Columna

Transversalidad

Desde el franquismo irredento hasta los skins racistas, hacía décadas que no asistíamos a un desfile tan espeluznante de todas las familias del fascismo español

Santiago Abascal, Pablo Casado y Albert Rivera, este domingo en la plaza de Colón de Madrid. Fernando Villar (EFE)

Pablo Casado aún no ha pronunciado la palabra “antiEspaña”. No creo que le falte mucho, pero todavía puedo definirme como una española preocupada por el futuro de mi país. Ese es el perfil del participante que pedía Rivera para la manifestación de ayer, aunque mi preocupación proviene precisamente de él y de sus nuevos amigos. Valls, por ejemplo, anunció que se manifestaría sin complejos, porque la protesta era transversal y el momento, histórico. Yo con los complejos no me meto, allá cada cual con los suyos, pero ese concepto de transversalidad me parece interesante. Sobre todo porque ni siqu...

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Pablo Casado aún no ha pronunciado la palabra “antiEspaña”. No creo que le falte mucho, pero todavía puedo definirme como una española preocupada por el futuro de mi país. Ese es el perfil del participante que pedía Rivera para la manifestación de ayer, aunque mi preocupación proviene precisamente de él y de sus nuevos amigos. Valls, por ejemplo, anunció que se manifestaría sin complejos, porque la protesta era transversal y el momento, histórico. Yo con los complejos no me meto, allá cada cual con los suyos, pero ese concepto de transversalidad me parece interesante. Sobre todo porque ni siquiera Vox ocupó la extrema derecha de la convocatoria. A su derecha, Hogar Social Madrid, España 2000, Falange Española, llamaron a la movilización por su cuenta para proponer otro rango de transversalidad. Desde el franquismo irredento hasta los skins racistas, neonazis que ocupan edificios y amenazan a los vecinos con cadenas y bates de béisbol, hacía décadas que no asistíamos a un desfile tan espeluznante de todas las familias del fascismo español. Casado, Rivera, Valls, llamaron a los constitucionalistas a sumarse a la manifestación, incluyendo tácitamente a su socio andaluz en el paquete. Pero, hay que decirlo una vez más, Vox no es un partido constitucionalista. De ninguna manera puede serlo cuando su programa consiste en derogar el Estado autonómico, las políticas de igualdad, la coeducación, propuestas que atentan de manera flagrante contra el espíritu del 78. Y por la brecha que ha abierto Vox, se han colado todos los demás. Dos grupos parlamentarios los han cobijado bajo el paraguas del constitucionalismo, sin complejos, con espíritu transversal. Ese sí que ha sido un momento histórico. Por desgracia.

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