El Banco Mundial alerta del riesgo de “aterrizaje brusco” de las economías emergentes
Las menores tasas de vacunación, el escaso margen fiscal y monetario, unas cicatrices “más profundas” de la pandemia y una deuda récord comprometen la salida de la crisis
La recuperación, aunque algo más débil, sigue su curso. Ligeros retoques al margen, el cuadro macro apenas cambia: el mundo crecerá un 4,1% en 2022, dos décimas menos que lo previsto ahora, y un 3,2% el que viene, una más, según la proyección publicada este martes por el Banco Mundial. Los riesgos, sin embargo, se multiplican: ómicron se suma a la subida desaforada de los precios —con la posibilidad del temido desanclaje de las expectativas de inflación, subraya el prestamista— y al “estrés financiero en un contexto de de...
La recuperación, aunque algo más débil, sigue su curso. Ligeros retoques al margen, el cuadro macro apenas cambia: el mundo crecerá un 4,1% en 2022, dos décimas menos que lo previsto ahora, y un 3,2% el que viene, una más, según la proyección publicada este martes por el Banco Mundial. Los riesgos, sin embargo, se multiplican: ómicron se suma a la subida desaforada de los precios —con la posibilidad del temido desanclaje de las expectativas de inflación, subraya el prestamista— y al “estrés financiero en un contexto de deuda pública récord”. Con todo, el mayor foco de preocupación del organismo con sede en Washington está en las economías emergentes, para el que augura curvas: “Dado el escaso espacio fiscal para apoyar la actividad en caso de ser necesario, estos riesgos aumentan la posibilidad de un aterrizaje brusco”, se lee en la última perspectiva global del multilateral, en la que se avisa de que si algún país tiene que reestructurar su deuda, encontrará “más dificultades para lograrlo que en el pasado”.
Con la política monetaria y fiscal “en aguas sin cartografiar”, subrayan los economistas del Banco Mundial, las perspectivas de unas tasas de interés y una inflación al alza son “poco favorables” para los intereses de los emergentes. Dos cifras condensan buena parte de la creciente preocupación por lo que puede estar por llegar. Primero, la rentabilidad del bono estadounidense a 10 años ronda ya el 1,8%, casi cuatro veces por encima de los mínimos de hace año y medio y en niveles similares a los de finales de 2019, cuando el virus ni estaba ni se le intuía y la deuda pública de los países en desarrollo aún no se había disparado. Eso significa que las inversiones más arriesgadas en los emergentes tienen un nuevo competidor exento de riesgo. Segundo, la moneda de reserva global, el dólar, muestra una tendencia a la apreciación que está sembrando incertidumbre entre los países endeudados en divisa fuerte.
Adiós temporal a la prima de crecimiento para el mundo en desarrollo
La retórica del Banco Mundial choca parcialmente con las cifras más frías: mientras la previsión de crecimiento de las economías avanzadas retrocede cuatro décimas este año y dos el próximo, la de los emergentes es dos décimas mejor para 2022 y solo una peor en 2023. Respecto a los prolegómenos de la crisis sanitaria, sin embargo, la realidad es otra bien distinta: si en 2019 el ritmo de expansión de las economías en desarrollo más que duplicaba el de sus pares avanzados, hoy apenas es un 30% superior.
Más aún: los técnicos del organismo con sede en Washington avisan de que, mientras la inversión y el PIB regresarán a la senda prepandemia el año que viene en los países ricos, en los de renta media y baja seguirán “considerablemente por debajo”. ¿Las razones? Tasas de vacunación más bajas, menos margen en los flancos fiscal y monetario, unas cicatrices “más profundas” de la pandemia y una deuda récord en la mayoría de países del bloque y que probablemente seguirá creciendo dada la “debilidad” de sus sistemas recaudatorios. ¿La solución? “Reforzar la cooperación global para una distribución de la vacuna rápida y equitativa”. El porcentaje de población que ha recibido el pinchazo en los países de renta media es alrededor de 20 puntos porcentuales más baja que en sus pares ricos. Y en los más pobres sigue siendo ínfima, por debajo del 10%.
Grandes variaciones entre países
Las diferencias regionales en el grupo emergente son máximas. Para Asia Oriental y el Pacífico (que engloba a China, Indonesia y Tailandia, entre otros), la pandemia se saldará simplemente como un episodio de menor crecimiento: en 2020, mientras la economía mundial se desplomaba un 3,4% en la mayor recesión sincronizada hasta donde alcanza la memoria, ellos crecían un pequeño pero muy notable 1,2%. En 2021, con la recuperación ya lanzada, su expansión rondó el 7,1%, la mayor de entre los países de renta media. Y tanto en 2022 como en 2023 el Banco Mundial espera que supere holgadamente el 5%, lo que le convierte en la envidia del resto del bloque.
También los emergentes de Europa y Asia Central (con Rusia, Polonia y Turquía como máximos exponentes) lograron el año pasado recuperar con creces todo lo retrocedido en 2020. En una situación similar se encuentra Asia del Sur (India, Pakistán o Bangladés) y África Subsahariana (liderada por Nigeria, Sudáfrica y Angola): ambas recuperaron en 2021 por completo el nivel de actividad precrisis, y ambas crecerán con algo más de vigor que antes de la pandemia tanto este ejercicio como el próximo.
Las islas dependientes del turismo, las más golpeadas
Los casos de mayor rezago —y, por tanto, también los más preocupantes— son los de Oriente Próximo y el Norte de África, y América Latina y el Caribe. En ambos, a pesar del encarecimiento de las materias primas —de las que son exportadores netos— el rebote del año pasado fue insuficiente para suturar por completo la brecha económica abierta por la covid-19 y tendrán que aguardar hasta mediados de 2022 para recuperar por completo el terreno perdido durante la crisis sanitaria. De entre los grandes países latinoamericanos destaca México, que ni siquiera en 2023 logrará ese objetivo. Sí lo conseguirán las otras dos mayores economías de la región: Brasil, que ya volvió en 2021 al PIB precovid; y Argentina, que, aunque constantemente baqueteada por la inflación y la deuda, lo hará también en los primeros compases del año en curso, bastante antes de lo inicialmente previsto.
Las grandes cifras, sin embargo, esconden realidades muy distantes entre sí. En su último pase de revista a la economía global, el Banco Mundial aporta una reflexión interesante para entender la dimensión del golpe para algunos países emergentes: medida en renta por habitante, la recuperación “puede dejar atrás a los que sufrieron un retroceso mayor en 2020, como las islas que dependen en gran medida del turismo”. Esa anotación aplica a muchos territorios insulares del Caribe, del Pacífico y del Índico. Pero no solo: más de la mitad de las economías de Asia Oriental, América Latina, Oriente Próximo y el Norte de África cerrarán 2023 con un ingreso por habitante inferior al de finales de 2019, antes de la pandemia. La proporción crece hasta las dos terceras partes de los países del África Subsahariana.
La desigualdad entre países vuelve a niveles de hace una década
El impacto de la pandemia ha sido y sigue siendo multidimensional, y está incrementando la desigualdad en todos los frentes. Según los cálculos del Banco Mundial, la recuperación más débil de los países emergentes respecto a sus pares ricos llevará la inequidad entre países a niveles de 2010 y revertirá —siquiera parcialmente— la mejora registrada en las dos últimas décadas. En los países emergentes y en vías de desarrollo, conviene recordarlo, viven dos de cada tres personas en situación de pobreza extrema de todo el mundo.
Dentro de cada sociedad, la “evidencia preliminar” también apunta a una profundización de las grietas entre estratos sociales, una tendencia que parece lejos de tocar a su fin: “En el medio y largo plazo, la inflación —especialmente en los alimentos— y las disrupciones causadas sobre la educación pueden seguir incrementando la desigualdad en el interior de los países”, escriben los técnicos del multilateral.