Robots: podrán mejorar nuestros cuerpos, pero nunca sabrán lo que es llorar de la risa con un amigo

Hay una razón por la que las máquinas jamás dominarán el mundo: carecen de lo más especial que tenemos

Escena de 'Westworld', la serie sobre conciencia artificial de HBO.

Dicen los teóricos de la Singularidad Tecnológica, liderados por el ingeniero de Google Ray Kurzweil, que la inteligencia artificial superará a la humana a mediados de siglo. Es un tema controvertido. Por ejemplo, el cofundador de Microsoft Paul Allen opone lo que llama “el freno de la complejidad”: el cerebro humano es tan complejo que estamos muy lejos de comprenderlo, y muchísimo más de lograr replicarlo en una máquina. ¿Posibilidad de cíborgs? “En todo lo relacionado con la interfase biofísica, como la piel, ojos, nariz, miembros…, no hay problema: la conexión de la tecnología con el organ...

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Dicen los teóricos de la Singularidad Tecnológica, liderados por el ingeniero de Google Ray Kurzweil, que la inteligencia artificial superará a la humana a mediados de siglo. Es un tema controvertido. Por ejemplo, el cofundador de Microsoft Paul Allen opone lo que llama “el freno de la complejidad”: el cerebro humano es tan complejo que estamos muy lejos de comprenderlo, y muchísimo más de lograr replicarlo en una máquina. ¿Posibilidad de cíborgs? “En todo lo relacionado con la interfase biofísica, como la piel, ojos, nariz, miembros…, no hay problema: la conexión de la tecnología con el organismo es posible”, explica Ulises Cortés, investigador en Inteligencia Artificial de la Universidad Politécnica de Cataluña, refiriéndose a mejoras tecnológicas que ya se pueden aplicar al ser humano. “Sin embargo, integrar memoria con memoria, por ejemplo, guardar la organización mental en un microchip, es todavía ciencia- ficción”. Quizá no temamos abandonar nuestro cuerpo mortal y convertirnos en un eterno perfil de Facebook, dando a “me gusta” para siempre. Pero otro miedo existe, y no es nuevo: el monstruo de Frankenstein escapaba al control de su creador, así como el Golem se rebelaba contra el rabino de Praga que le había dado vida a partir del barro. Ya en 1942, Isaac Asimov enunciaba en un relato de ciencia-ficción sus famosas tres leyes de la robótica pensando en un futuro con máquinas inteligentes, la primera de la cuales reza: “Un robot no hará daño a un ser humano o permitirá, por inacción, que lo sufra”.

“La ciencia-ficción siempre ha puesto al robot como al malo que se rebela, pero hay que distinguir entre ficción y realidad. Una lavadora programable no va a fagocitar a tu familia”, bromea Elena García Armada, ingeniera del Centro de Automática y Robótica (CAR) de la Universidad Politécnica de Madrid y el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que acaba de publicar el libro Robots, de la colección ¿Qué sabemos de? (CSIC-Catarata). Pero la amenaza de superarnos en inteligencia y hacer más eficientemente nuestros trabajos poniendo en peligro el sustento, está calando.

Tenemos algo que ellos no podrán tener jamás

Cuando uno llega a la feria Global Robot Expo, que celebró su segunda edición el pasado febrero en Madrid, los robots campan a sus anchas: reciben al visitante, mantienen sencillas conversaciones con los humanos, limpian parrillas, cortan césped y participan en carreras de drones u olimpiadas robóticas. Hemos entrado en sus dominios. Son los ubicuos drones, los humanoides de protocolo, los robots que realizan tareas del hogar, los centrados en la educación, los exoesqueletos (como armaduras en forma de esqueleto)… “Vivimos inmersos en una profunda revolución tecnológica que es uno de los motores de la economía mundial. Y la robótica es uno de sus hilos conductores”, explica Enric Forner, director de la feria. Según sus datos, el sector tiene un crecimiento anual de un 17% y mueve 140.000 millones de euros. Una jugosa industria cuyos últimos grandes pasos hacia una autonomía real, gracias a la incorporación de inteligencia artificial, están provocando bastante inquietud.

La inteligencia que se programa en una máquina es la lógica-matemática, pero el cerebro humano es mucho más que eso. Somos 85% inteligencia emocional” (Elena García Armada, ingeniera)

No hay motivos para que cunda el pánico. “Es muy difícil que lleguen a superar a los hombres”, tranquiliza García Armada. En general, los artefactos tecnológicos son buenos resolviendo problemas matemáticos, realizando millones de operaciones por segundo, ejecutando algoritmos repetitivos o jugando al ajedrez. Pero, a pesar del crecimiento exponencial en capacidad de computación, están lejos de replicar características humanas como la creatividad o la emotividad. Que son, precisamente, lo que nos hace más humanos.

Y es que, cuando se habla de robótica, a menudo se incluye la inteligencia artificial (IA) en la conversación. ¿Cuál es la relación exacta entre ambas disciplinas? “Digamos que los robots que están fijos en las fábricas realizando siempre una misma tarea muy precisa, en un entorno muy controlado, requieren poca IA porque todo está previsto”, explica Ramón López de Mántaras, director del Instituto de Investigación en Inteligencia Artificial (IIIA) del CSIC. “A medida que el robot se hace más móvil y tiene más necesidad de adaptarse al entorno y ofrecer respuestas, más técnicas de IA se implican”. Sin embargo, “la inteligencia que se programa en una máquina es la lógica-matemática, la computacional, pero el cerebro humano es mucho más que eso: es también la capacidad de sentir emociones. Somos 85% inteligencia emocional”, matiza la ingeniera.

¿Se podrían llegar a confundir con los humanos?

Los robots están aquí para ayudarnos. Algunos ya se utilizan para recibir e informar en museos, hoteles o aeropuertos, también para llamar la atención en todo tipo de eventos. Uno de estos aparatos asegura un corrillo de curiosos a su alrededor. Es el caso de los humanoides Pepper o su hermano pequeño Nao, fabricados por la empresa japonesa SoftBank Robotics. Hasta bailan (a su manera). “En Japón ya son un boom”, explica Gonzalo Sánchez, de Robotrónica, que los comercializa en España. Pero Pepper y Nao (o androides españoles como Tico, de Adele Robots, o Dummy, de A Robotic Life) todavía están lejos de los robots humanoides que vemos en películas como Star Wars, Blade Runner o Yo Robot. Tal vez lo más parecido a un ser humano sean los androides Geminoid, creados por Hiroshi Ishiguro: uno de ellos llegó a representar una obra teatral basada en Tres hermanas, de Chéjov.

Según el Estudio sobre Estadísticas de Robótica 2016, de la Asociación Española de Robótica, en 2015 había 33.338 robots en España. Si usted no los ha saludado por la calle es porque la mayoría trabaja en la industria: el 48,5% en la del automóvil, el 16,3% en la alimentaria, el 13,6% en la metalúrgica, etcétera. Salvo contadas excepciones, los que existen y funcionan a día de hoy no se parecen demasiado a un humano: son máquinas industriales que realizan con gran velocidad y precisión trabajos muy repetitivos en cadenas de montaje, por ejemplo en la industria automovilística altamente robotizada.

La tendencia es que salgan de las fábricas y entren en los hogares. “Existe interés en desarrollar robots humanoides, pero es muy complicado por varias razones”, explica Luis Moreno, investigador del Robotics Lab de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M). “Por ejemplo, es difícil que reconozcan el espacio para moverse con eficacia. Replicar una mano humana, que depende de 50 músculos en el antebrazo y tiene muchísimos grados de libertad, es muy complejo, además de carísimo”, añade. Así que cuando lleguen al salón de casa no será en forma de peliculero mayordomo robótico, sino en otras aplicaciones. “En general buscamos que sean autónomos realizando acciones: que te preparen un sándwich o que cojan la ropa sucia, la laven y la planchen, poco más”, dice Moreno. En Global Robot Expo se vieron robots que limpian los ventanales o la parrilla, o cortan el césped de forma autónoma, como los de la empresa gallega Smartbot. Y se parecen más a una aspiradora que a C-3PO.

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