Bunge, el rey de la soja vive horas bajas

La multinacional dedicada al procesamiento de oleaginosas pone el foco en la producción de biodiésel. En España tiene una alianza con Repsol

Instalaciones de Bunge en el puerto de Cartagena.Miguel Davila

Un grano de soja mide aproximadamente cinco milímetros de diámetro. Es pequeñito, de un color blanco amarillento, y tiene un altísimo contenido en proteína. Quizá en algún momento un granito de soja fue insignificante para la humanidad, pero definitivamente ya no lo es. El comercio mundial de soja se ha disparado en las últimas décadas, y supone un negocio de unos 150.000 millones de euros, según el Instituto Internacional para el Desarrollo Sostenible (IISD), que prevé que en 2031 llegue a casi 270.000 millones.

La soja se usa para la alimentación humana, para extraer su aceite y, sobre todo, para la alimentación animal. Su producción a gran escala, además de generar graves problemas medioambientales vinculados a la deforestación, necesita intermediarios globales, aquellos que compran grandes cantidades a los productores y lo procesan y venden para diferentes tipos de consumo. Esta función está en manos de muy pocas grandes multinacionales, y una de ellas es Bunge, un gigante que tiene presencia en España y que se está centrando en otro de los negocios relacionados con las semillas: la producción de biodiésel como un combustible renovable alternativo a la electrificación.

Dedicada al procesamiento y el comercio de semillas oleaginosas, como las semillas de girasol o de colza, esta compañía se centra especialmente en la soja. Con más de 23.000 empleados en todo el mundo y presencia en 40 países, es una de las grandes multinacionales que controlan el negocio del grano, compitiendo con Cargill, ADM o Tyson Foods. En la península Ibérica, Bunge está presente con fábricas e instalaciones en los puertos de A Coruña, Barcelona, en la antigua planta de Acciona en Bilbao, en Cartagena y Lisboa.

En el puerto bilbaíno, la empresa cuenta con una planta de biodiésel, una actividad en la que Bunge ha puesto su atención, y para ello también ha empezado a tejer alianzas: en marzo del año pasado, Repsol adquirió por 313 millones de euros el 40% de las instalaciones de Bunge en Bilbao, Cartagena y Barcelona, donde la petrolera tiene intereses industriales. A principios de febrero, la Comisión Europea dio su visto bueno al acuerdo, tras concluir que no planteará problemas de competencia. El objetivo de Repsol no es otro que tener acceso a las materias primas para producir biocombustible, a lo que está obligada por las directrices de la Unión Europea. Otra operación de gran relevancia en la que está inmersa Bunge, aunque todavía falta materializarse y obtener los permisos necesarios, es la compra de Viterra, uno de sus principales competidores.

Pero este negocio tan boyante no es inmune a las guerras comerciales, a los vaivenes geopolíticos y a las incertidumbres sobre la regulación. Bunge presentó hace dos semanas sus resultados de 2024, y fueron peores de lo esperado. Los ingresos netos pasaron de casi 60.000 millones de dólares en 2023 a 53.108 millones. El beneficio se redujo a la mitad, hasta los 1.137 millones. Esto se debe a que, aunque hayan aumentado las toneladas vendidas en su negocio principal, las ventas han caído, y también el margen. Las ventas y beneficios descendieron menos en sus negocios de refinado y molienda, pero también se redujeron, en parte por la falta de claridad sobre las políticas acerca del biodiésel.

Caída en Bolsa

El valor en Bolsa de Bunge (9.400 millones) ha vuelto a los mínimos de finales de 2020, cuando el comercio mundial estaba azotado por la pandemia de coronavirus. “Aunque no terminamos el año como esperamos y nuestro futuro está limitado por el aumento de la incertidumbre geopolítica, confiamos en el trabajo que hemos hecho”, señalaba en el comunicado de presentación de las cuentas el consejero delegado de Bunge Global, Greg Heckman.

Con sede en Suiza y su centro de operaciones en Chesterfield (Misuri, Estados Unidos), cuenta con una larga historia, que discurre paralela a la de la globalización. Bunge se fundó en 1818 en Ámsterdam, una de las capitales por entonces del negocio de la importación y la exportación. Los nietos del fundador, Johann Bunge, trasladaron a finales del siglo XIX la sede a Bélgica y partieron hacia Argentina para comerciar con cereales. De ahí, junto con la familia Born, se expandieron a Brasil y luego a Norteamérica, persiguiendo el negocio del grano y diversificando su producción industrial para dedicarse también a producir pintura y textil. En los años noventa del siglo pasado decidieron reorientar su negocio, abandonar estas divisiones, centrarse en el sector agroindustrial y concentrar su actividad industrial cerca de las cosechas. En 1997 se convirtió en el mayor procesador de soja de América del Sur con sus plantas en Brasil; en 2001 salió a cotizar a la Bolsa de Nueva York y en esos años consolidó su presencia en España con la adquisición de Transcatalana de Comercio y de Cereal.

Desde la década pasada, Bunge ha decidido centrar su estrategia en los aceites y su uso para el consumo y para biodiésel, un negocio que espera hacer crecer en paralelo al de la alimentación, y para el que prevé utilizar desde aceites usados hasta nuevas semillas, como la camelina o la canola. “Hay una agenda muy importante en Europa para generar más biocombustibles. Y ahí el rol de Bunge es muy relevante en el desarrollo de materias primas bajas en carbono para la producción de combustibles renovables”, explica Rafael Olaso, el director general de Bunge en la península Ibérica.

Además de que las fábricas españolas son clave para este futuro, también es un mercado importante. “Es el principal productor de pienso en Europa. Queremos seguir abasteciendo ingredientes esenciales para la alimentación humana y animal y a su vez generar nuevas materias primas para la transformación del sector energético”, señala Olaso.

La compañía se enfrenta a varios retos. El primero es el impacto en el medio ambiente, como atestiguan las protestas que hace un mes grupos ecologistas llevaron a cabo a las puertas de las instalaciones de Bunge en el puerto de Barcelona. Protestaban por la deforestación de zonas boscosas en Brasil, donde se encuentran buena parte de los campos donde se produce la soja y otras semillas. La compañía recuerda que no tiene tierras, sino que hace de intermediario, aunque apoya a los productores con financiación y servicios. Con todo, la empresa afirma que puede acreditar que el 100% de los campos de cultivo no están vinculados ni directa ni indirectamente con la deforestación.

El otro gran reto es la política arancelaria. Para ello, Olaso confía en la historia de la empresa: “Bunge tiene la capacidad de adaptarse de manera rápida y ágil a los cambios y acomodar las cadenas de valor. En los 200 años de historia hemos pasado por muchos tipos de disrupciones comerciales, eventos climáticos y geopolíticos”.


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