, está marcado por la violencia y los ataques de grupos armados al margen de la ley que, de tan frecuentes, necesitan una referencia espacio-temporal: “El bombardeo del viernes”, “El hostigamiento del hospital”, “El feminicidio de la fiscal”, “El vídeo de las mujeres amenazadas”. “Es mejor no enojarles”, repiten varios vecinos.Santiago Mesa
La comunidad es la familia en el exilio. Aquí los hijos de unas lo cuidan madres de otros y la pobreza compartida sirve de aval. Karina Meléndez, jefa de la calle número dos del campamento de Belén, en la Cuarta Montaña, lleva meses luchando por los derechos de los 40 niños de la zona bajo su responsabilidad. “Queremos que aprendan aunque sea aquí, porque casi ninguno va a la escuela. Pero no tenemos para el material”, cuenta. “Es muy frustrante. ¿Cómo van a salir de acá estando ociosos?”. En la imagen, un niño espera solo a que lleguen sus padres del trabajo.Santiago Mesa
El agua es el principio de muchos males. Organizaciones como Médicos sin Fronteras alertan del incremento de dolencias relacionadas con la insalubridad. Diarrea, dengue y brotes dermatológicos: ese es el día a día. “Esta semana conté 23 malarias, pero a principios de año, que hay más vectores, contamos hasta 150 cada siete días. Este es un clima malsano. El que llega acá, termina por enfermarse. Así esté apenas tres días”, narra Mayron Vergel, doctor de MSF en terreno.Santiago Mesa
La sanidad pública colombiana solo presta atención a personas migrantes en tres casos: urgencias vitales, consultas prenatales a mujeres embarazadas —aunque no les entregan medicamentos ni les realizan ecografías— y vacunación básica de los niños menores de 10 años; lo que en Colombia se conoce como Plan Ampliado de Inmunizaciones (PAI). Esta última no incluye la inyección contra la covid-19.Santiago Mesa
Los más vulnerables son los niños, que viven rodeados de violencia e insalubridad. “Yo prefiero que mi niña no salga de acá”, dice Odalis Yaseli, recién mudada al campamento de migrantes de la Tercera Montaña, “sé que su vida solo pasa siempre en esta 'invasión', pero mejor acá que fuera”.Santiago Mesa
El sol no da tregua. El termómetro no baja de los 35ºC. “Acá la ropa se seca mientras la tiendes”, bromea una señora. “Algo bueno tenía que tener vivir acá, ¿no?”. En la imagen, una tanda de ropa recién lavada en la ocupación del 12 de Septiembre.Santiago Mesa
Las principales fuentes de ingresos son la coca (eminentemente el raspado, deshojar el arbusto) y el servicio doméstico. Muchos de los venezolanos critican lo mismo: “A nosotros nos pagan menos porque saben de nuestras necesidades”.Santiago Mesa
Como en cualquier lugar, siempre hay desafortunados entre desafortunados. En los asentamientos irregulares como estos está claro quién es quién. Los últimos en llegar suelen ocupar los lotes (cabañas) que bordean el caño de las aguas fecales de toda la comunidad. “Como esto no para de crecer y no queremos dejarlos fuera, viven en los peores espacios”, cuenta Juleida Durán, representante del comité de salud de la 'invasión' 12 de Septiembre. El olor a tubería no se va nunca.Santiago Mesa
Algunos han construido pozos de los que extraen algo de agua “que al menos da para lavar la ropa”. El líquido preciado se reparte entre los demás. “Como saben que tengo, vienen y se llevan para lavar a los chamaquitos”, dice una de las afortunadas sin parar de abanicarse en la Tercera Montaña.Santiago Mesa
“¿Dónde se ve usted en cinco años?”, preguntamos a una de las vecinas de La Gabarra, un corregimiento de Tibú, a 55,6 kilómetros del casco urbano. Y una de las zonas más violentas del departamento. Ella, pensativa, tarda unos segundos en responder: “Yo creo que para entonces ya tendremos esto bien bonito con sus calles asfaltadas y su acceso a la luz y al agua, mamita”.Santiago Mesa
De la tienda de Keyla Urón lo que más se llevan son bolsas de hielo a mil pesos (menos de 20 céntimos de euro). “Ahí va uno juntando monedas para ver si alcanza a comer”, dice con su bebé en brazos. Los ojos se le aguan cuando piensa en su país. “En Venezuela yo tenía mi casa y mi negocio, me iba tan bien... Y ahora mírame cómo estoy”.Santiago Mesa
El riesgo de trabajo infantil es una realidad en las comunas. Cualquier ayuda es buena para aliviar el hambre de tantas familias numerosas. Ellos suelen ser ayudantes de construcción o raspachines de coca. Ellas, víctimas de trata y prostitución infantil.Santiago Mesa
Sulaith Auzaque, coordinadora de Proyecto Catatumbo de Médicos Sin Fronteras alerta de que son muchas las enfermedades de transmisión sexual en niñas. “Es una violencia que se repite mucho en las más pequeñas”, lamenta. “En ambientes en los que están desatendidos por los padres, la trata es un riesgo enorme”.Santiago Mesa
Suena Calle 13 en una casa de La Gabarra, un corregimiento de Tibú. “Suban el telón, abran las cortinas / Enciendan las turbinas con nitroglicerina / El desorden es tu penicilina / Brincando curas los dolores sin aspirina”, se escucha. Un grupo de niñas bailan descalzas y el ambiente de una de las zonas más violentas del departamento es algo menos hostil.Santiago Mesa
La resiliencia es la bandera de muchos padres que lo han perdido todo, que se mudaron varias veces y que cargan cada vez menos cosas al hombro. Las más de 2.000 familias que residen en la Tercera Montaña, en Tibú, lo saben bien. Los niños aquí son los hijos de la frontera. Con todo lo que eso implica.Santiago Mesa