“Mi suerte fue no cruzar Libia. Me salvó de la prostitución”

La nigeriana Precious Flint hoy trabaja como mediadora cultural para Médicos sin Fronteras en Italia para dar voz a los refugiados que cruzan el Mediterráneo en busca de un futuro mejor

La mediadora cultural de Médicos sin Fronteras, Precious Flint, en la sede de la organización de Trapani, en la isla italiana de Sicilia.T.T.
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Cuando llegó a Italia desde Nigeria hace siete años, Precious Flint (1986) lloraba porque no era capaz de expresarse en el nuevo idioma. Y luego lloraba más aún porque no era capaz de explicar el porqué de sus lágrimas. Fue un comienzo difícil, admite ahora que ya ha hecho las paces (de sobra) con el italiano. A pesar de todo, logró sacar algo en claro de ese momento: lo que de verdad quería era dar voz a los que no la tienen. Decidió así dejar de lado sus estudios de periodismo y hoy trabaja como mediadora cultural para Médicos sin Fronteras en Sicilia, puerta de entrada a Europa para miles de refugiados que cruzan el Mediterráneo en busca de un futuro mejor.

Su estancia en Italia coincide con el tiempo que ha pasado desde la última vez que vio a su hijo, que hoy tiene 10 años y sigue viviendo en Nigeria. Nació de una relación con un “hombre rico” que doblaba su edad y que hasta entonces le había ocultado que estaba casado. “Se aprovechó de mi vulnerabilidad porque él y su pareja no tenían hijos y me propuso comprar el mío. Me dijo: ‘Eres joven y puedes seguir adelante con tu vida”. Flint no atendió a razones. Le daba igual que su padre la hubiera rechazado y que ella no tuviera un duro. “Me desafió diciendo que volvería a buscarle para pedirle dinero, pero me mantuve firme. Tuve que aprender a contar solo conmigo. No me quedaba otra”.

Sabía que el camino más rápido era dejar su destino en manos de algunos de los traficantes que la habían abordado con promesas de dinero fácil. “Decían que con mi físico habría podido ganar mucho, pero no les hice caso”, recuerda. En cambio, pidió ayuda a una prima monja que vivía en Estados Unidos y le echó un cable para obtener el visado y viajar a Italia en avión. “Mi suerte fue no tener que cruzar Libia”, admite. “Me salvó de la prostitución”.

Más de 123.000 personas solicitaron protección en Italia en 2016

Su primer destino fue Bolonia, en el norte, donde permaneció más de un año en una casa de acogida administrada por religiosas. “No había otras nigerianas, ni mediadores culturales que pudieran ayudarme. La única herramienta que tenía para dar rienda suelta a mis sentimientos era un pequeño diccionario italiano inglés”. Flint se encoge de hombros y no ofrece muchos detalles sobre la situación que dejó atrás en su país natal, pero sostiene que la comisión que tenía que escucharla para decidir si otorgarle o no protección acabó en lágrimas. No quiere desvelar más datos. Solo que el veredicto fue positivo, algo no muy frecuente en Italia, donde solo en 2016 más de 123.000 personas la solicitaron, pero solo el 5% de las peticiones examinadas (4.808 sobre un total de 91.102) se resolvió concediendo el estado de refugiado. Cogió boli y papel, se sentó al escritorio y apuntó un listado de objetivos a realizar en el futuro. “Los he tachado uno a uno. Esto es lo que le diría a las personas que están en mi misma situación de entonces: todo llega”.

Poco a poco empezó a prescindir del diccionario, se apuntó a distintos cursos de formación y se trasladó a Bari, en el sur de la península. Se estableció de nuevo en un centro gestionado por las monjas en el que vivían otras chicas de su país, todas víctimas de la trata.

“Cuando hablo con otras nigerianas, suelo obtener mejores resultados que mediadores italianos. Han vivido experiencias muy duras y desconfían de la gente, pero ven en mí una mujer como ellas que ha logrado una vida distinta. Esto vale más que mil palabras”. El trabajo en una embarcación de rescate en el Mediterráneo supuso un punto de inflexión en su vida. “No volví a ser la misma después de ver cómo los traficantes mandan a morir a centenares de personas”, asegura. “Trabajaba las 24 horas del día, no tenía ni ganas de comer. Saqué una fuerza del interior que yo misma desconocía”.

Flint no consigue quitarse de la cabeza la voz de una mujer, su compatriota, que un día le pidió auxilio entre sollozos. No quería ser prostituta, pero no tenía elección: una deuda importante de dinero pendía sobre ella y, de no pagarla, habría acabado muerta. “Sabía que terminaría vendiendo su cuerpo, pero no podía hacer nada para ayudarla. Me sentí fracasada y su voz aún me persigue”.

No volví a ser la misma después de ver cómo los traficantes mandan a morir a centenares de personas

Su último encargo como mediadora cultural la llevó a Trapani, la capital más occidental de Sicilia en la que reside en la actualidad y donde Médicos sin Fronteras ha puesto en marcha un programa para ofrecer ayuda psicológica a personas migrantes. El trabajo en los puertos de desembarque le ha dotado, admite, de una capacidad especial para captar en cuestión de segundos las miradas de los más vulnerables en el medio de la multitud. “Los ojos hablan. Y casi nunca me equivoco”.

A punto de acabar su misión en Trapani, la mediadora quiere seguir formándose en el campo de la promoción de la salud y dar el salto a proyectos internacionales. “Me he convertido en la persona que soy hoy en día gracias a Italia, pero no me veo aquí dentro de 10 años. Este país a veces interpone un muro entre tus deseos y su realización. Muchos migrantes llegan con ambiciones y acaban como vegetales por culpa del sistema”.

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