Crónicas marcianas

Solo mi estatus de ‘alien’ explica que recibiera los certificados fiscales del actor Richard Gere

En Estados Unidos, país en que vivo desde hace años, uno es considerado residente fiscal después de 30 días. No así en el campo del estatus migratorio, donde uno puede pasar toda la vida siendo ilegal aunque pague impuestos, o bien, como es mi caso, siendo “alien” –una palabra que más que “extranjero” denota, en la imaginación de todos los seres humanos que conozco, “marciano”.

Solo mi estatus permanente de marciana, yo creo, explica lo que me ocurrió hace unas semanas. Para evitar la doble tributación, tanto los marc...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

En Estados Unidos, país en que vivo desde hace años, uno es considerado residente fiscal después de 30 días. No así en el campo del estatus migratorio, donde uno puede pasar toda la vida siendo ilegal aunque pague impuestos, o bien, como es mi caso, siendo “alien” –una palabra que más que “extranjero” denota, en la imaginación de todos los seres humanos que conozco, “marciano”.

Solo mi estatus permanente de marciana, yo creo, explica lo que me ocurrió hace unas semanas. Para evitar la doble tributación, tanto los marcianos como las personas normales podemos pedir al Gobierno que nos mande unos certificados de residencia fiscal. Este año, llegaron sin contratiempos, pero al abrir el paquete me di cuenta de que no venían a mi nombre, sino al de un tal Richard Tiffany Gere. El nombre me pareció conocido, así que lo busqué en Internet. Como sospechaba, correspondía al del actor de Hollywood, protagonista de ­Pretty Woman, a quien mi madre siempre ha considerado poco menos que una reencarnación del dios Apolo.

A mí me pareció una pésima señal del destino recibir los papeles fiscales de un señor, por guapo y canoso que fuera. Era un augurio ominoso; una muestra de que solo me pasan cosas raras pero no necesariamente buenas. Pero cuando se lo conté a mi madre, ella se llenó de entusiasmo y se le ocurrió aprovechar la ocasión para, dentro del paquete de certificados que juntas le reenviaríamos a los contadores del señor Gere, enviarle una carta a él, dándole cita en un restorán tibetano de Manhattan. (Tanto él como mi madre comparten, al parecer, la devoción budista). En la fecha prevista las dos fuimos a cenar muy elegantes al restorán tibetano. Por supuesto, el señor Gere no llegó, porque los finales de las historias marcianas siempre son tristes. Tampoco llegaron mis certificados.

Archivado En