Dale tiempo

Benoit Tessier (Reuters)

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Recuerdo muy bien la entrada del Duralex en nuestras existencias por lo extraordinario que suponía disponer de un vidrio irrompible. Todavía no conocíamos el oxímoron, esa figura retórica que consiste en juntar dos conceptos incompatibles, como cuando decimos “apresúrate despacio”, “muero porque no muero”, “silencio atronador” o “crecimiento negativo”. Ignorábamos, pues, cómo nombrar la cualidad contradictoria de aquellos vasos y platos que rebotaban en el suelo. Por alguna razón en la que a...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Recuerdo muy bien la entrada del Duralex en nuestras existencias por lo extraordinario que suponía disponer de un vidrio irrompible. Todavía no conocíamos el oxímoron, esa figura retórica que consiste en juntar dos conceptos incompatibles, como cuando decimos “apresúrate despacio”, “muero porque no muero”, “silencio atronador” o “crecimiento negativo”. Ignorábamos, pues, cómo nombrar la cualidad contradictoria de aquellos vasos y platos que rebotaban en el suelo. Por alguna razón en la que ahora no caigo, el Duralex entró en mi casa antes que en las de mis compañeros de colegio, de modo que disfrutaba mucho haciéndoles demostraciones de aquella maravilla hasta que un día un vaso estalló con un ruido sordo en mil pedazos. Recuerdo que mi madre entró en la cocina con expresión de espanto, pero dispuesta a defender la dureza de su cristalería.

—Es que ha caído mal —dijo.

Si caes mal, deduje yo, te rompes. Ahí aprendí una lección social inestimable. No importa lo bueno que seas en lo tuyo si no consigues caer bien en el medio en el que te desenvuelves. No volví a hacer ninguna demostración y estuvimos tres meses recogiendo fragmentos minúsculos del vaso, pues el Duralex, cuando se rompía, lo hacía a conciencia. Me recordaba un poco a aquellas personas que jamás se enfadan, pero que dan miedo cuando lo hacen. La fotografía muestra a un empleado de una fábrica de Duralex en Francia no mucho antes de que la empresa quebrara rompiéndose también en mil pedazos. Dura lex, sed lex, que decía el derecho romano. La ley es dura, pero es ley. Todo cae mal, si le das tiempo.

Sobre la firma

Más información

Archivado En