La banda de la ESCAC

En la Escuela Catalana de Cine han hallado la fórmula del éxito. Sus alumnos acumulan cada vez más ‘goyas’ Mar Coll, premiada en 2010 y una de sus puntales, nos abre las puertas de una gran cantera

A la derecha, Mar Coll (izquierda) con Valentina Viso, coguionista de su película. Los demás (de izquierda a derecha) han salido del universo ESCAC: Neus Ollé (directora de fotografía), Eric Arajol (sonidista), Sergi Casamitjana (productor y director de la escuela), Liliana Torres (‘making of’) y Marta Rodríguez (dirección de producción).CATERINA BARJAU

El primer día de clase en la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña (ESCAC), Mar Coll apareció con un herpes en el ojo izquierdo. “Iba desfigurada. Era brutal. Lo tenía morado, como si me hubiesen pegado una paliza”. Ninguno de sus compañeros recuerda a nadie de estas características, así que es probable que en realidad nadie la recuerde a ella. La directora, que ahora tiene 32 años y está a punto de presentar su segundo largometraje, ...

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El primer día de clase en la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña (ESCAC), Mar Coll apareció con un herpes en el ojo izquierdo. “Iba desfigurada. Era brutal. Lo tenía morado, como si me hubiesen pegado una paliza”. Ninguno de sus compañeros recuerda a nadie de estas características, así que es probable que en realidad nadie la recuerde a ella. La directora, que ahora tiene 32 años y está a punto de presentar su segundo largometraje, Todos queremos lo mejor para ella, en la Semana Internacional de Cine de Valladolid, es una persona corriente en el mejor sentido de la palabra. Pasa desapercibida. Durante el rodaje de su primera película, por la que ganó el Goya a la mejor dirección novel, el perchista se le acercó en su primer día de trabajo y le preguntó “una tontería”, según recuerda este. Dos horas después se enteró de que aquella persona era la directora. Y reconoce: “Me sorprendió; no era la imagen que había proyectado de Mar Coll”. En realidad, en aquella filmación nadie parecía quien era. La edad media rondaba los 26 años. Y cerca del 80% eran mujeres salidas de las aulas de la ESCAC. Muchas, compañeras de curso. Algunas, de piso. O de vida. En sus rodajes no hay paridad. El territorio de Mar es eminentemente femenino. Igual que sus películas, siempre protagonizadas por mujeres. Y a aquel perchista, llamado Eric Arajol, también tostado en el horno de la escuela (rama de sonido), y que en la segunda película de la directora ha ascendido, convirtiéndose en el jefe del equipo de sonidistas, las mujeres le dicen con sorna antes de retratarse para estas páginas:

–Eric, el hombre.

–El único que tiene pito.

En seis años, tres alumnos de la ESCAC han ganado el goya a la dirección novel

Mar y su increíble ojo aterrizaron en la ESCAC en 1999. Ella nunca se consideró una persona creativa. De niña quiso ser actriz, como muchos. Le gustaba llamar la atención. Pero no hacía fotos, no grababa, no escribía. Su familia no tenía relación con el cine. El padre es microbiólogo; la madre trabaja en un laboratorio. Cuando les anunció su decisión, dijeron: “No te vamos a poder ayudar”. Ella tampoco se veía como directora. Pero sintió algo parecido a una llamada. “Buscaba algo que me hiciera mejor persona. Que me permitiera crecer, expresarme, comunicar, tener un punto de vista. Que estuviera íntimamente ligado a mí, donde no existiera esa dicotomía entre la profesión y la vida”. Se enteró de la existencia de esta titulación, adscrita a la Universidad de Barcelona, por un amigo de su hermano mayor. El centro carecía entonces de la fama de hoy, cuando sus exalumnos acumulan unos 25 premios Goya (cálculos de ESCAC). Y han ganado en casi todas las disciplinas. Desde el montaje hasta los efectos especiales. La escuela había echado a andar en 1994. Aunque el origen se encuentra unos años antes, en un embrión que podríamos considerar el banco de pruebas: un centro de formación profesional, liderado por un tipo llamado Josep Maixenchs, en el que se tocaban los distintos palos audiovisuales. Y el cine suponía una pequeña área.

De este pasado parco en cine nos habla Sergi Casamitjana, de 45 años, uno de los alumnos de aquella FP. Hoy dirige la ESCAC, tras casi dos décadas de Maixenchs en el cargo. Casamitjana, podríamos decir, ha sido su brazo ejecutor. El hombre sobre el terreno. Cara a cara con “los niños”, así los llama, curtiéndose en “la guerrilla del corto”. Casamitjana es también el productor de numerosas películas de los exalumnos (de las dos de Mar, entre otras). Y uno de los nombres más repetidos en los agradecimientos desde el estrado en los festivales de cine en los últimos años, casi siempre citado como “temerario” o incluso “loco”. Lo encontramos en su despacho en una de las plantas altas de la enorme sede ESCAC, en Terrassa (Barcelona), adonde se llega por un pasillo en el que se suceden frases de Hitchcock y Amenábar grabadas en las vigas. Casamitjana, con camiseta de Superman, cuenta que cuando acabó aquellos cursos de FP, sintió que “con la mierda de formación” recibida no había aprendido “nada de cine”. Eran 16 alumnos. Y antes de poner la zarpa sobre una cámara les hacían estudiar el manual de instrucciones y pasar un examen. Rodaban un corto entre todos; ese era el proyecto de fin de curso. Después de protestar por la escasa formación de batalla, logró una beca para estudiar cine en la New York University. “La ESCAC es la fusión de aquella FP y lo que importamos de EE UU”, asegura. A la vuelta de la NYU, recuerda una reunión, mientras comenzaban a dar forma a la futura escuela, en la que propuso que se hiciera hincapié en las prácticas con el rodaje de cinco cortos por alumno al año. Los presentes no daban crédito. Le echaron de la reunión de malos modos. Pero lo llamaron al día siguiente y le propusieron: “¿Por qué no organizas las prácticas?”. Conclusión: “El primer curso de la ESCAC rodamos 250 cortos”.

Orla de la primera promoción de la ESCAC (1998), entre los que se encuentran Roser Aguilar, Kike Maíllo y J. A. Bayona (como J. A. García).ESCAC

Durante seis años, él fue el profesor de prácticas. Luego cedió el testigo a algunos recién graduados. Tipos aventajados. Con estilo propio. Mar Coll recuerda, entre otros, que recibió clases de un tal J. A. Bayona en primero; de otro tal Kike Maíllo en tercero. Desde hace tres años, ella también da clase. Es parte de la filosofía ESCAC. Los maestros han de resultarles cercanos a los discípulos. Nada de dinosaurios hablando del viejo cine. Se suele elegir gente próxima en edad e intereses. Profesionales con un pie en el negocio que hablen de cómo se hace una película hoy. Algunos tiran de pupilos para sacar adelante proyectos. Coll trabajó en su etapa de estudiante a las órdenes de Maíllo y Bayona, y para los cortometrajes de fin de curso, los alumnos de cuarto suelen coger “de machacas” a los de primero. De esta forma se mantiene la jerarquía y se forja el respeto debido hacia las promociones anteriores. Pero también se mezclan y se vuelven una amalgama. Y para Casamitjana, el modelo se parece al sistema operativo Linux: “Todo el mundo hace aportaciones. El conocimiento está en red. Es una competencia en abierto. Y cada vez que uno consigue algo se extiende. Sean unos fondos plomizos o ciertos resultados de los actores”. Las prácticas abundan. Pero el coste es elevado. La ESCAC cuesta 8.850 euros al año, durante los tres primeros, y 9.400 el último curso. Su exdirector Josep Maeixenchs llegó a airear en 2001 que podría convertirse en un “centro para pijos” si no llegaban más apoyos de las administraciones.

La primera promoción de la ESCAC, de la que Bayona y Maíllo son, junto a Roser Aguilar, los alumnos más destacados, se graduó en 1998. Tres años después, ninguno había conseguido aún oler el cine con mayúsculas. No habían rodado ninguna película. No conseguían trabajo. Y no se conformaban con ser meritorios. En 2001, la directiva de la escuela ideó la productora Escándalo Films como una prolongación para generar eso que les faltaba: industria cinematográfica entre los exalumnos. Se lanzaron al mundo del cortometraje, el videoclip y la publicidad. Y cuando empezaban a dar sus primeros pasos en el mundo del largometraje, Mar Coll acabó el grado de dirección de cine. Su trabajo de fin de carrera se llama La última polaroid y cuenta en 20 minutos el último día de dos adolescentes juntas. Una se muda a otra ciudad con su familia. Pasan la noche fuera. Hablan. Ríen. Se echan en cara cosas. Pero no son capaces de despedirse. La vida misma.

El director de la escuela trajo el cambio: “El primer año rodamos 250 cortos”

Después de aquel corto, la directora también decidió dejar Barcelona. Consiguió una beca para estudiar en el Centro de Capacitación Cinematográfica de México junto a otras dos compañeras de curso, Aina Calleja (montadora de su cortometraje) y Liliana Torres. Las tres cruzaron el charco y allí compartieron piso y mucho más. Pronto se les unió una cuarta, Xènia Besora, ajena a la burbuja ESCAC, pero iniciada en sus círculos gracias a Neus Ollé, otra compañera de la rama de dirección de fotografía. Xènia se hizo muy amiga de Lili, que vivía con Neus en el piso más animado de la promoción, donde abundaban las fiestas y siempre se hablaba de cine. En fin, un lío. Lo importante: todas ellas –Neus, Lili, Xènia y Aina– acabarían trabajando en las películas de Mar.

La directora Mar Coll.CATERINA BARJAU

Un año después de irse, Coll voló a Barcelona para pasar unos días y aprovechó para entregarle a Casamitjana el primer borrador de un guion. Se volvió a México con la palabra de que estudiarían el proyecto. La productora Escándalo acababa de poner en marcha la iniciativa Opera Prima, con la idea de rodar el largometraje de algún director novel de la ESCAC cada año. Por la mesa de Casamitjana pasaron El orfanato, de Bayona, y una comedia protagonizada por un niño al que le hablaban los pájaros, de Javier Ruiz Caldera, otro de los alumnos prodigio (Spanish Movie, Promoción Fantasma). Pero los rechazaron. Tal y como lo ve el director de la escuela, “nosotros teníamos que hacer pelis arties”. Y ni el terror de Bayona ni el humor de Ruiz Caldera daban el perfil, por mucho que sus largometrajes acabaran reventando la taquilla. La propuesta de Mar era diferente. La historia de una estudiante que vuelve a Barcelona del extranjero para acudir al entierro de su abuelo y pasa tres días vagando entre las grietas de su familia. La productora trabajaba entonces en Lo mejor de mí, de Roser Aguilar, que se llevó el premio de la crítica en el Festival de Cine de Locarno. Fue el primer largometraje de Opera Prima. El de Mar sería el segundo.

Mientras esperaba, la realizadora siguió dándole vueltas al guion. Y para perfilarlo contó con Valentina Viso, su mejor amiga. Se conocieron con 10 años, en sexto de EGB. Sus caminos han crecido desde entonces en paralelo, aunque no siempre han estado juntas. La primera vez que hablaron fue en clase de gimnasia, en el Liceo Francés de Barcelona. La profesora preguntó si algún alumno hacía deporte fuera del horario lectivo. Mar levantó la mano. “Gimnasia deportiva”. Valentina, de origen venezolano y recién aterrizada en Barcelona, se le acercó. Solía practicar el mismo deporte en Caracas. Se apuntó al gimnasio con Mar y hasta los 16 años soportaron 12 horas semanales de entrenamientos. Incluso llegaron a competir en campeonatos amateur de Cataluña y de España. Y sobre todo comenzaron a pasar todas las tardes juntas.

“La ESCAC es como una familia”, dice Valentina Viso, coguionista de Mar Coll

Aquel corto de fin de curso, La última polaroid, está dedicado “a Valentina” y en el fondo cuenta una separación parecida a la suya. Viso se fue a París a estudiar Filosofía. Coll se quedó en la ESCAC de Barcelona. Pero siguieron en contacto por carta. Y a los tres años, Viso decidió reengancharse. Volvió a España y se matriculó en el curso de guion en la ECAM, la hermana y rival madrileña de la ESCAC. Fundada en 1994 y dirigida hasta 2012 por Fernando Méndez-Leite, entre los cometidos del nuevo director, Gonzalo Salazar-Simpson, productor de No habrá paz para los malvados, se encuentra lograr la repercusión cinematográfica de la ESCAC. En los últimos goyas sus exalumnos se llevaron tres estatuillas.

El siguiente paso de las amigas fue lógico: acabaron escribiendo juntas Tres días con la familia, el primer largometraje de Mar Coll. Comenzaron a rodar en 2008, con producción ejecutiva de Sergi Casamitjana, Neus de directora de fotografía y Xènia en el diseño de producción. Al set de rodaje, la directora llevaba siempre un fetiche: una imagen de su época de gimnasta a punto de subir a la barra de equilibrio.

A partir de aquí, la historia de Mar se vuelve conocida. Llegaron los premios del festival de Málaga. Y la nominación al Goya. Y la noche en el Palacio de Congresos de Madrid, con Iciar Bollain anunciando: “El Goya este año es para la directora Mar Coll”. La premiada tenía 29 años y la melena tan corta que le dejaba la nuca al aire. Las cámaras la enfocan en el patio de butacas y se ve cómo entre los besos y abrazos se le suelta el pendiente que le ha dado para la gala Mariana, la hermana de Valentina; su amiga se encuentra sentada más arriba, en una de las últimas filas del gallinero, junto a Neus. Desde allí observan cómo baja unos peldaños mientras intenta recolocarse el pendiente, una especie de pluma, y suena la música y siguen los aplausos, y un tipo la llama y Mar se acerca, y cuando logra desenganchar el pendiente, se lo entrega. Ese es Sergi Casamitjana. Cuando Mar sube por fin al escenario, mira al auditorio y pronuncia: “Bueno, muchísimas gracias por este Goya. Eh. Quiero compartirlo, por supuestísimo, con el equipo técnico de la película formado íntegramente por gente de la ESCAC, en su mayoría noveles como yo, y que creo que su falta de experiencia ha sido compensada por su implicación y su ambición en este proyecto”. Y también dedica unas palabras a un tipo “temerario”.

Este fue el segundo Goya a la dirección novel que le caía a un exalumno en tres años (Bayona lo recibió en 2008, por El orfanato; en 2012 se añadiría a la lista Kike Maíllo, por Eva) y de aquella noche gélida en Madrid, Neus, Valentina y Mar van recordando anécdotas mientras avanza el tren que las lleva a Terrassa, donde van a ser retratadas junto a parte del equipo de la nueva película. Vuelven a participar las tres. Y también Lili, que estos días estrena su opera prima, Family Tour, y Aina, que sigue viviendo en México, pero viajó a Barcelona para editar el filme. Al equipo se ha unido Marta Rodríguez, en la producción, de una hornada posterior. Y el tren avanza y ellas hablan de la fiesta de Celda 211, del dolor de pies por los tacones, de la nieve aquella madrugada y de las tres durmiendo en la misma habitación de hotel, cuando a Neus le suena el móvil y le comunican que la contratan en una serie británica. Las amigas lo celebran, pero también bromean con su acento inglés al teléfono. Se adivina el buen ambiente que ha debido de reinar en el segundo rodaje de Mar y de su banda.

El director de la ESCAC, Sergi Casamitjana.CATERINA BARJAU

La nueva película, protagonizada por Nora Navas, cuenta la historia de una mujer que ha sufrido un grave accidente de tráfico. Se ha recuperado, pero no del todo. Y el espectador se encuentra a Geni, así se llama, “desorientada, perpleja, torpe”, en palabras de la directora, mientras su familia se empeña en conseguir que vuelva a su estado previo al siniestro. En Todos queremos lo mejor para ella, lo único que no está del todo claro es si Geni quiere volver a ser como antes. La trama, en realidad, plantea la pregunta: ¿si cambio, sigo siendo el mismo?, que les cayó a las coguionistas en un examen de filosofía del Liceo Francés. “La respuesta no importa”, dice Coll. “Lo relevante es la argumentación. Lo que dibujas cuando exploras algo”.

En la película, Geni se reencuentra con su mejor amiga de la infancia y ese chispazo hace que la historia avance. Es como si las dos amigas de aquel corto se reunieran 20 años después. Y en este caso, hasta se hace explícito que la protagonista y su alter ego estudiaron juntas en el Liceo. Da la sensación de que Valentina y Mar están empeñadas en contar su historia desde distintos ángulos. “Nos hemos construido la una a la otra”, cuenta Mar en el andén, mientras Valentina empuja un carrito. Se ha traído a su bebé de excursión a Terrassa y, a medida que nos acercamos al edificio de la ESCAC, habla con la autoridad que le confiere haber estudiado en la escuela madrileña, para acabar siendo adoptada por la catalana (donde ha dado clases en el máster de guion). “Esto es como una familia”, dice. Luego toma en brazos a su niña. Y Mar la sigue empujando el carrito y golpeándolo cada poco contra las paredes.

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