24 horas en un colegio público que encarna la nueva diversidad: “Me esfuerzo por llegar a todos, pero no puedo”
La escuela Óscar Esplá de Alicante refleja el rápido aumento de estudiantes con necesidad de apoyo. Sus maestras luchan, pero la falta de medios les genera frustración y lastra el potencial del alumnado
Son las 8.30 y María Mola, tutora de primer curso en el colegio público Óscar Pla de Alicante, está en la sala de profesores. Las clases empiezan a las 9, pero varias de las maestras llegan una hora antes. “Así empiezas el día con un poco más de seguridad, teniendo las cosas listas, porque luego no da tiempo a nada”, comenta Mola. El Óscar Esplá es un colegio muy diverso, pero no es un gueto. Está en Los Ángeles, un barrio de clase trabajadora hecho en buena medida de edificios de ladrillo visto y toldos verdes. Sus aulas acogen desde hace tiempo a estudiantes cuyas familias proceden de medio mundo, y es un referente en la escolarización de alumnado con trastorno del espectro autista (TEA). Pero como el conjunto del sistema educativo español, especialmente en la enseñanza pública, en los últimos años ha vivido un boom de incorporación de chavales que, por distintas razones, necesitan apoyo educativo. En el conjunto de España, su número ha aumentado un 75%, según reflejó esta semana un informe de CC OO, mientras los fondos para atenderlos lo han hecho solo un 31%.
“Nos ha aumentado el alumnado recién llegado que no domina el castellano ni el valenciano. Ni ellos ni sus padres. Tenemos niños diagnosticados con TEA, algunos combinados con altas capacidades, y con dislexia, disgrafía, discalculia, TDAH [trastorno por déficit de atención con hiperactividad]… Y, cada vez más, con problemas emocionales o de conducta ligados a situaciones familiares muy complicadas”, dice Nuria Estrada, maestra de otro grupo de primaria. De media, el 20% de los chavales de una clase de primaria en una escuela pública española están catalogados oficialmente como alumnado con necesidad de apoyo educativo (4 puntos más que en la concertada, y 16 más que en la privada). Como siempre, ese promedio esconde, sin embargo, situaciones muy dispares, y Estrada calcula que en su clase el porcentaje se sitúa en el 35%.
El creciente desajuste entre necesidades y recursos genera, de un lado, sobrecarga de trabajo y “estrés” en las maestras. “Me esfuerzo por intentar estar para todos y todas, pero no lo consigo. E inevitablemente siempre vas primero a los que más lo necesitan. Y es frustrante saber que algunos se quedan descolgados, pero es que no tengo manos, ni pies, ni ojos para llegar. A veces, al entrar en casa digo: Madre mía, si hoy no me he sentado, no he ido al baño, no he bebido agua… Pero no llegado a Vera, ni a Ishrat, ni a David, porque me he centrado en otros que me necesitan más”, dice Estrada. El déficit de personal también impide que muchos niños “desarrollen su potencial”, añade Macarena Arroyo, madre de un alumno del colegio y representante de las familias en su consejo escolar.
El hijo de Arroyo, que trabaja de empleada en una empresa de la construcción, tiene ocho años y va a un aula UECO (Unidad Específica en Centro Ordinario). Un tipo de clases (cuya denominación varía según la comunidad autónoma), integradas en las escuelas ordinarias, a las que asisten estudiantes con necesidades educativas especiales, que normalmente quiere decir discapacidad o trastornos como el TEA. El Óscar Esplá, cosa poco habitual, tiene dos aulas UECO. Los defensores de la educación inclusiva critican este tipo de clases porque mantienen a sus estudiantes separados del resto de sus compañeros. Podría, en todo caso, considerarse un avance respecto a la segregación completa tradicional de estar matriculados en colegios distintos si se cumpliera la normativa, que prevé que los chavales de las aulas UECO pasen buena parte del tiempo con su clase de referencia, es decir, en el aula ordinaria. El problema, en la práctica, es que la falta de educadoras hace que tanto en el colegio de Alicante como en muchas escuelas españolas pasen muy pocas horas en el aula común. En el Óscar Esplá, tres sesiones a la semana, explica Nereida Vidal, tutora de una de sus aulas UECO. “Y eso no se corresponde con su derecho a una educación inclusiva. Es casi un centro específico encubierto”, lamenta.
En parte para compensarlo, las tutoras de las aulas especiales del Óscar Esplá hacen lo posible para que los chavales “conozcan su entorno y participen de la comunidad en la que viven”. Los llevan a la piscina, a hacer terapia con perros y caballos, y a explorar su entorno. “Vamos en autobús, al cine, al supermercado, al parque de tráfico para que conozcan cosas que necesitan en su día a día…”. Para poder hacerlo, las maestras recurren a uno de esos arreglos con los que la enseñanza pública va tirando. “Como vamos siempre fatal de recursos, recurrimos a las familias, incluidas las nuestras. Cuando tengo una salida, es como: ‘Socorro, venid’. Y suele venir mi pareja, mis padres, o mis hermanas. Utilizamos nuestros apoyos personales para que los niños puedan tener algo significativo”.
Malas experiencias
A veces tienen malas experiencias. Pasajeros, por ejemplo, que los miran mal o se quejan del ruido que hacen los chavales. “Dicen: ‘Mira que montarse en el autobús… podrían pagarse uno privado”, cuenta Vidal. La maestra cree que su reacción tiene que ver con el hecho de que, de pequeños, esos pasajeros no convivieron con otros niños con discapacidad, y de ahí, entre otras cosas, que le parezca tan importante la inclusión educativa. La falta de recursos, prosigue Vidal, genera también otro tipos de rechazo. El de familias cuyos hijos, por ejemplo disléxicos, también precisan atención y no la obtienen, mientras ven cómo los chavales con necesidades educativas especiales sí la reciben. O el de docentes que, superados por las circunstancias, acaban defendiendo devolver a los chavales a los centros especiales.
Durante los seis años que pasó trabajando en Londres, Verónica Bisquert, tutora de la otra aula UECO del Óscar Esplá, conoció un modelo mejor. “Allí, en cada clase, está la profesora que se encarga del aula y una asistenta. O sea, que siempre son dos. Y, aparte, si hay un niño con discapacidad, hay también una profesora especialista en pedagogía terapéutica y audición y lenguaje, que trabaja uno a uno con el alumno con diversidad funcional. Si el niño necesita un respiro o necesita moverse, la especialista se lo lleva y luego lo trae de vuelta. Y está incluido al 100% en el aula”.
El alumnado con necesidad de apoyo ha crecido rápidamente en España por dos motivos: la mejor detección de trastornos y dificultades del aprendizaje, y la llegada de chavales de otros países con retraso curricular o carencias socioeconómicas. Este segundo reto también se ha notado en el Óscar Esplá, afirma su directora, Ainhoa Alite. “Hemos recibido en los últimos años muchos niños, sobre todo de Latinoamérica, que viven situaciones económicas muy difíciles. Algunos viven con toda su familia en una habitación compartida. Cinco personas en un cuarto”. Alite dice que resulta agotador para los equipos directivos reclamar constantemente a la administración autonómica que les proporcione recursos. “Sobre todo cuando ellos tienen los datos de todos los centros. Si los revisaran, se darían cuenta de qué colegios necesitan más y cuáles menos. Esto no puede ser café para todos”.
María es madre de dos niñas incorporadas hace poco al colegio, de la que daremos pocos datos porque se encuentra en situación administrativa irregular en España. Se marchó de su país con su marido y sus hijas buscando mejores oportunidades laborales y unas calles menos violentas. Él trabaja en la obra, ella, limpiando casas. “Y si veo que está muy quieto, me voy a caminar, a preguntar en las cafeterías si necesitan apoyo. Gracias a Dios siempre resulta cualquier cosa”. Algunas cosas son difíciles en Alicante, como el alojamiento, pequeño y caro, que se lleva buena parte de sus ingresos. La escuela, en cambio, ha sido siempre una fuente de tranquilidad, asegura, porque acogieron a sus hijas nada más llegar, antes incluso de lograr empadronarse, y el centro le parece “muy completo y con un personal muy capacitado”.
Bajo un sol de justicia, Esther Tejada, de 41 años, espera la salida de su hija, que tiene TDAH, y de su hijo, autista, en la puerta del Óscar Esplá. El patio del colegio está vallado en varios puntos, porque desde hace meses se desprenden cascotes de la fachada. La última vez, este mismo jueves por la mañana. Tejada, limpiadora en el Hospital General de Alicante, matriculó inicialmente a su hija en un concertado, el mismo colegio católico al que fue ella. Pero a la vista del trato que le deparaban, y tras entrevistarse con la directora del Óscar Esplá, la cambió. Desde entonces, y pese a la lucha constante para que la administración atienda las necesidades de los críos está, asegura, contenta con la decisión. “En el otro colegio, si a mi hija, que tenía pocas dificultades, no le hacían caso, a mi hijo sé que no lo habrían aceptado. Y aquí, en cambio, los quieren a todos”.