El más allá es la calavera

He aquí un edificio en ruinas, lo mismo da de dónde. Lo que nos interesa ahora es lo que queda de él: el costillar

álvaro bonet

He aquí un edificio en ruinas, lo mismo da de dónde. Lo que nos interesa ahora es lo que queda de él: el costillar. Tuvo pulmones, corazón, recto, uréteres; tuvo sus partes blandas, sus glándulas, sus ganglios, sus amígdalas. Disponía de venas, segregaba sus propios jugos, metabolizaba sólidos y líquidos… Todos los animales grandes llevamos dentro la urdimbre de una catedral, de un frontón, de una fábrica. Cuando en pleno desierto aparece el esqueleto de una vaca al que han sacado brillo las hienas o los buitres, no nos impresiona tanto lo que tiene de bastidor orgánico como lo que posee de ar...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

He aquí un edificio en ruinas, lo mismo da de dónde. Lo que nos interesa ahora es lo que queda de él: el costillar. Tuvo pulmones, corazón, recto, uréteres; tuvo sus partes blandas, sus glándulas, sus ganglios, sus amígdalas. Disponía de venas, segregaba sus propios jugos, metabolizaba sólidos y líquidos… Todos los animales grandes llevamos dentro la urdimbre de una catedral, de un frontón, de una fábrica. Cuando en pleno desierto aparece el esqueleto de una vaca al que han sacado brillo las hienas o los buitres, no nos impresiona tanto lo que tiene de bastidor orgánico como lo que posee de arquitectura artificial. La arquitectura artificial, en cambio, nos remite a nuestra propia osamenta.

Observen, en la foto, los restos de carne adheridos aún a esas clavículas de hierro, no se pierdan el rojo o rosa dominante de la sangre, en proceso de evaporación. Diríamos que acaban de sacrificar a la bestia y que los matarifes se han marchado a comer dejando a medias el deshuese. Somos, en efecto, la medida de todas las cosas, construimos las casas y los hangares y los sótanos a nuestra imagen y semejanza. La historia de la arquitectura es en cierto modo la historia del cuerpo, y viceversa. Cuando a una construcción le abandona el alma, cuando muere, comienza la lenta descomposición de los órganos nucleados en torno a su estructura ósea. El más allá es la calavera. Desde el cráneo vacío, los inmuebles difuntos hablan de nosotros a quien quiera escucharlos. Y su lengua es hermosa, eufónica, aunque también terrible. Imposible admirar esa devastación sin sentirla propia.

Sobre la firma

Archivado En