“Tengo 15 años y no sé si seguir estudiando”: la inabarcable tarea de los orientadores con una ratio cuatro veces por encima de lo recomendado
Los profesionales tratan de guiar académica y profesionalmente a los alumnos con muchos menos medios de los que aconseja la Unesco. La nueva ley de FP contempla formarles en tendencias laborales
Un vídeo de TikTok puede servir para despertar vocaciones en niños de 12 años. “Vi cómo recogen huellas, cómo estudian tiro... Me gustaría dedicarme a la criminalística, perseguir asesinos y encerrarlos en la cárcel para hacer justicia”, le cuenta María, alumna de segundo de ESO, a la orientadora de su instituto público de Málaga, Ana Cobos, que rápidamente le corrige. “La especialidad se llama criminología y es una labor que hace la Policía o la Guardia Civil. Tendrías que preparar oposiciones y tener un grado universitario te ...
Un vídeo de TikTok puede servir para despertar vocaciones en niños de 12 años. “Vi cómo recogen huellas, cómo estudian tiro... Me gustaría dedicarme a la criminalística, perseguir asesinos y encerrarlos en la cárcel para hacer justicia”, le cuenta María, alumna de segundo de ESO, a la orientadora de su instituto público de Málaga, Ana Cobos, que rápidamente le corrige. “La especialidad se llama criminología y es una labor que hace la Policía o la Guardia Civil. Tendrías que preparar oposiciones y tener un grado universitario te daría más puntos para poder entrar en una de esas unidades, ¿es eso lo que te gustaría hacer?”. Hace más de un mes que arrancó el curso y María no escogió francés como optativa, una asignatura que en Andalucía es obligatoria en primero de Bachillerato. Esta conversación le ha servido para conocer que para graduarse en la Universidad necesita pasar por Bachillerato y que, cuanto antes empiece con el francés, mejores resultados académicos obtendrá. “Vete cuanto antes a hablar con el jefe de estudios para ver si es viable que te cambies a esa optativa”, le encomienda Cobos.
En casa de María no se habla mucho de profesiones. Cuando les dijo a sus padres que no quería estudiar Bachillerato porque no le gusta el francés les pareció bien. También les pareció buena idea que se dedique a perseguir criminales. Su instituto, el Ben Gabirol, está en un barrio obrero de la ciudad, próximo a la antigua cárcel (ya cerrada) y con un perfil mayoritario de familias con poco poder adquisitivo y bajo nivel de estudios. La orientadora tiene colgada en la puerta de su despacho una foto plastificada con la figura de Mary Poppins con el rostro cambiado por el suyo. “Ayudo a los niños a cumplir sus sueños”, dice Ana Cobos, que además es la presidenta de la Confederación de Organizaciones de Psicopedagogía y Orientación de España (Copoe).
Cobos reconoce que su responsabilidad es “muy grande” y que los recursos son limitados. La Unesco recomienda un orientador escolar por cada 250 alumnos pero, según datos del Ministerio de Educación, esa ratio se supera en la mayoría de institutos españoles, llegando incluso a un orientador por cada 1.000 estudiantes. España sigue a la cabeza en abandono escolar temprano con una tasa del 16%, frente al 10% de media europea. Otro de los indicadores negativos es el bajo porcentaje de estudiantes que se decantan por la Formación Profesional, un 12% frente al 29% de media de la Unión Europea, a lo que se suma el 38% de desempleo juvenil entre menores de 24 años, incluso por delante de Grecia con un 34,2%.
Las labores de los orientadores, que suelen ser psicólogos o psicopedagogos, son múltiples: son los encargados de detectar a los alumnos con necesidades educativas y coordinar con los docentes las adaptaciones curriculares, tienen reuniones periódicas con los tutores y con el equipo directivo para asuntos relacionados con la planificación de las actividades del centro, reciben a las familias que están preocupadas por el rendimiento de sus hijos y, además, se deben encargar de orientar a los alumnos académica y profesionalmente.
El ministerio reconoce que esa vertiente de orientación profesional “nunca se ha llegado a desarrollar de forma seria”. Por eso, la nueva ley de Formación Profesional, que próximamente se tramitará en el Congreso de los Diputados, contempla una partida económica ―aún por definir y que se complementará con aportaciones de las autonomías― que se destinará a formar a los orientadores en técnicas para interpretar las nuevas tendencias laborales, la realidad económica del entorno o las vías para transitar de la FP a la Universidad, o a la inversa, entre otros asuntos. Además, el currículo de la ley educativa aprobada el pasado diciembre (Lomloe) incorpora una nueva asignatura optativa en 4º de ESO con el nombre Formación y Orientación Personal y Profesional, en la que reflexionarán sobre su proyección laboral.
Clara Sanz, secretaria general de Formación Profesional del ministerio ―que en el pasado ejerció como orientadora en un centro público―, admite que se dedican, sobre todo, a atender las dificultades de aprendizaje y la atención a la diversidad. “Intervienen en momentos puntuales para ayudarles a escoger itinerario en Bachillerato, pero lo ideal es empezar a trabajar antes para descubrir qué talentos tiene cada estudiante. Nadie termina la educación obligatoria con 16 años sin haber ido a una granja escuela, pero muchos no han pisado una empresa”.
Un problema que empieza en primaria
Lo más complicado para un orientador es cuando le llega un alumno que no quiere seguir en el sistema. Jesús, de 15 años, repitió dos veces y está en segundo de ESO en lugar de en cuarto. Su tutor, Joaquín, se acerca durante la hora del recreo a hablar con Ana Cobos. Está preocupado porque Jesús está en un momento evolutivo diferente al resto de sus compañeros de clase, “ya conoce la noche y se está introduciendo en el sexo”, explica la orientadora. Siente que no encaja y no tiene ganas de seguir en el centro. “Hago boxeo, pero sé que no puedo ganarme la vida con eso por proteger mi salud, no sé si quiero seguir estudiando”, le cuenta Jesús a Cobo horas más tarde.
Para Cobo, el problema de los alumnos desmotivados empieza en primaria y el sistema no está dotado para atender estos casos. “Cuando llegan a secundaria ya es tarde, desde que tienen tres años las maestras ya pueden intuir qué niños pueden fracasar, hay que revertir ese determinismo y esto no se arregla hablando con ellos de cómo está el mercado laboral”, expone. La parte psicológica, defiende, es más importante, pero hacer terapias individuales en un centro con 700 alumnos no siempre es viable.
El modelo de Inglaterra
En 2013, la Fundación Gatsby analizó junto a expertos de la OCDE las mejores prácticas internacionales de orientación en los institutos. Un año después, se puso en marcha en Inglaterra un proyecto piloto en 14 centros de secundaria, en los que se creó la figura del Career Leader, que consiste en que uno de los profesores o miembros del equipo directivo complementa la labor del orientador del centro encargándose únicamente del aspecto vocacional y profesional. Su misión es involucrar a todo el profesorado en ese asesoramiento, de forma que cada docente encuentre conexiones entre algunos de los temas que explica y las profesiones en que pueden derivar. También buscar la colaboración de empresas y profesionales que acudan al centro a contar su experiencia y conectar a los chavales con la realidad de lo que pasa fuera. En diciembre de 2018, después de que las autoridades competentes en educación evaluaran los resultados, el programa se hizo obligatorio en todos los centros. El 27% de los que asumen ese papel reciben un complemento salarial o una reducción de las horas lectivas.
El curso pasado la Fundación Bertelsmann y la ONG Empieza por Educar (ExE) introdujeron ese programa en 50 centros de barrios desfavorecidos de Madrid y Cataluña (el 35% concertados). Miguel Costa, de ExE, explica que en ese tipo de institutos es complicado que los alumnos “sueñen con ser cirujanos o investigadores” porque no tienen ese tipo de figuras a su alrededor. El objetivo es despertar vocaciones que no estén limitadas por su contexto social. Carlos Hidalgo, profesor de Tecnología en el instituto Pedro Salinas, en el barrio de Usera de Madrid, asumió esa tarea el curso pasado. De la mano de una formadora de ExE, diseñó una estrategia para cambiar la cultura de trabajo del centro e introducir el aspecto profesional en todas las asignaturas. Por ejemplo, ahora el profesor de Matemáticas habla de la importancia del big data y de los posibles puestos de trabajo.
Organizaron una feria de empleo, llevaron a antiguos alumnos a hablar de su trayectoria y a trabajadores de empresas punteras a explicar cómo es su día a día. “He trabajado mano a mano con la orientadora, para ella ha sido una liberación y le viene muy bien que sea un nuevo concepto transversal, que no sea solo su lucha... Llevamos años preocupados por la futura inserción laboral de nuestros alumnos”, cuenta Carlos Hidalgo. “Lo de que un profesor se dedique a dar su clase y ya está se ha agotado”, añade.
El programa, bautizado como Xcelence, que este curso está en 75 centros y que está financiado por la consultora JP Morgan, fue evaluado por docentes de la UNED. De momento, solo han analizado las habilidades que han adquirido los nuevos orientadores. Para ver el progreso en los alumnos hacen falta, al menos, tres cursos más. “Hemos medido su empatía para relacionarse con otros docentes, su capacidad para radiografiar el mercado laboral o para incentivar las vocaciones en los alumnos y el resultado ha sido mayoritariamente positivo”, aclara Arturo Galán, decano de la Facultad de Educación de la UNED.
“No se trata tanto de formar a expertos en el mercado laboral como a conseguidores de esos expertos, los institutos no pueden seguir funcionando de puertas hacia dentro”, remacha Hidalgo.
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