Nadia es la árbitra del Eurogrupo

“Si quiere, será la sucesora natural de Centeno”, advierten desde Bruselas quienes conocen todos los recodos de todos los pasillos

La ministra de Economía en funciones, Nadia Calviño, en Bruselas la pasada semana. Thierry Monasse (Getty Images)

Las consultas de confesionario, el recuento y calibrado de cesiones mutuas, la fabricación de consensos y en suma, el arbitraje, constituyen una función esencial del Eurogrupo, el Consejo de ministros de Economía y Finanzas de la zona euro. Como lo es en otras instancias de las instituciones europeas.

La tarea del arbitraje recae con frecuencia en la máxima autoridad: fue el caso del presidente de la Comisión por antonomasia, Jacques Delors, que bordó ese oficio.

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Las consultas de confesionario, el recuento y calibrado de cesiones mutuas, la fabricación de consensos y en suma, el arbitraje, constituyen una función esencial del Eurogrupo, el Consejo de ministros de Economía y Finanzas de la zona euro. Como lo es en otras instancias de las instituciones europeas.

La tarea del arbitraje recae con frecuencia en la máxima autoridad: fue el caso del presidente de la Comisión por antonomasia, Jacques Delors, que bordó ese oficio.

Lo ha sido también Jean-Claude Juncker antes incluso de acceder a primer ministro, cuando era el boy, el mensajero de confianza del canciller Helmut Kohl.

A veces son útiles italianos espabilados (Giulio Andreotti) u otros dirigentes del Benelux (Wim Kok), expertos en labrar alianzas que sacan fuerzas de sus propias flaquezas como líderes de países con glamour europeísta, pero de escaso peso atómico.

El Eurogrupo es discreto, incluso secretista. El personal desconoce cómo funciona. Lástima, pues esa experiencia trae lecciones para la actualidad: vamos a ver si estas líneas logran colmar algún vacío.

Durante largo tiempo, la labor de arbitraje, mediante la ejecución de un calendario agotador de visitas (rendirlas y recibirlas) previo a las reuniones del Consejo, y la consiguiente formulación de una propuesta de hilo conductor mínimo capaz de suscitar acuerdo, la realizaba el comisario de Asuntos Económicos y Monetarios. Así fue con los vicepresidentes españoles Pedro Solbes y Joaquín Almunia, y de ahí (y de su sobriedad), su prestigio europeo.

No es el caso del actual Valdis Dombrovskis, buena gente, pero, como letón, poco dado a comunicar y empatizar. Sucede con los bálticos, por ejemplo con el excomisario Olli Rehn, que pretendía ocupar la poltrona del BCE. Lo que exigía dotes oratorias y persuasivas, y sin embargo debía recurrir a chuletas milimetradas para formular sus preguntas o respuestas en inglés. Tuvo suerte en Bruselas de contar con un portavoz competente, Amadeu Altafaj.

Aburrido Valdis hasta de sí mismo y saturado Pierre Moscovici de pelear contra molinos de viento, la tarea debió recaer sobre el nuevo presidente, el portugués Mário Centeno (su antecesor, el socialdemócrata holandés Jeroen Dijsselbloem era un ignorante a tiempo completo). Pero Centeno, como profesor, y aún más, profesor portugués, destaca oteando horizontes y redactando memorandos más que pactando adjetivos, plazos y requisitos.

Así que, durante el último año, la tarea del arbitraje ha recaído en la española Nadia Calviño. Porque ya gozaba de la confianza de sus actuales colegas cuando era directora general de Presupuestos de la Comisión; porque no ha olvidado sus saberes técnicos; y porque guarda retranca gallega, la más cómplice de las genéticas: “Si quiere, será la sucesora natural de Centeno”, advierten desde Bruselas quienes conocen todos los recodos de todos los pasillos.

Por eso Calviño ha salvado de la ruina el proyecto del seguro de desempleo europeo: continúa vivo. Y ahora lo reclama también Ursula von der Leyen. Seguiremos.

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