Realismo mágico

Sánchez prometía luchar contra los gigantes tecnológicos y financieros, pero ha preferido encararse con molinos más humildes, como trabajadores y autónomos

Pedro Sánchez en conferencia de prensa en Bruselas el pasado 18 de octubre. Pier Marco Tacca (Getty Images)

No somos Italia. Los Presupuestos pactados por Sánchez e Iglesias, junto a las enmiendas de los nacionalistas, tendrán lagunas e incoherencias. Y serán criticados por la oposición, aquí o en Bruselas. Pero a la Comisión no le molesta el enfrentamiento vigoroso entre Gobiernos y oposiciones nacionales, sino el debilitante disenso dentro de los propios Gobiernos. Estas peleas domésticas son la última moda en Europa, de Roma a Londres, pasando por Berlín. Y, quizás, pronto en París.

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No somos Italia. Los Presupuestos pactados por Sánchez e Iglesias, junto a las enmiendas de los nacionalistas, tendrán lagunas e incoherencias. Y serán criticados por la oposición, aquí o en Bruselas. Pero a la Comisión no le molesta el enfrentamiento vigoroso entre Gobiernos y oposiciones nacionales, sino el debilitante disenso dentro de los propios Gobiernos. Estas peleas domésticas son la última moda en Europa, de Roma a Londres, pasando por Berlín. Y, quizás, pronto en París.

En Italia, el ministro de Economía defiende unos Presupuestos que violan las reglas europeas y sus propias convicciones. La competición entre los miembros de la coalición gubernamental, la Liga y el Movimiento 5 Estrellas, ha dado a luz un nuevo género italiano: el surrealismo presupuestario. Con una deuda del 132% del PIB, no se les ocurre otra cosa que bajar la edad de jubilación, poner una renta ciudadana y dar una amnistía fiscal (que sus avezados guionistas llaman “paz fiscal”) a las grandes fortunas.

España está lejos de Italia, pero también de Dinamarca. Nuestra política económica no es populista, pero tampoco progresista. Es legalista. Un Gobierno puede recaudar y gastar por sí mismo, o bien dictarnos con regulaciones cómo debemos emplear nuestro dinero. Puede sufragar políticas públicas o externalizar el Estado de bienestar. Y que sean las empresas, a través de un sueldo mínimo, o los propietarios de viviendas, a través de un alquiler máximo, los que asuman el precio de la redistribución.

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A pesar de la propaganda del Gobierno y la hiperbólica reacción de la oposición, el incremento del gasto social previsto en el proyecto de Presupuestos es modesto. Antes de acceder al poder, un quijotesco Sánchez prometía luchar contra los gigantes tecnológicos y financieros. En el Gobierno, ha preferido encararse con molinos más humildes, como trabajadores y autónomos.

Y Sánchez parece inclinarse por delegar los costes de muchas políticas económicas. A comunidades autónomas y Ayuntamientos, que tendrán que lidiar con el conflicto entre taxis y las VTC. A empresas, que harán frente a un brusco aumento del salario mínimo interprofesional. Y a quienes alquilen sus pisos. El Gobierno confía en que, al contratar y arrendar, empresarios y trabajadores, propietarios y arrendatarios, nos redistribuyamos la riqueza milagrosamente. Lo nuestro no es surrealismo, pero sí realismo mágico. @VictorLapuente

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