Columna

Máster en sátira

No son las vergüenzas de unos políticos lo que está en peligro, sino la democracia misma

La presidente de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, el pasado 12 de abril en la Asamblea de Madrid. Victor J Blanco (©GTRESONLINE)

Tal vez quienes menos le vean la gracia a todo lo que está pasando con la universidad y los políticos sean los encargados de verle la gracia a todo, los comentaristas satíricos. No solo porque cuando la actualidad se pone autoparódica, la sátira se hace irrelevante (¿para qué vas a hacer chistes con lo que ya es un chiste en sí mismo?), sino porque, al pasarse los días buscando la contradicción y la paradoja para poner en evidencia lo ridículo, son más conscientes que los demás de las amenazas que acechan a la democracia. Lo dijo el rey de la sátira británica, Armando Ianucci, en una entrevist...

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Tal vez quienes menos le vean la gracia a todo lo que está pasando con la universidad y los políticos sean los encargados de verle la gracia a todo, los comentaristas satíricos. No solo porque cuando la actualidad se pone autoparódica, la sátira se hace irrelevante (¿para qué vas a hacer chistes con lo que ya es un chiste en sí mismo?), sino porque, al pasarse los días buscando la contradicción y la paradoja para poner en evidencia lo ridículo, son más conscientes que los demás de las amenazas que acechan a la democracia. Lo dijo el rey de la sátira británica, Armando Ianucci, en una entrevista con The Independent: “El riesgo es convertir a Donald Trump en un personaje de comedia. No lo es. Es peligroso”.

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Hay que hacerle caso: Ianucci es el creador de la mejor sátira política televisiva de los últimos años, Veep, una comedia que podría definirse como el reverso disparatado de El ala oeste de la Casa Blanca, que tuvo serios problemas de continuidad cuando Trump salió elegido por una razón muy sencilla: el nuevo presidente superaba con creces el absurdo de las tramas que habían imaginado los guionistas. Esa forma perversa que tiene la realidad de superar a la ficción.

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No hay en España un equivalente a Armando Ianucci (tampoco una tradición de sátira política como la inglesa), por lo que nos quedaremos con las ganas de saber cómo habría contado el culebrón de los másteres que nadie cursó, y es una pena, porque hace falta alguien de su genio para satirizar lo que ya viene satirizado de fábrica. Quizá un Rafael Azcona habría sabido, porque él trabajaba el humor como lo hacía Ianucci: desde el hiperrealismo. Si los textos de Azcona nos hacen reír, no es por su tono delirante, sino porque es fácil reconocer en ellos situaciones de la realidad. Cualquier historiador y muchos testigos de la época saben que La escopeta nacional no era, en absoluto, una exageración.

El cronista satírico es peligroso para el poder no tanto porque lo ridiculiza, sino porque lo desnuda. Desmonta la idea conspiranoica y consoladora de que quienes manejan los hilos saben lo que hacen, y muestra un guirigay, un sálvese quien pueda, muy fiel a la realidad. Normalmente, la liturgia de la actualidad les permite guardar las formas, pero de vez en cuando se descubre un máster imaginario y la sátira se despliega sin guionista. Como señalan los maestros, ese es el momento menos indicado para reír. Porque no son las vergüenzas de unos políticos lo que está en peligro, sino la democracia misma, indefensa, desprovista incluso de la levísima protección del decorado institucional. Y eso, acierta Armando Ianucci, no tiene la menor gracia.

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