Editorial

Populismo alemán

La sonora derrota de la CDU en Berlín confirma la consolidación extremista

Joerg Meuthen (izquierda) y Georg Pazderski,líderes de la AfD, celebran los resultados de Berlín. Michael Kappeler (AP)

La importante derrota de la formación de Angela Merkel en las elecciones celebradas el pasado domingo en Berlín confirma el alto coste que está pagando la canciller por su gestión en la crisis de los refugiados ante un electorado que además ha visto en campaña cómo algunos de sus candidatos locales hacían guiños a las políticas de formaciones de extrema derecha.

La consolidación, elección tras elección, de la Alternativa por Alemania (AfD) como fuerza en liza tras los socialdemócratas del SPD y los democristianos de la CDU demuestra la esterilidad electoral que para los partidos tradici...

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La importante derrota de la formación de Angela Merkel en las elecciones celebradas el pasado domingo en Berlín confirma el alto coste que está pagando la canciller por su gestión en la crisis de los refugiados ante un electorado que además ha visto en campaña cómo algunos de sus candidatos locales hacían guiños a las políticas de formaciones de extrema derecha.

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La consolidación, elección tras elección, de la Alternativa por Alemania (AfD) como fuerza en liza tras los socialdemócratas del SPD y los democristianos de la CDU demuestra la esterilidad electoral que para los partidos tradicionales supone el sucumbir a los cantos de sirena del discurso populista. Entre el original y su copia, el electorado radicalizado opta siempre por el primero. Lo más alarmante es que se trata de un fenómeno que no es exclusivamente alemán, sino que se está extendiendo por Europa, basta, por ejemplo, escuchar en Francia el nuevo y endurecido tono de Nicolás Sarkozy, que comienza a presentar demasiadas similitudes con los postulados de Marine Le Pen y su Frente Nacional.

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Y aunque en Alemania la situación no es todavía la de su país vecino, la irrupción en el panorama electoral del discurso xenófobo de la AfD amenaza con influir en el discurso del conservadurismo alemán que por primera vez en años ve seriamente amenazada su fuerza política. El segundo puesto cosechado en Berlín y la presencia de la extrema derecha antiinmigración —con las elecciones legislativas en todo el país en el horizonte— debe ser un revulsivo no para adentrarse en un camino de propuestas radicales sino para ejercer responsablemente una labor de pedagogía política que explique a la ciudadanía que las soluciones fáciles no existen y siempre salen caras. Aquellos que dentro del partido de Merkel o en sus aledaños, como la CSU bávara, se han desmarcado de la política de acogida promovida por la canciller, ya pueden tomar nota del resultado de su oportunismo. Se puede criticar a Merkel por muchos motivos, pero no por desligarse de sus propias decisiones y cambiar de rumbo al albur de las encuestas y las urnas.

Los resultados en la capital alemana son malos también para el SPD, aunque esta pueda salvar los muebles si Michael Müller, su candidato, logra conservar el puesto de alcalde. A pesar de la victoria, los socialdemócratas han bajado siete puntos respecto a los anteriores comicios locales. El que su rival histórico haya sufrido una derrota aún mayor no puede hacerle perder de vista el que los grandes beneficiados de estas elecciones son los partidos extremistas, tanto por la derecha como por la izquierda. Una peligrosa tendencia contra la que los grandes partidos alemanes tendrán que hacer un importante esfuerzo en los próximos meses para evitar que en las legislativas de 2017 el discurso populista se cierna sobre la estabilidad política.

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