Portugal, aún mejor que España

La expansión presupuestaria, sobre todo del gasto social, no ha perjudicado el crecimiento ni ha impedido combatir el déficit. Lo ha mejorado

Personas se manifiestan en Lisboa.PATRICIA DE MELO MOREIRA (AFP)

¿Se ha gestionado con rigor la economía española en 2018? Si nos alejamos del ruido de la campaña electoral y nos concentramos en los datos de Eurostat de las cuentas públicas, sí. Comparativamente, aún mejor.

España cerró el pasado ejercicio con un déficit público del 2,48% del PIB. O sea, seis décimas menos que en 2017 (3,08%). Aunque casi tres décimas más que la meta fijada con Bru...

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¿Se ha gestionado con rigor la economía española en 2018? Si nos alejamos del ruido de la campaña electoral y nos concentramos en los datos de Eurostat de las cuentas públicas, sí. Comparativamente, aún mejor.

España cerró el pasado ejercicio con un déficit público del 2,48% del PIB. O sea, seis décimas menos que en 2017 (3,08%). Aunque casi tres décimas más que la meta fijada con Bruselas (2,2%), en la línea habitual de cierto desbordamiento. Pero la habría mejorado con creces de no haberse registrado 3.898 millones de desembolsos extraordinarios: autopistas quebradas, créditos fiscales a empresas.

Con este resultado, España deja de ser el farolillo rojo en déficit. Se iguala con Francia y pasa el estigma a Chipre, con un desbalance del 4,8% —partiendo del 1,8%—, por culpa de las ayudas a su banca.

Bajar de la cifra de corte del 3% de Maastricht tiene efectos. Uno, mayor prestigio. Otro, mayor exigencia, pues al salir del brazo correctivo, el examen se hará no sobre el déficit nominal sino sobre el estructural, de menor margen. Y el tercero, de mayor alivio, pues al pasar al brazo preventivo gozará de la exención de computar ciertas inversiones públicas productivas cofinanciadas por la UE (COM [2015]-12, de 13 de enero).

El mérito cosechado es el de una política económica menos restrictiva y austera que en el grueso del mandato del PP. Su presupuesto para 2018 fue más expansivo. La recaudación mejoró. También el gasto —aunque menos que aquella, por eso mejoró el déficit—: algo atribuible tanto al Gobierno cesante como al entrante.

Ahora bien, conviene subrayar que un país vecino y también vulnerable como Portugal ha cosechado un resultado mejor. Sobre todo, gracias a una política fiscal más expansiva durante más tiempo.

Cuando el socialista António Costa llegó al Gobierno el 24 de noviembre de 2015, tuvo que cerrar el déficit heredado en el 4,4%. Lo combatió no reduciendo el gasto, sino a la keynesiana, aumentándolo: sueldos públicos, salario mínimo, vuelta al periodo vacacional previo a la intervención, fuertes apoyos a las empresas.

La economía creció, también por el buen entorno internacional y la política de estímulos monetarios del BCE. Y el déficit se redujo al 2% en 2016. Subió por accidente al 3% en 2017, dado el rescate de la Caixa Geral de Depósitos. Y se achicó al 0,5% en 2018, tras una densa política social: actualización extraordinaria de las pensiones y de la Caja General de Jubilaciones; aumento del número de pensionistas y actualización del índice de referencia de la Seguridad Social para calcular contribuciones y pensiones.

Así que la expansión presupuestaria, sobre todo del gasto social, no ha perjudicado el crecimiento ni ha impedido combatir el déficit. Lo ha mejorado en tres ejercicios, del 4,4% al 0,5%. ¡Más de ocho veces!

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