Morir de indiferencia en la fría Europa

Nosotros podríamos ser mañana esos migrantes abandonados al frío.

Un migrante camino bajo una nevada en un campamento de la isla de Lesbos, en Grecia.STR (AFP)

Tiendas de campaña sepultadas por la nieve, cuerpos inertes cubiertos de una capa de hielo. La imagen de la tragedia de los refugiados ha cambiado el azul casi negro de las aguas que engullen náufragos, al blanco helador del frío polar que azota Europa. Aunque parezca una amenaza más quieta, puede ser igual de letal. Y sobre todo, puede hacer sufrir lo indecible a esas madres y padres que han pasado un calvario para cruzar la frontera de la ansiada Europa y ahora no saben cómo calentar a sus hijos. Se han encontrado cadáveres de inmigrantes congelados en las fronteras de Europa y nadie lleva l...

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Tiendas de campaña sepultadas por la nieve, cuerpos inertes cubiertos de una capa de hielo. La imagen de la tragedia de los refugiados ha cambiado el azul casi negro de las aguas que engullen náufragos, al blanco helador del frío polar que azota Europa. Aunque parezca una amenaza más quieta, puede ser igual de letal. Y sobre todo, puede hacer sufrir lo indecible a esas madres y padres que han pasado un calvario para cruzar la frontera de la ansiada Europa y ahora no saben cómo calentar a sus hijos. Se han encontrado cadáveres de inmigrantes congelados en las fronteras de Europa y nadie lleva la cuenta, pero las muertes por los efectos del frío en los campamentos son muchas más de las que aparecen en las estadísticas.

Resulta inevitable pensar estos días en aquellos miles de refugiados españoles que un febrero de 1939, también muy frío pero no tan helador como este inclemente enero de 2017, fueron recluidos en la húmeda y desapacible playa de Argelet, en el sur de Francia. Allí permanecieron semanas, primero al aire libre y luego en precarias tiendas de campaña, y todavía hoy se nos encoje el corazón de pensar en ello. Muchos murieron de neumonía, de gastroenteritis o por el agravamiento de unas dolencias que no podían soportar aquellas condiciones. Lo mismo ocurre hoy en los campamentos de Lesbos y otras islas griegas, en los desvencijados almacenes de Belgrado donde malviven miles de refugiados o en los bosques que limitan con la frontera de Bulgaria.

Esas imágenes nos hablan de la miseria moral de una Europa insensible ante el dolor de los demás, de unos dirigentes políticos que miran para otro lado durante el telediario para escudriñar después, a la hora del tiempo, si las isobaras del frente que hiela Europa se acercan a sus casas. ¿Y la UE? ¿Dónde está la UE? Ausente, como siempre. Indiferente. Más burocrática y más impasible que nunca. Cuando desde las ONG se apela a la Comisión Europea para que ponga remedio, responde que es el Gobierno de Alexis Tsipras quien debe hacer frente a la situación. Como si la depauperada Grecia tuviera más responsabilidad, obviando que hace ya dos años que los Gobiernos de la UE acordaron repartir 160.000 refugiados de los campamentos de Grecia e Italia y ha sido incapaz de hacer cumplir su propia decisión. Allí siguen, muertos de frío.

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El frente siberiano de este invierno está congelando muchas esperanzas, y no solo de los migrantes que tratan de aferrarse a la vida. También las esperanzas de quienes creen que la política ha de servir para afrontar la realidad e impedir que cosas como esta ocurran. Hay mucha gente que no es insensible al sufrimiento de los refugiados, que querría ayudar y que se desespera por la falta de reacción de sus Gobiernos. Las imágenes de los migrantes muertos de frío también tienen un mensaje de lectura interna. Si la política no se plantea gobernar el infortunio, si las instituciones no son capaces de hacerse cargo de la realidad, si hay espacios en los que los Estados no quieren entrar, ¿en quién podremos confiar si las cosas van mal dadas? Hoy son ellos, mañana podemos ser nosotros los abandonados.

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