Niños, aviones y futuro

Los menores de un campo de refugiados sirio distinguen cuatro tipos de bombas No es la clase de conocimiento deseado para ellos

Aya, refugiada siria de seis años, se asoma entre las lonas de su tienda.David Muñoz

Aya tiene seis años y es muy tímida. Cuando sea mayor quiere casarse y trabajar como profesora. Me pregunto cómo va a hacerlo si nunca ha ido al colegio. Era demasiado pequeña cuando estalló la guerra en su país, Siria, y ahora vive en un asentamiento de refugiados en el oeste de Líbano. Su madre, Fatouma, nos cuenta que solo uno de sus cinco hijos ha pisado un aula: “Cuando los bombardeos empezaron, solo Mohammed, que ahora tiene nueve años, estaba escolarizado. Cada día, cuando iba al colegio, llegaban los aviones y eso le causó un miedo enorme. Hasta ahora no ha sido capaz de volver a la escuela por ese temor”.

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Ese nerviosismo ante los aviones es una constante. En otra ocasión, Khadiya, participante en uno de los programas de Acción contra el Hambre, nos pide que fotografiemos a sus hijos y sobrinos, y ellos, encantados, posan alineados sobre un banco. Sobrevuela un helicóptero y es como si una corriente eléctrica recorriera la hilera: ellos se estremecen con la tensión reflejada en sus caras. Pasan unos segundos hasta que se recomponen, pero ya no recuperan sus orgullosas sonrisas para la foto.

Cada día, helicópteros, e incluso algún caza, sobrevuelan la zona. Y cada vez que esto ocurre, alguno de los menores tira de mi mano para avisarme. Quieren que sepa que de ahí vienen las bombas que se han grabado en su memoria. Con la ayuda de Ward, un compañero de Acción contra el Hambre que me traduce, asisto atónita a una conversación entre niños y niñas de unos 10 años en la que describen bombardeos dando detalles de, al menos, cuatro tipos específicos de bombas. No es la clase de conocimiento que una asocia o desea para esa edad.

Niños y niñas de un asentamiento al oeste de Líbano posan para una foto que esperan que más adelante les hagamos llegar.Gonzalo Höhr (Acción contra el Hambre)

También cada día, sobre las once y media de la mañana, muchos desaparecen en el interior de sus tiendas y salen al cabo de unos minutos con la cara limpia y el pelo repeinado. “¿Al madrassa?”, pregunto con mi precario y recién adquirido árabe. Y responden con una sonrisa: “Sí, al colegio”. Al poco tiempo llega el autobús y sus bocinazos avisan a los más de 200 escolares del asentamiento de que ya está aquí. Es un vehículo amarillo, como los que vemos en las películas estadounidenses, y su presencia no deja de chocarme en este contexto.

No es una escuela al uso, sino un programa que ha puesto en marcha Naciones Unidas para mantener cierta instrucción, pero que no sigue el itinerario formativo que deberían tener. Aprenden inglés, refuerzan el árabe, cantan, juegan… Es también una oportunidad para salir del asentamiento y recuperar cierta normalidad. Con orgullo me muestran sus libros y recitan canciones que han aprendido.

Muchos niños en nuestro país acaban de iniciar el nuevo curso. Muchos otros en el mundo no tienen esa posibilidad, 57 millones según Naciones Unidas. Los que viven en asentamientos de refugiados sirios forman parte de ese 42% de los 57 millones que no puede asistir a la escuela a causa de un conflicto. Incluso si la situación se soluciona en el corto plazo, la brecha abierta en su educación afectará seriamente a sus oportunidades futuras.

Y no son únicamente los niños los afectados en este sentido. En estas semanas conozco también a jóvenes que han tenido que abandonar sus estudios universitarios y ahora sobreviven trabajando cuando pueden como jornaleros en el campo. Ahmed llegó primero con su hermano al sur de Líbano y ahora vive allí junto a sus mujeres, hermanas, hijos y sobrinos. En total, 17 miembros de su familia se apiñan en una mísera caseta dentro de la finca donde él trabaja. En Alepo era estudiante de Derecho y, tras casi cuatro años de guerra y huida, aún se pregunta si podrá volver a la facultad algún día.

El autobús del programa de educación de Naciones Unidas recoge a parte de los niños y niñas del asentamiento cada día.Nuria Berro (Acción contra el Hambre)

Pero también hay espacio para la esperanza. Un amigo de un asentamiento me presenta otro día a un joven de aspecto serio y formal. Quieren contarme que ha terminado el instituto y que va a ir a la universidad. Espera estudiar biología y convertirse en técnico de laboratorio. Es consciente de que le costará esfuerzo y dinero, pero planea trabajar para cubrir los gastos. “¿En Siria?”, le pregunto. Y el responde: “Insha’Allah” (si Dios lo quiere). Ojalá.

Nuria Berro, técnica de comunicación de Acción contra el Hambre, ha visitado los asentamientos sirios en el oeste de Líbano. Junto al cineasta David Muñoz, ganador de un Goya, la organización prepara un proyecto cinematográfico para visibilizar la dura realidad de los refugiados sirios. Este cortometraje de ficción, protagonizado por la propia comunidad del asentamiento y cofinanciado por la Cooperación Española, formará parte de la programación oficial del Festival de Málaga en 2015.

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