Cuando la lucha es entre generaciones, pero también entre clases

La precariedad laboral y las dificultades de acceso a la vivienda lastran las oportunidades de los jóvenes, al tiempo que los mayores consolidan su riqueza

Ana Villaseñor Horcajada, trabajadora de CC OO.Álvaro García

España envejece. Y, si nadie lo remedia, en esta ocasión, y al contrario que en la película protagonizada por Javier Bardem, sí podría terminar siendo un país para viejos. Aunque no sea una opinión muy popular, empieza a abrirse camino la idea de que la fatídica combinación de bajos salarios y elevados precios; el prohibitivo coste de la vivienda; la baja inversión en formación o la escasez de ayudas públicas a la familia golpean con mucha más intensidad a los más jóvenes que al resto de la población, sobre todo, más que a quienes ya se han jubilado o están a punto de hacerlo. La hegemonía numérica de las generaciones de más edad, se está trasladando silenciosa pero imparablemente al diseño de las políticas públicas. Todo esto está ampliando la brecha generacional de renta y oportunidades en perjuicio los jóvenes y beneficio de los mayores.

Las proyecciones de la Seguridad Social, a medio camino entre las del INE y Eurostat, indican que la población menor de 19 años caerá del actual 20% al 16% en 2040, mientras que los mayores de 65 años aumentarán del 20% al 30%. Desde el año 2000, cuando empezó a haber más mayores que menores de 16 años, España es oficialmente un país envejecido. Actualmente hay 142,3 mayores de 64 años por cada 100 menores de 16. En 2024, esta proporción creció cinco puntos respecto a 2023, según ha alertado recientemente el Observatorio de la vulnerabilidad y el empleo de la Fundación Adecco.

Pero si las cifras demográficas son incontestables, las económicas también lo son. La Encuesta Financiera de las Familias del Banco de España muestra que los hogares formados por mayores de 65 años son los únicos que han incrementado su renta en los últimos 20 años, ampliando la brecha de riqueza con los jóvenes. La diferencia es especialmente notable entre los de 65 a 74 años y los de 35 a 44: en 2002, la riqueza media de los primeros era de 148.000 euros y la de los segundos 132.000. En 2022, la de los mayores ascendió a 226.000, mientras que la de los jóvenes cayó a 75.700 euros. Esto ha supuesto que la brecha se ha multiplicado por 9 en 20 años. La tenencia de vivienda es clave en esta brecha. En 2004, el 71% de quienes tenían entre 30 y 44 años eran propietarios, cifra que hoy ha descendido al 55%. Entre los 16 y 29 años, ha bajado del 48% al 29%.

Pero esta situación no solo se evidencia respecto a la riqueza neta, incluyendo el patrimonio, también se muestra en la renta. La Encuesta de Condiciones de Vida del Instituto Nacional de Estadística (INE) revela que la renta mediana del colectivo de entre 16 y 29 años (con el alquiler imputado, esto es, incluyendo los pagos por una vivienda independientemente de su tenencia) era en 2008 un 16% inferior a la de los mayores de 65 años (jubilados o inactivos en su mayoría). En 2023, esta diferencia casi se ha duplicado, hasta el 28%.

Ana Villaseñor Horcajada, tiene 28 años, es de Quintanar de la Orden (Toledo) y trabajadora del sindicato Comisiones Obreras. Lo tiene claro a la hora de apuntar a dos claros culpables del “maltrato” que asegura viven los jóvenes actualmente: la precariedad laboral y los precios de la vivienda. “No se trata de confrontar mayores contra jóvenes, no es una lucha intergeneracional, sino más bien de clases. El problema lo tenemos contra el jefe que intenta explotarnos profesionalmente o el rentista que te alquila un piso que no se ha arreglado en 20 años por 1.000 euros al mes”.

Y aunque no se trate de realizar esa confrontación, de hecho la mayoría de los economistas, sociólogos y otros expertos consultados niegan que exista una lucha intergeneracional como tal, no se puede obviar la existencia de un colectivo de más de 10 millones de pensionistas, que solo con los ingresos del sistema público de pensiones, cobran una prestación media de jubilación que ronda los 1.500 euros (y superan los 1.600 en el caso de los jubilados del Régimen General de asalariados, al que pertenecen ocho de cada diez beneficiarios).

En contraste, según la Encuesta de Estructura Salarial, que es considerada una de las más fidedignas, el salario mediano de los trabajadores se situó en 2022 (últimos datos disponibles) en 1.865 euros al mes; o el salario más frecuente, 1.215 euros mensuales. Y si se pone el foco en los más jóvenes, esta misma encuesta muestra cómo entre 2006 y 2022 la ganancia media anual de los menores de 25 años con menos de un año en su empleo ha subido apenas 30 euros anuales: de 13.123 a 13.154 euros.

En general, la precariedad laboral, no solo salarial sino también del resto de condiciones, se erige como uno de los vectores del aumento de la brecha entre generaciones. Como la mayoría de los jóvenes de zonas rurales, Ana tuvo que venir a Madrid a buscarse la vida, “donde está el trabajo, las oportunidades y los servicios públicos”. Desde su trabajo, en la secretaría de Juventud de CC OO, esta joven presencia a diario situaciones de abuso laboral como el caso reciente de un joven con contrato a media jornada que, sin embargo, asegura trabajar 70 horas semanales y cuyo descanso de tres tardes no es legal, ya que la ley garantiza un día y medio de descanso ininterrumpido.

Elisa Chuliá, profesora de sociología en la UNED e investigadora de Funcas, apunta a los problemas de acceso a la vivienda como el mayor lastre para el futuro de los jóvenes. “Donde está el trabajo es precisamente en los lugares donde la vivienda es totalmente inaccesible para los jóvenes. Y no solo se trata de encontrar un trabajo, sino de tener unas mínimas expectativas de proyección profesional”. Además, asegura que la solución pasa por aumentar la oferta de vivienda.

Chuliá, sin embargo, va más allá de las puras dificultades del precio de la vivienda y destaca un factor cultural detrás de las desventajas que viven los jóvenes respecto a la situación de sus mayores: “Se ha experimentado un gran cambio consistente en que los jóvenes priorizan más la satisfacción de sus necesidades personales que generaciones anteriores”, apunta esta socióloga. Si bien, sin querer enjuiciar si eso es mejor o peor, sí entona el mea culpa, asegurando que, quizás los nacidos en el baby boom que están a las puertas de la jubilación, y hoy son los padres de la actual generación jóvenes, “no han preparado a sus hijos para el mundo que se están encontrando; les hemos dicho que actúen siempre desde la libertad, pero no se les ha enseñado en la misma medida que no se puede tener todo”, indica la investigadora de Funcas.

Ana Villaseñor discrepa: “Lo que hemos roto las actuales generaciones de jóvenes es el aguantar por aguantar; no queremos solo subsistir y claro que queremos poder salir, ir al cine, tomar una cerveza o viajar ¿quién no quiere eso? Porque, además, se nos dijo que estudiáramos, que nos formáramos y que así nuestra vida iba a ser la leche y para leche la que nos estamos dando, porque sin estabilidad laboral es imposible un proyecto de vida”.

Chuliá coincide en que “las generaciones anteriores seguíamos una secuencia vital ascendente porque tuvimos más acceso a la vivienda, aunque menos al ocio, y mejoramos profesionalmente, pero a ellos las dificultades estructurales les han interrumpido esa secuencia”. Esa rotura de una trayectoria vital ascendente está generando muchísima frustración, opinan ambas.

Ataque por tres flancos

¿Cómo se ha llegado a esta situación? Las razones no pueden tener más aristas y ser más poliédricas, pero el profesor de la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla y economista de EsadeEcPol, Manuel Hidalgo, consigue sintetizarlo en la confluencia de tres grades causas. “Los jóvenes se han visto atacados por tres flancos. El primero llega del lado de los ingresos. Los salarios han sido los grandes paganos desde la gran crisis financiera de 2008. No han subido y en algunas cohortes de edad incluso han bajado —en buena parte por el menor número de horas asalariadas trabajadas que explican más de la mitad de la brecha del 16% que han crecido menos los salarios reales por hora trabajada que la productividad en los últimos 30 años—”.


El segundo ataque a los jóvenes se ha producido, según este economista, por el impacto de los precios, sobre todo tras la crisis inflacionaria de los últimos años. Y, dentro de los precios, entran los de la vivienda, que terminan de cerrar los daños. “Finalmente, está la pata política, con una creciente bolsa de pensionistas (ya son 10 millones de personas), que hace que los partidos no se atrevan a tomar decisiones de gasto”, explica Hidalgo.

Precisamente, el fuerte peso electoral que suponen los mayores de 65 años —ahora son uno de cada cuatro votantes y serán uno de cada tres antes de mitad de siglo— incluso antes del gran desembarco en el sistema de pensiones de los nacidos en el baby boom, están lastrando el diseño de las políticas públicas, claramente en favor de los mayores. Esta es una de las ideas centrales del libro La juventud atracada, del economista Ignacio Conde-Ruiz y su hija Carlotta Conde Gasca: “Satisfacer las demandas políticas de los mayores lleva a orientar los programas de gasto a la edad. Por el contrario, los jóvenes tienen unas preferencias políticas mucho más diversas y las políticas que más los benefician son aquellas que más benefician a la economía en su conjunto, como la educación, la lucha contra la pobreza, la inversión en I+D+i, la vivienda, la política fiscal responsable o la lucha contra la crisis climática”. Por el contrario, los hábitos de vida y el patrón de consumo de los más mayores “ralentizan el crecimiento”, precisa Hidalgo.

Gonzalo Berzosa, gerontólogo, presidente de la Confederación Española de Aulas de la Tercera Edad (Ceate) y coordinador de la asociación de voluntariado social de mayores, Nagusilan, defiende, sin embargo, la actividad que se genera entorno a las personas de más edad. “La ciencia nos ha regalado entre dos y tres décadas más de vida y muchos mayores después de jubilarse pasan más años de vida que siendo jóvenes. Además, ahora, los mayores envejecemos con más salud y muchos más recursos de todo tipo”, asegura este activista senior.

Gonzalo Berzosa, gerontólogo y presidente de Ceate y coordinador de Nagusilan.Pablo Monge

En el otro lado de la balanza y como contrapeso a lo ocurrido con los jóvenes. Los mayores han mejorado su situación en términos medios y agregados. Una de las razones fundamentales de esta mejora puede encontrarse en la última reforma de pensiones llevada a cabo por los gobiernos de coalición progresistas en dos fases (2021 y 2023). Los cambios que han implementado han reforzado las prestaciones por dos vías. Han blindado su poder adquisitivo porque se revalorizarán siempre por ley según suba el IPC medio en el año y, por otro lado, han mantenido la generosidad del sistema (la pensión equivale al 77,5% del salario medio de los últimos cinco años en activo) y han incidido en aumentar los ingresos. Para ello han creado, entre otras cosas, dos nuevas cotizaciones: el Mecanismo de Equidad Intergeneracional (MEI) y la cuota de solidaridad, ambas suponen un mayor coste para las generaciones en activo.

Perspectivas de futuro

En el panorama de gasto público, al capítulo creciente de las pensiones —que ya es el más abultado del gasto total, llevándose el 40% del presupuesto y cuyo volumen roza el 14% del PIB— se suma el de la sanidad, que también aumenta de forma exponencial (el gasto sanitario de las personas de 85 años es ocho veces superior al de las personas entre 1 y 25 años). Es más, el futuro en el corto, medio y largo plazo está marcado por el fuerte peso que seguirán adquiriendo estos capítulos de gasto.

La propia Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (Airef) ha alertado sobre “la elevada presión que impone el envejecimiento de la población sobre las finanzas públicas, con un impacto importante en partidas de gasto como las pensiones, la sanidad o los cuidados de larga duración y su consecuente incidencia en el déficit y la deuda pública”.

Esta misma advertencia la hace el profesor de Economía de la Universidad Rey Juan Carlos, Miguel Ángel García, quien recuerda que riesgo en la sostenibilidad de las cuentas públicas no viene precisamente de que haya bajado la presión fiscal, porque ha subido en los últimos años, “pero todo el aumento del margen fiscal va a pagar parte del gasto en pensiones”. De hecho, uno de cada cuatro euros de la factura de las pensiones ya se paga con impuestos y deuda pública. Es lo que Conde-Ruiz y Conde Gasca citan como “el equilibrio del monstruo de las galletas”, según el cual “los políticos dominados por un electorado envejecido, devoran todo el margen fiscal disponible, pero así garantizan que los futuros votantes sigan apoyando el sistema”.

Dicho todo esto, el economista Manuel Hidalgo asegura que las decisiones que han llevado a esta situación “en algún momento se tendrán que revertir; alguien tendrá que tomar medidas porque el escenario es insostenible y el crecimiento económico a largo plazo pasa por la apuesta por la juventud”. Además, con vistas a recortar la brecha generacional, el escenario macroeconómico, laboral y social ha empezado a dar algunas señales esperanzadoras que tienen que ver con la mejora de los salarios, el recorte de la contratación temporal o, el aumento de la natalidad en 2024, por primera vez en diez años. Si bien, los analistas argumentan que aún es pronto para confirmar si estos indicios de mejora suponen un claro cambio de tendencia.

Berzosa, por su parte, prefiere acabar con una brecha algo más intangible: la de la sociabilidad entre generaciones, que tampoco atraviesa su mejor momento, según este gerontólogo. “La solución a esa brecha pasaría porque los más jóvenes y los más mayores compartieran más tiempo, proyectos y espacios en su día a día”.

Sobre la firma

Más información

Archivado En