Belleza en vena

Mariana Eliano

Cuelga el teléfono y mira primero su mesa, tan desordenada como de costumbre. Después se estudia por dentro. ¿Qué siente? Es difícil de explicar.

Se matriculó en Periodismo porque quería irse a Líbano con el uniforme de reglamento de los corresponsales de guerra, un pantalón con muchos bolsillos y una cámara de fotos colgada del cuello. Aspiraba a trabajar para un gran diario y a firmar reportajes estruendosos, incisivos, memorables, que trazaran una línea duradera entre lo que se hacía antes y lo que se haría después de su llegada a una redacción, y tenía muchas cosas a su favor. No só...

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Cuelga el teléfono y mira primero su mesa, tan desordenada como de costumbre. Después se estudia por dentro. ¿Qué siente? Es difícil de explicar.

Se matriculó en Periodismo porque quería irse a Líbano con el uniforme de reglamento de los corresponsales de guerra, un pantalón con muchos bolsillos y una cámara de fotos colgada del cuello. Aspiraba a trabajar para un gran diario y a firmar reportajes estruendosos, incisivos, memorables, que trazaran una línea duradera entre lo que se hacía antes y lo que se haría después de su llegada a una redacción, y tenía muchas cosas a su favor. No sólo era inteligente, no sólo se le daba bien escribir, no sólo era trabajadora y capaz. Tenía, sobre todo, un sentido del humor agudísimo, una capacidad innata para reírse de todo, empezando por sí misma. Pero la causticidad, esa corrosiva brillantez que casi siempre está asociada a la amargura de quienes la practican, nunca representó en su caso un indicio de malevolencia, de envidia o de insatisfacción; al contrario. Ella siempre había sido, lo sigue siendo, una mujer muy dotada para la felicidad.

La incesante crisis de la prensa escrita la persuadió de que quizá había que volver a arriesgarse”

Quizá por eso superó con alegría el deterioro de sus expectativas. Cuando se enteró de que nadie la iba a mandar a Líbano sin saber hablar inglés, entre otras cosas, se resignó a la información nacional, y aunque las baldosas de las redacciones nunca crujieron bajo el peso de sus zapatos, disfrutó de su trabajo en distintas empresas hasta que, un mal día, los semanarios de información general inauguraron la crisis que, poco a poco, se iría extendiendo como una epidemia maligna por las cabeceras de todo el sector. Cuando la despidieron, su vida era tan espléndida como la de cualquier actriz rubia y neoyorquina en una comedia romántica filmada para la televisión. Bien casada con un periodista encantador, exitoso e influyente –él sí–, vivía en una hermosa casa con jardín en un pueblo de la sierra, a más de veinte kilómetros de Madrid, y tenía una niña pequeña, un bebé monísimo, sano y sonrosado. O sea que, como dice ella misma, estaba a punto de morirse de placidez, tan asfixiada que aceptó sin dudar la oferta de una revista femenina y se zambulló de cabeza en un mundo cuya existencia jamás había sospechado hasta entonces. Ella, tan orgullosa de ser de Vallecas, se agarró con todas sus fuerzas a la tabla de supervivencia del glamour y salió victoriosa del asalto. Mientras tanto, tuvo otra hija, su existencia se convirtió en un laberinto de canguros, envases con purés de verduras congelados, atascos, retrasos y madrugones, pero nunca se quejó. Hasta que un día descubrió que estaba muy cansada.

El cansancio, por sí solo, no la habría llevado a ninguna parte, pero la incesante crisis de la prensa escrita la persuadió de que quizá había llegado el momento de volver a arriesgarse. Harta de escuchar que todo estaba muy mal, decidió asumir las riendas de su destino muy a tiempo. Antes de que los blogs se convirtieran en la versión electrónica del bricolaje –hágalo usted mismo-, empezó a escribir el suyo sobre un tema, muy alejado de la vida en Líbano, en el que su propia vida la había convertido en una experta. Llevaba muchos años escribiendo sobre belleza, y a la belleza se dedicó. El resultado fue tan asombroso que, al volver a descolgar el teléfono, todavía no se lo cree.

–Mira, es que lo he estado pensando y no puedo incorporar más colaboradores fijos, ¿sabes?, porque ya tengo cuatro y cubro todas las especializaciones, pero si me quieres mandar un artículo de vez en cuando, como firma invitada, pues yo encantada, ya ves…

La persona que acepta el trato es el cuarto periodista relativamente conocido al que le dice lo mismo en lo que va de mes. Jamás lo habría creído, y, sin embargo, a mí no me parece tan extraño. Y no lo digo porque sea su amiga, ni porque, en esa condición, me beneficie de vez en cuando de las dionisiacas orgías que se celebran cuando abre las puertas de su despacho, para dejarnos escoger lo que queramos de unas estanterías atiborradas, desde el techo hasta el suelo, de cosméticos, cremas y perfumes carísimos, con la condición de que luego le contemos qué nos parecen, porque ella sola no puede probarlo todo. Más allá de los encantos de ese País de las Maravillas, la razón es Geni, María Eugenia León, que escribe sobre belleza con la misma honestidad con la que recuerda siempre que ella es una chica de Vallecas y tanta gracia que da gusto leer su blog, Belleza en vena.

www.almudenagrandes.com

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