La cabeza de Charlotte

Un célebre cirujano del siglo XVIII afirmaba que las cabezas guillotinadas eran capaces de “percibir su propia ejecución”

Cuando Charlotte Corday fue guillotinada, su cabeza, ya desprendida del cuerpo, rodó a la cesta y el verdugo, en un exceso insuflado por sus niveles prohibitivos de testosterona, la cogió de los cabellos y la abofeteó. El público que contemplaba la ejecución en primera fila observó que la mejilla de Charlotte se ruborizaba, justamente después de recibir la bofetada. Aquel episodio produjo un apasionado debate en la prensa y en las tabernas: ¿puede la cabeza seguir viviendo una vez que ha sido separada del cuerpo por la cuchilla de la guillotina? Un célebre cirujano de la época, 1793, afirmaba ...

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Cuando Charlotte Corday fue guillotinada, su cabeza, ya desprendida del cuerpo, rodó a la cesta y el verdugo, en un exceso insuflado por sus niveles prohibitivos de testosterona, la cogió de los cabellos y la abofeteó. El público que contemplaba la ejecución en primera fila observó que la mejilla de Charlotte se ruborizaba, justamente después de recibir la bofetada. Aquel episodio produjo un apasionado debate en la prensa y en las tabernas: ¿puede la cabeza seguir viviendo una vez que ha sido separada del cuerpo por la cuchilla de la guillotina? Un célebre cirujano de la época, 1793, afirmaba que las cabezas guillotinadas no solo seguían viviendo unos minutos, después de haberse independizado de su cuerpo, sino que eran capaces de “percibir su propia ejecución”.

En estos tiempos se puede echar mano de un instrumento menos radical, como el 'selfie stick'

Este debate tenía lugar en plena Revolución Francesa y Charlotte Corday había sido ejecutada por asesinar a Jean-Paul Marat, el famoso político jacobino. Charlotte había pasado diez años encerrada en un convento y desde que salió al mundo se dedicó a rumiar ese asesinato que materializaría tres años después, con una sencillez que afea la biografía del mártir de la revolución: lo apuñaló en su bañera, mientras tomaba notas sobre un tablón, con el agua tibia a la altura de las tetillas.

Aquella mejilla ruborizada de Charlotte Corday hizo pensar a los franceses en esa fascinante posibilidad, en la rareza de contemplar tu propio cuerpo, decapitado, eso sí, desde cierta distancia. El episodio se presta para el metaforón psicológico, para ilustrar el valor de observarse a uno mismo, y a sus problemas, desde una sana distancia física. Total, en estos tiempos se puede echar mano de un instrumento menos radical, como el selfie stick.

elpaissemanal@elpais.es

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