El fin de la divina coincidencia

Las autoridades tienen ahora escaso control a corto plazo sobre las variables económicas y la incertidumbre es enorme

Tomás Ondarra

La divina coincidencia es un concepto que facilita enormemente la vida de los gobernantes y banqueros centrales. Por desgracia, ya no se cumple. Acuñada originalmente por Olivier Blanchard y Jordi Gali en 2005, la divina coincidencia es una propiedad de los modelos económicos neokeynesianos e implica, simplificando un poco y bajo una serie de supuestos, que si se estabiliza la inflación en el objetivo se alcanza también el nivel óptimo de actividad económica. Esta es una de las claves de los mandatos de estabilidad de precios de la mayoría de los bancos centrales: ...

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La divina coincidencia es un concepto que facilita enormemente la vida de los gobernantes y banqueros centrales. Por desgracia, ya no se cumple. Acuñada originalmente por Olivier Blanchard y Jordi Gali en 2005, la divina coincidencia es una propiedad de los modelos económicos neokeynesianos e implica, simplificando un poco y bajo una serie de supuestos, que si se estabiliza la inflación en el objetivo se alcanza también el nivel óptimo de actividad económica. Esta es una de las claves de los mandatos de estabilidad de precios de la mayoría de los bancos centrales: si se alcanza el objetivo de inflación, se maximiza el crecimiento sostenible. Es una propiedad que permite la separación de tareas macroeconómicas, con la política monetaria dedicándose a la inflación y la política fiscal a la deuda pública.

El problema, claro, es que las condiciones necesarias para que se cumpla esta condición no siempre están presentes. Por ejemplo, es posible que, en una situación de insuficiencia crónica de demanda, como la que hemos experimentado hasta hace poco, la política monetaria no sea capaz de aumentar la inflación hasta el objetivo, y necesite la ayuda de la política fiscal. También es posible que la economía se enfrente a un shock transitorio negativo de oferta de grandes dimensiones, como sucede actualmente en la eurozona. En estos casos, es importante reconocer la presencia de rigideces de los salarios reales: los salarios se ajustan menos, o al menos más despacio, que los precios. En dicha situación, la adherencia estricta a un régimen de estabilización de la inflación que no permita un cierto ajuste de salarios es subóptima, y genera una reducción excesiva de la actividad: la divina coincidencia ya no se cumple. La solución es tener paciencia y crear las condiciones para un ajuste gradual de los salarios, condicionado, por supuesto, a que las expectativas de inflación se mantengan consistentes con el objetivo. La situación actual es todavía más difícil, ya que la volatilidad del shock de oferta —los aumentos de precios de todas las materias primas— es muy superior a la volatilidad de la demanda: por ejemplo, el precio del barril de petróleo brent ha pasado de 80 dólares en enero a 128 dólares en marzo y a 109 dólares a final de abril. La realidad es que las autoridades económicas tienen ahora escaso control a corto plazo sobre las variables económicas, y la incertidumbre en torno a las proyecciones económicas es enorme.

La divina coincidencia se definió en el ámbito de los modelos económicos, pero su lógica se puede aplicar también al campo geopolítico. Durante décadas, se ha afirmado que la interdependencia económica era la mejor manera de garantizar la estabilidad política mundial. Por ejemplo, Thomas Friedman aventuró, en 1996, la “teoría de prevención de conflictos de los arcos dorados”: dos países donde estuviera establecido McDonalds no entrarían en conflicto armado. Con el tiempo, el concepto de asegurar la paz mundial a través de la interdependencia económica se afianzó, y uno de los mejores ejemplos ha sido la estrategia alemana de intensas relaciones económicas con Rusia: Alemania se aseguraba así un suministro muy barato de energía que le permitía aumentar la competitividad de su industria. Era la divina coincidencia aplicada a la geoeconomía: la globalización mejoraba la eficiencia económica y, a la vez, aseguraba la paz mundial.

Pero la realidad es que las relaciones económicas se entablaron primero, y las implicaciones políticas se racionalizaron después para justificar la estrategia económica. Tras la Segunda Guerra Mundial, EE UU tenía un superávit de cereales, y Rusia superávit de materias primas, y era de interés económico para ambos países entablar relaciones comerciales. De la misma manera, la apertura china al comercio internacional generó toda una serie de intercambios económicos mutuamente beneficiosos para las partes. Las empresas pioneras presionaban a los gobiernos, que al final liberalizaban el comercio. La divina coincidencia geoeconómica facilitaba la vida a los gobiernos: la relación económica nos interesa, alabemos la relación política.

Hasta que la divina coincidencia geopolítica dejó de cumplirse. La apertura económica china (o rusa) no derivó en su democratización, como se había esperado. De manera sutil, las fricciones entre EE UU, Europa y China aumentaron, y se afianzó la idea del desacoplamiento de las economías occidentales de la economía china. De ahí surgió el concepto de “producir en China para China, fuera de China para el resto del mundo”. Y el proceso se ha acelerado con la invasión rusa de Ucrania y las sanciones derivadas de la misma. La teoría del McDonalds ya no se cumple. De repente, la independencia energética es tan valiosa como la disciplina fiscal. De repente, la globalización tiene límites y por eso Alemania, tan dependiente económicamente de la divina coincidencia geopolítica, se resiste tanto a esta nueva realidad que rompe su modelo económico mercantilista y deteriora su competitividad.

La secretaria del tesoro americano, Janet Yellen, propuso recientemente que las cadenas de suministro se reorienten hacia los “países aliados” (friend-shoring). La idea de un comercio internacional definido por relaciones geoestratégicas y valores políticos es muy distante de la globalización como estrategia de aumento de la eficiencia económica. Y, ¿qué significa “países aliados”? Los países que se abstuvieron en la reciente votación de condena de Rusia en las Naciones Unidas representan más de la mitad de la población mundial. Ni el Comité Monetario y Financiero del FMI ni el G20 pudieron acordar un comunicado en su reciente reunión, lo cual revela la gran brecha geopolítica entre la coalición de países desarrollados y el resto —sobre todo ahora que las sanciones y los aranceles son instrumentos geopolíticos y las reservas en dólares ya no se pueden considerar activos sin riesgo—.

El fin de la divina coincidencia, tanto económica como geopolítica, reduce la eficiencia económica, introduce altísima incertidumbre, y dificulta enormemente el diseño de la política económica. Las disyuntivas a las que se enfrentan los gobernantes —crecimiento frente a inflación, eficiencia o resiliencia— no solo no se van a resolver en el corto plazo, sino que se amplifican de manera recíproca. Por suerte, estos shocks han llegado en un momento de crecimiento económico elevado, apuntalado por un mercado laboral muy sólido: la tasa de desempleo media de los países del G7 es la más baja de las últimas décadas.

La divina coincidencia volverá, una vez que el impacto de estos shocks de oferta desaparezca y se construya un nuevo modelo geopolítico. Pero la probabilidad de error en el diseño de las políticas durante el periodo de transición es enorme.

En Twitter: @angelubide

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