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Mudanza en Tabagne

Varias familias se han asociado para costear con sus ahorros parte de sus nuevas viviendas que han levantado con ayuda de la ONG Habitat for Humanity. Ahora tendrán retretes y cocinas modernas, lo que cambiará sus vidas

Millones de ciudadanos de Costa de Marfil (22,3 millones de habitantes) viven en estructuras precarias, que requieren mucho mantenimiento, sin retretes ni cocinas. A falta de estadísticas oficiales, la ONG internacional Habitat for Humanity estima que en el país se requieren un millón de viviendas para las familias que ahora residen en asentamientos informales y este tipo de casas precarias.
Un niño dentro del canal (seco) de saneamiento en Tabagne, una población rural al Este del país. Muchas viviendas de la zona no disponen de agua potable y retretes. Esto causa numerosas enfermedades, sobre todo diarreas, debido a la falta de higiene y por beber agua contaminada.
Varios vecinos se asociaron formalmente pues era un requisito para acceder a la ayuda que Habitat for Humanity para construir estas nuevas viviendas para familias en situación de pobreza de la comunidad. En la imagen, voluntarios de esta agrupación, que llamaron Katahua, pasean entre las nuevas viviendas casi terminadas.
Abran Siman Marie, de 55 años, y su hermano Essi Kouakou, quien asegura que nació en 1920, nacieron en esta vivienda de adobe. La habitación donde vive del anciano, detrás de la puerta frente a la que posan, apenas mide 10 metros cuadrados. Ambos subsisten del cultivo de anacardo.
En la antigua casa Abran Siman Marie cocinaba quemando leña sobre un montón de piedras. Además de ser un sistema medioambientalmente insostenible, el humo causa problemas respiratorios a las mujeres. En su nueva residencia, cuenta con una cocina moderna y electricidad.
Las 30 viviendas que albergarán a 30 famililas han sido levantadas con fondos de Habitat for Humanity y de los propios beneficiarios. "14 personas formamos una asociación que se llama Katahua, aunque uno de los fundadores ya ha fallecido, lamentablemente", relata Maxime Yeboua. "Cada miembro aportó unos seis millones de francos (CFA) de África occidental (unos 9.150 euros) para adquirir una tierra, ayudar a la construcción de las casas y llevar electricidad al lugar", explica.
Cada casa mide unos 75 metros cuadrados que se distribuyen en un salón, dos dormitorios, dos baños y una cocina moderna. Yaoua Nadelene, de 52 años, posa frente a la puerta de su flamante vivienda. “Esto es como un sueño; nunca me había imaginado que podría cocinar en una cocina moderna, pero no sé qué voy a preparar. Lo que seguro que sí que haré será disfrutarlo”, asegura.
La villa ha sido bautizada como Fodjo Bini Kouame, el nombre de un cooperante de la ONG Habitat for Humanity que nació en Tabagne. Él fue quien asesoró a los vecinos de esta comunidad para lograr su objetivo de mudarse a viviendas dignas.
La mayoría de estructuras en zonas rurales como esta, en Tabagne, tienen paredes de adobe y los techos de paja, que son el hábitat perfecto para numerosos insectos transmisores de enfermedades como la malaria (mosquitos) o dolencias oculares (mosca tsetsé).
Los caminos en esta población son de tierra. De hecho, la carretera que lleva de Abiyán (la capital económica del país) a Tabagne está asfaltada hasta la mitad del trayecto. Aunque los vecinos han pedido (y recibido promesas) de que se pavimentará, tal inversión no ha llegado. Lo que sí han conseguido los miembros de la asociación Katahua es llevar electricidad a la zona, una mejora de la que se beneficiarán las 30 familias de villa Fodjo Bini Kouame y cualquier vecino cercano que se enganche y pague su cuota.
Una de las beneficiarias del programa de vivienda digna observa la casa en la que ya nunca más vivirá. "Seguirán viviendo del campo y enfrentando problemas. Pero su vida va a mejorar porque tienen más comodidades", anota Ouattara Kouassi, voluntario de la asociación que ha impulsado el cambio.
Abran Siman Marie (derecha) junto a una de sus hermanas, que vivirá con ella en la nueva vivienda. Muy bromista, ríe al expresar su deseo de viajar a España. Sabe que sus recursos —gana unos 300 dólares anuales por el cultivo de anacardo— no se lo permitirían. De hecho, los muebles para la casa a la que se muda se lo provee la ONG pues ella no podría (ni los demás) permitirse comprarlos. Al final, resuelve que ahora, las visitas internacionales se podrán alojar en su recién estrenada morada.
Las ONG cubren, en buena medida, las dificultades de las autoridades para atender las necesidades de hogares dignos, tanto en las ciudades como en las zonas rurales, en un país en el puesto 171 de 188 en el Índice de Desarrollo Humano de la ONU y en el que un 46,3% vive por debajo del umbral de la pobreza nacional, según datos del Banco Mundial. Prueba de ello son los carteles con el sello de la organización correspondiente allí donde se observan casas de ladrillo y paredes pintadas.