Arte entre costuras

Una exposición en Shanghái recorre la historia de Dior a través de más de cien vestidos Un grupo de artistas chinos reinterpreta los emblemas de la casa

Probablemente en ningún país entienden la querencia de Dior por el color gris como en China. Aunque el gris de la infancia en Granville del mítico costurero no sea exactamente ese tono pegajoso que tiñe con demasiada frecuencia el cielo de las grandes ciudades del mastodonte asiático. Tono plomizo del que no se libra ni el lujoso y moderno Shanghái, cuyo Museo de Arte Contemporáneo (MOCA), rodeado de jardines pese a estar en el centro de la abigarrada ciudad, ha sido el elegido por la firma parisiense para ...

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Probablemente en ningún país entienden la querencia de Dior por el color gris como en China. Aunque el gris de la infancia en Granville del mítico costurero no sea exactamente ese tono pegajoso que tiñe con demasiada frecuencia el cielo de las grandes ciudades del mastodonte asiático. Tono plomizo del que no se libra ni el lujoso y moderno Shanghái, cuyo Museo de Arte Contemporáneo (MOCA), rodeado de jardines pese a estar en el centro de la abigarrada ciudad, ha sido el elegido por la firma parisiense para su espectacular exposición Esprit Dior. Un recorrido intenso y deslumbrante por el legado de un hombre cuyo apellido hoy santifican miles de mujeres sin saber muy bien qué hay detrás de sus evocadoras cuatro letras.

Creía Jean Cocteau que Dior era una palabra mágica que escondía el secreto de la casa: la suma de las dos primeras sílabas de Dios y Oro. La historia de la firma revalida el acrónimo de Cocteau, aunque cabe añadir que falta lo que quizá marcó la diferencia aquel día de 1947 en que se presentó la primera colección: la audacia frente a la tradición, algo que se subraya incansablemente en el recorrido del MOCA a través de más de 100 vestidos –muchos de ellos, históricos– acompañados por más de 100 fotografías de Patrick Demarchelier. Junto a ellos, dibujos originales del padre de la firma, una escultura de Giacometti y pinturas de Christian Bérard para recrear la galería de arte que tuvo Dior antes de ser Dior, alrededor de 60 accesorios antiguos (entre ellos, verdaderas joyas de perfumería) y las obras de 12 artistas chinos que reinterpretan esa mítica precisión sin la que no hay ni Dios ni Oro.

Comisariada por Florence Müller, historiadora de la moda que dirigió en 2011 la gran retrospectiva de Yves Saint Laurent, Esprit Dior tiene un claro tono didáctico enfocado al público chino, pero presentado con elementos para atraer también al más versado en el tema. Dividido en nueve espacios, el recorrido viaja por las grandes pasiones del fundador (el arte, los jardines, París…) a las interpretaciones de sus sustitutos en la firma: de Yves Saint Laurent a John Galliano y, en el presente, Raf Simons, quien –por lógica comercial– se lleva el mayor protagonismo después del pater. Un recorrido in crescendo (de las tripas de un taller en vivo a una mesa interactiva con las mujeres que fueron icono de la marca) que se cierra con una sala dedicada a la galería de los espejos de Versalles. Ordenada construir por Luis XIV, su estilo barroco y sus 73 metros de largo tenían el objetivo de pasmar a los visitantes, que en su mayoría jamás habían visto sus cuerpos reflejados en un espejo, entonces un objeto de absoluto lujo.

Allí se casó María Antonieta y allí se rodó el conocido anuncio que Jean-Jacques Annaud firmó con Charlize Theron para vender el aroma J’Adore. Es precisamente la forma de este perfume la inspiración de la instalación del artista chino Liu Jianhua, una lluvia formada por 3.000 reproducciones en porcelana dorada del envase. “La porcelana se rompe, el perfume se evapora. Me parecen materiales que representan una ilusión y una fragilidad similar”, explica Liu Jianhua. “El oro representa elegancia y deseo, pero también es un mero envoltorio, y ese concepto es importante aquí, en China. Quería hacer una reflexión sobre el lujo entendido de manera superficial, sin que importe el contenido. A los chinos nos fascina el lujo, pero desconocemos lo que hay detrás de las firmas que consumimos. En Europa, marcas como Dior forman parte de su identidad y cultura. Aquí no. Nosotros hemos hecho el camino inverso, hemos empezado por el envoltorio, por el logo, eso es lo que nos ha conquistado: las usamos como mero pulsador de confianza”.

Y en el envoltorio se esconde el truco para atraer nuevos públicos al museo, asegura el director del MOCA Shanghai, Samuel Kung. Para él, la exposición de Dior es un reclamo con un fondo más pedagógico que publicitario. “Nuestro museo elige al año una gran marca para promover el arte contemporáneo. En China no hay mucho público para el arte joven y nos gusta poner el foco en ellos a través de estas exposiciones. Los artistas necesitan apoyo y esto es una estupenda oportunidad”. “Las marcas son un amplificador perfecto de nuestro trabajo”, confirma Liu Jianhua, cuyas dos instalaciones para la exposición se suman a las obras de, entre otros, Zhang Huan, Zheng Guogu, Qiu Zhijie, Yan Lei, Yan Pei-Ming, Lin Tianmiao y Zeng Fanzhi. Miradas en su mayoría idealizadas que hasta convierten en icono un rostro tan común como el del propio Dior.

Sin esta dorada caja de resonancia, la carrera del fotógrafo Patrick Demarchelier hubiese ido por otros derroteros. En Esprit Dior hay un centenar de fotos suyas, en las que el pasado, presente y futuro de la casa parecen un tiempo único. Los maniquíes de las salas respiran en sus imágenes. De la histórica chaqueta Bar a los vestidos nacidos de la colaboración de Raf Simons con el artista estadounidense Sterling Ruby. “Lo más importante para mí era lograr precisamente eso, que lo antiguo y lo nuevo se fundieran hasta transportarte a cualquier momento. En definitiva, ¿qué es lo nuevo y qué es lo viejo en Dior? Todo es contemporáneo”. Demarchelier, fiel creyente de la moda, se siente cómodo en sus incesantes cambios de piel. Habla en los mismos términos de su reciente campaña para Zara como de su trabajo con los archivos de Dior: “En este trabajo, cada día es nuevo, cada día es un reto. Y lo interesante siempre llega mañana. No se engañe, la moda no necesita el prestigio del arte, la moda es el gran negocio”.

Una de las salas de la exposición. El fondo replica la tienda insignia de Dior en la parisiense Avenue Montaigne

“Los diseñadores no hablan de negocio, hablan de historias, de fábulas, de sueños. La moda es un espectáculo en el que siguen quedando momentos de pureza”, asegura la comisaria Florence Müller antes de advertir que la contaminación es inherente a la moda, está en su misma génesis. “Los diseñadores están atrapados en los límites del cuerpo femenino. Ese cuerpo es el principio y el fin de todo su trabajo. Eso dificulta toda su creatividad y por eso cuesta tanto inventar nada nuevo”. Para Müller, el debate sobre si la moda pervierte los museos es estéril. “Hay gente muy esnob que ve esto como la invasión de un espacio limpio. Es injusto. La moda ha inspirado a muchos artistas, y he visto muchas ideas expresadas antes allí que en el arte. Y nos importa a todos más que el arte, porque todos estamos obligados a vestirnos”.

Sea lo que sea, se trata de una relación algo esquizofrénica en la que florecen múltiples contrasentidos. Arte, moda, tiempo, negocio… Christian Dior, que fracasó como galerista antes de inventar una nueva mujer, era consciente del carácter efímero de su trabajo, por eso le obsesionaba la calidad como garantía de permanencia. Le gustaba una frase de Coco Chanel, quien con su habitual vehemencia sentenció que la costura crea cosas preciosas que luego se vuelven feas, “mientras que el arte crea objetos feos que se tornan hermosos”. “Yo”, escribió humilde Dior, “me aventuraría a corregir a mademoiselle Chanel en solo un aspecto: existe el legado póstumo de la moda, ese en el que lo feo vuelve a ser hermoso gracias al paso del tiempo”. Buena prueba de ello estará hasta el 10 de noviembre en Shanghái, bajo un nuevo cielo gris.

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