Columna

Abrir todos los brazos

La parálisis de los mandatarios moderados mantiene la cuestión migratoria en las bocas de quienes más se benefician de ella: los extremistas

Varios migrantes agitan los brazos antes de desembarcar del Open Arms en Lampedusa.Francisco Gentico (EFE)

Venezuela y sus vecinos, el Mediterráneo y el corredor de Centroamérica hacia el norte son los escenarios de las tres grandes olas migratorias de occidente. Quienes migran se dirigen por regla general a lugares más pluralistas e inclusivos que aquellos de los que decidieron salir, pero paradójicamente es el mismo sistema que garantiza la libertad (una democracia abierta) el que posibilita la emergencia de movimientos y partidos que buscan restringir su libertad de movimientos.

Son estas dinámicas electorales las que dificultan a su vez los intentos (necesarios, casi inevitables) de coo...

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Venezuela y sus vecinos, el Mediterráneo y el corredor de Centroamérica hacia el norte son los escenarios de las tres grandes olas migratorias de occidente. Quienes migran se dirigen por regla general a lugares más pluralistas e inclusivos que aquellos de los que decidieron salir, pero paradójicamente es el mismo sistema que garantiza la libertad (una democracia abierta) el que posibilita la emergencia de movimientos y partidos que buscan restringir su libertad de movimientos.

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Son estas dinámicas electorales las que dificultan a su vez los intentos (necesarios, casi inevitables) de coordinación entre países receptores. Los mandatarios son normalmente reacios a tomar iniciativas de acogida por miedo al castigo de sus votantes. O más bien de aquellos líderes que pretenden conformar coaliciones antiinmigración, y que arrastran al extremo las opiniones de porciones cada vez más significativas de los electorados nacionales. Este problema, además, ha adquirido el mismo cariz internacional en los medios: un titular con las palabras “Salvini dice” o “Trump decide” ya acapara más atención fuera de Italia o EE UU que las declaraciones de sus equivalentes españoles, alemanes, colombianos o mexicanos. Los inmigrantes, mientras, asisten a las decisiones sobre su destino con una pasividad forzada: sin apenas voz ni voto en sus destinos, como generalmente tampoco la tenían en sus puntos de origen.

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A medida que se enquistan los problemas de coordinación entre las naciones receptoras, también lo hace el debate público. La parálisis de los mandatarios moderados mantiene la cuestión migratoria en las bocas de quienes más se benefician de ella: los extremistas, porque ellos lo interpretan ante su público como si les estuviesen dando la razón en sus demandas. El coste electoral que terminarán por pagar los primeros será probablemente mayor que el asumido de haber llegado a un acuerdo de acogida funcional, ordenada e incluyente.

En este sentido, la mayoría de los líderes europeos y americanos están actuando como quien decide endeudarse a pesar de disponer del efectivo necesario en el momento. Por miedo a quedarse sin votos ahora (algo poco probable) están dispuestos a asumir unos intereses inciertos en el futuro sobre su caudal electoral. Probablemente pecan de optimismo cuando estiman el precio que acabarán pagando por esta falta de arrojo disfrazada de prudencia. @jorgegalindo

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